miércoles, 8 de julio de 2020

LA HORA DEL ESTADO

Imagen de "Diario El Litoral"
Por Roberto Marra
Siempre que se habla de “el Estado”, se lo imagina mayoritariamente como un ente constituído para extraerles beneficios a los ciudadanos, con el único aparente fin de apoderarse del “esfuerzo individual” de los sacrificados habitantes de un municipio, una provincia o la Nación. El Poder, con su sabiduría perversa, fue instalando esa idea denigratoria de la función real del Estado, anulando cualquier perspectiva de entender lo evidente de contar con una herramienta de tal magnitud, ordenadora de la sociedad y su desarrollo.
Claro que esa institución llamado Estado, que en principio fuera generado por los mismos que después, cuando no son ellos los que lo administren directamente, terminan fustigándolo como el peor de sus enemigos, puede llegar a convertirse en un arma de doble filo, capaz de arrebatarles a las mayorías de los habitantes de su territorio administrado, los mismos derechos que otros conductores de la misma estructura les otorgara.
Aún con ese riesgo, estar al frente de las decisiones de un Estado permite contar con una ventaja relativa importante frente al Poder Real, a pesar de nunca alcanzar las dimensiones ni la influencia de quienes manejan, casi a voluntad, los destinos económicos del Planeta. Alcanzar el gobierno de un Estado significa obtener espacios decisorios para determinar las orientaciones que el desarrollo de la sociedad que lo integra, demanda. A veces, incluso, a pesar de las oposiciones de los propios beneficiarios de tales procesos, absorbidos por la mediática que pervierte hasta los ideales que otrora hubieran poseído.
Instalado un gobierno de orientación popular (vulgarmente denostado con la palabra “populista”), que hubiera alcanzado democráticamente su condición de conductor de semejante estructura con el beneplácito mayoritario, se presentarán ante él disyuntivas permanentes frente a los planteos de quienes manejan a su antojo la economía, por imperio de la “ley del más fuerte”. La palabra “ajuste” rondará siempre por los despachos de quienes deciden en lo económico y financiero; la “flexibilización” será otro de los términos más nombrados por la jauría mediática al servicio de los poderosos.
Por supuesto, ocupar espacios estatales, no significa dominar toda su estructura. La complejidad y dimensión que lo conforma, hacen improbable el dominio absoluto de todas sus instituciones, comenzando por los tres poderes que habitualmente lo integran. El Poder lo sabe, por lo cual involucra en esas estructuras, donde mayor influencia o desgaste puede ejercer, a sus representantes más conspicuos. Con el tiempo, va conformándose una “casta” de defensores de sus intereses, que se atornillan a sus puestos para entornar al gobierno de turno y cerrar las puertas de los cambios que pudieran plantearse para una más justa y digna vida de los ciudadanos todos.
El Poder Judicial resulta ser el engranaje principal de esa maquinaria oscura y retardataria, donde, por imperio de una Constitución hecha a la medida de los interesados en que nunca nada cambie, se estrellan todas las medidas que pudieran querer tomarse para dar vuelta la página de la injusticia social que nos agobia. Jueces y fiscales resultan ser, con las respetables excepciones, quienes terminan decidiendo lo que el Pueblo, a través de sus representantes elegidos, no logra imponer.
La comunicación de los hechos, tarea fundamental que debiera permitir conocer la realidad por todos los ciudadanos, se ha convertido en una herramienta al servicio de la mentira programada para sostener las arbitrarias decisiones de los poderosos que manejan sus editoriales. Llegan a los oídos y los ojos de las mayorías con sus falsedades a cuestas, prestos a colaborar con la destrucción de la idea noble del Estado como baluarte de la defensa de los intereses de toda la sociedad. Contribuyen decisivamente en la tarea de la denostación de los y las líderes que pudieran significarles peligro para la continuidad de sus dominios, que pretenden eternos. Cierran los espacios a las palabras de otros actores políticos, o solo la entreabren para mostrar caricaturas de ellos, promover las burlas a sus dichos y defenestrar sus honestidades manchadas de exprofeso con sus monsergas fabricantes de odios y desprecios, inconcebibles desde la sensatez.
Toda esta acción depredatoria del concepto mismo del Estado, hace imprescindible encarar su manejo desde otra perspectiva, una que le dé un giro real al poderío de los poderosos. Se torna inconcebible la pretensión de generar derechos y sostener un camino de re-distribución de las riquezas generadas por todo el Pueblo, sin acabar con semejante estructura para-estatal. Se necesita engendrar un nuevo modo de conducción de este fundamental instituto, que se introduzca en sus entrañas, que lo desmenuze y lo reconvierta, que lo des-estructure y lo re-estructure, que lo haga parte de los intereses populares antes que de los que todo lo dominan por la fuerza de sus fortunas mal habidas. Una tarea que no puede quedar solo en manos de una o varias personas, por mejores que fueran sus intenciones, sin el respaldo y el protagonismo de las mayorías populares que, de verdad, deseen modificar al Estado para colocarlo al frente de la construcción de una nueva Nación.
Una labor semejante, de dimensiones tan abarcativas y complejas por la diversidad de sus cometidos y participantes, necesitará de un sistema mediático que le provea al Pueblo de la otra herramienta básica para modificar la realidad, que es conocerla en profundidad. Ha llegado la hora de hacer justicia con la verdad, aún cuando ésta sea tan relativa como la diversidad de los integrantes de la sociedad. Diversidad que es negada por los actuales prestidigitadores de esa realidad, convertida en papilla contaminada para envenenar las neuronas de los desprevenidos. Y también de los prevenidos.
Es tiempo de ejercer el derecho a la información desde el propio Estado, sin miedo a la ristra de ataques mafiosos de los oligopolios mediáticos y sus insultos cotidianos a la razón. Una nueva etapa comunicacional deberá ser encarada, si de verdad se pretende lograr la obtención de la eternamente postergada justicia social. La soberanía mediática también es posible, si se deja de proveerles a los enemigos de la Nación y de su Pueblo, de las herramientas financieras que asistan a sus degradaciones morales, destinando tales sumas onerosas para el fisco (que, desvergonzadamente, ellos atacan con tanto denuedo), a la creación de una estructura poderosa de comunicación, donde la diversidad de criterios se pueda expresar sin escuchar los ridículos reclamos de “libertad de expresión” que ejercen, sin pudor ni restricción verbal alguna, los mandamases de nuestras desgracias.
Ahora mismo es el tiempo de los pueblos, de sacudirse la modorra de la simple espera y tomar las riendas de la construcción de su destino, desatarse de las cadenas de los acumuladores de oropeles y muerte, para mutar la concepción del viejo Estado y convertirlo en la llave de la puerta a un futuro que soñamos tanto tiempo, sin animarnos nunca a construirlo del todo.

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