Imagen de "Life and Style" |
Por
Roberto Marra
El
supremacismo forma parte indisoluble de quienes participan como
“ganadores” en el reparto perverso de las riquezas generadas por
los pueblos. Reparto que se hace en base a reglas establecidas por
los propios vencedores de esta contienda, desigual por donde se la
mire, lo que les asegura el sometimiento de millones de habitantes
del Planeta a sus desatinos económicos, financieros, productivos y
ambientales. Es la esencia desde la que parten todas las injusticias
a las que se intenta sobrevivir, en la mayoría de los casos,
sufriendo el lento deterioro de las condiciones más elementales de
lo humano.
Como
el manejo de la vida ajena les es tan propio de sus modos de
dominación, también aparecen los métodos coercitivos para obligar
a la población y a sus gobiernos, a seguir la ruta por ellos trazada
de antemano, que transita siempre por los perniciosos desfiladeros de
destinos mortales para los pueblos, pero exhorbitantemente
productivos para sus arcas sanguinolentas. Por las buenas o por las
malas, sus decisiones serán inobjetables y permanentes, al menos
para sus supremacistas mentalidades de propietarios de casi todo.
También
espiarnos forma parte indispensable de su herramental de
perversidades, donde el delito cambia de categoría y se convierte,
por ser cometido por ellos, en “virtuoso” método de contención
de las lógicas rebeldías que generan sus actos degradatorios de la
vida de los pueblos. No resultan extrañas sus relaciones promiscuas
con la “soldadesca” de los poderes judiciales, “juececillos”
de escasas pretensiones justicieras y ambiciosos proyectos de
encumbramiento social. Menos raro parecen sus devaneos con
politiqueros de bajísima popularidad pero enormes cuentas bancarias,
los cuales les sirven para contener a una notable cantidad de
idiotizados por el aparato mediático que mantienen como su principal
artillería contra la sublevación de las mentes, aún de las más
capaces.
En
ese engendro imperial denominado (grandilocuentemente) como “el
gran país del norte”, el supremacismo adquiere ribetes
escandalosos por la violencia que se ejerce directamente sobre
aquellos seres que los “ganadores” han determinado como
“inferiores”. La negritud de la piel es la disculpa, como lo es
cualquier cosa que no contenga los elementos básicos de su
pretendida superioridad. Palos y balas son la simple respuesta a las
demandas más elementales de los sometidos desde los inicios de la
conformación de ese estado anti-humano, levantado a fuerza de robos
de territorios ajenos y espúrios manejos de las relaciones
internacionales.
No
le va en zaga la autoproclamada “cuna de la civilización”, la
Europa del engreimiento falsificado por historias mal contadas para
asegurar otra superioridad, ahora bastante maltrecha por su estúpido
seguidismo al imperio yanqui. También desde allí emergen actos
reñidos con la moral en las relaciones con nuestros países del sur.
También ellos y sus gobiernos paquidérmicos continúan la sucia
tarea destructiva de cuanta posibilidad rebelde de los pueblos
intente asomar a la realidad del sometimiento histórico.
Por
supuesto, los gobiernos que pretendan generar una alternativa
diferente, sin importar la profundidad de sus pretensiones de cambiar
la sociedad para mutarla por una donde rija la justicia más
elemental, donde cada hombre y mujer valga solo por serlo, será de
inmediato atacado de mil maneras, será el blanco (paradoja, si las
hay) de sus ataques furibundos para impedir que sus pueblos se asomen
a la dignidad que les corresponde.
Por
allí caminan los desmanes provocados por sus opresivas “sanciones”,
erigidos ya en gendarmes del Planeta, en policías mundiales que
pretenden decirnos a cada habitante de los países que ellos
consideran “de segunda”, qué y cómo hacer para convertirnos en
“naciones serias”. “Seriedad” que se convierte en un falso
paradigma asumido, incluso, por dirigentes de honestas pretensiones,
pero equivocados conceptos de las relaciones de poder a las que nos
vemos sometidos, y a las que terminan sojuzgados.
Arrastrando
a miles de millones de seres humanos a la falsa creencia de la
imposibilidad de vivir con dignidad, si no es a costa de otros seres
humanos, han logrado la adhesión de sus víctimas a sus procederes,
para hacerlos parte de los ejércitos de destructores de sus propias
vidas. Pero la condición humana tiene dentro de sí, una semilla de
honores no manchados que lo impulsa, aunque a veces ni lo entienda
del todo, a la liberación de sus ideas, al vuelo de la imaginación
de una vida sin esos enajenados y engreídos falsos vencedores. Esa
será la raíz imprescindible de donde asirse para modificar esta
sucia y cruel realidad, para cambiarlo todo, para despertar de esta
pesadilla de siglos. Para crear, soberanamente, naciones y pueblos
solidarios, donde la supremacía solo sea la de la justicia social.
No hay comentarios:
Publicar un comentario