viernes, 10 de julio de 2020

LA COMUNICACIÓN DEL ODIO

Por Roberto Marra
" La multitud no odia, odian las minorías, porque conquistar derechos provoca alegría, mientras perder privilegios provoca rencor" - Arturo Jauretche
Los orígenes del odio pueden ser muchos, pero en el ámbito político argentino, no parece que hubiera demasiadas posibilidades por fuera del antiperonismo. Es una pulsión casi “natural” de parte de nuestra sociedad, desde el mismo instante en que naciera a la vida nacional aquella doctrina parida por el pueblo trabajador e interpretada cabalmente por un líder tan especial como Perón. Después podremos sumar otras vertientes odiadoras, pero el alcance que adquiere la primera pareciera inalcanzable.
No resulta extraño este hecho, a la luz de la historia. El trayecto temporal iniciado después de las guerras por la independencia, el final oscuro de los auténticos patriotas de entonces, perseguidos por los iniciadores de todos los males que aquejarían a la Argentina en el futuro que todavía padecemos, fueron la base de lo que sobrevendría con el transcurso del tiempo y sus captores ideológicos. Fueron desde esos primigenios narradores de una historia falsificada que se edificó esta estructura mental de gran parte de la sociedad, previsiblemente odiadora y repulsiva de cualquier acción con “olor” a popular.
La tecnología comunicacional hizo el resto, sumando capacidad de difusión casi infinita, afirmando aquello de que la ciencia no es ni buena ni mala, solo resulta ser como quien la aplica. No son tontos los que manejan el odio masivo, los oligarcas, sus seguidores y sus sostenes imperiales. Han logrado establecer una serie de pautas que rigen las relaciones políticas y sociales, destinadas a evitar que triunfen el deseo y las necesidades populares.
Sus aparatos de “inteligencia” han cooptado la voluntad de la mayoría de quienes ejercen el periodismo (que no es lo mismo que “ser” periodistas), por lo que las formalidades impuestas, las definiciones de los actores y los relatos de los hechos, terminan no siendo demasiado diferentes entre uno u otro vocero de la realidad contada, a pesar de sus diferencias de orígenes ideológicos.
Con eso de “escuchar las dos campanas”, se viene tergiversando la definición de la libertad de expresión, creyendo que se le debe dar “aire” a cualquier energúmeno que propone matar y quemar “villeros”, asesinar una Presidenta o contagiar masivamente con un virus a la población. Todo vale para mostrar sus odios irreconciliables con la supuesta humanidad corporal que los contiene. Todo es permitido para demostar “amplitud de criterios” para escuchar a cuanto vociferante ande recorriendo las calles con sus envolturas en símbolos patrios que denigran con solo tocarlos.
Si un gobierno popular se instala por la fuerza de los votos mayoritarios, esos no será óbice para que se siga degradando el conocimiento de la verdad de los hechos, utilizando el recurso de la repetición obscena de los dichos gritones de esos aprendices de oligarcas. Multiplicando sus voces, le hacen flaco favor a los que dicen defender cuando elaboran sus editoriales cargadas de repulsas a la violencia de esos grupo de enajenados, pero sirviéndoles “en bandeja” la permanencia hasta el hartazgo en sus pantallas.
Mostrar la realidad se resume a escuchar a dos partes de un conflicto, pretendiendo con ello la posible elaboración de su verdad relativa a los que escuchan y ven esas informaciones. Pero la dimensión oligopólica de los medios que dominan el espectro comunicacional, hace imposible emparejar semejante distribución inequetativa de las versiones de esa realidad. Estos “mentimedios” jamás cometen el “error” de mostrar las opiniones de sus enemigos ideológicos, sin tener prevista una posterior y cruel andanada de respuestas negativas sobre los dichos y sobre las personas que los emitieron.
Aplastan así cualquier atisbo de verdad alternativa a la de ellos, sinrazones con las que nutren esos odios irreconciliables que derivan en “cacerolazos”, marchas anticuarentena, defensa de estafadores y exaltación de politiqueros repulsivos para cualquiera que posea un mínimo de conciencia y rasgos humanitarios. Mientras tanto, de este lado de la comprensión de los sucesos y sus orígenes, van anidando dudas sobre cómo y qué decir, cuándo y sobre qué hablar, atemorizados por perder rating o solo por llegar a formar parte del sector de los “perdedores”.
Todo culmina en el desprecio al conocimiento de la verdad popular, en la emisión de consignas en las que no se creen, en aparatosas monsergas destinadas a tratar de calmar los ánimos de los odiadores seriales, a quienes les resultan como pastillas enervantes de sus condiciones de brutos sin fronteras para el daño. Solo puede redituar el esfuerzo por la conciliación con quienes posean características humanas, aquellos que, al menos, admitan la existencia de la otredad.
No cabe otra cosa que elaborar estrategias comunicacionales que no integren a los odiadores como parte del sistema, que no les de micrófonos ni pantallas para otra cosa que mostrar de lejos sus acciones degradantes de la moral. Se debieran destinar todos los esfuerzos a mostrar la realidad desde la ideología que sostiene la mayoría, esa que no se ve por las pantallas elaboradoras de animadversiones a todo lo que “huela” a popular. No puede ya admitirse escuchar tantas veces repetidas las voces de los sucios vendepatrias con banderas a las que no respetan ni aprecian como a las de sus admirados imperios.
Allá ellos y sus odios. Allá la la caterva de mentirosos y revulsivos inmorales que propagan las falsedades con las que ganan voluntades (y mucho dinero). Allá los que no se atreven a decir, de frente al Pueblo, lo que sucede, solo por temer a ser catalogado de “populistas”. Allá los designados para conducir espacios de poder comunicacional que no se aferran a la defensa irrestricta de los valores humanos que contiene la doctrina y la ética que los puso en ese sitio de responsabilidad ciudadana.
Acá, los ninguneados, los aborrecidos, los estigmatizados, los odiados sin razones ningunas, conformando la fuerza real y poderosa que logre transformar tanta ignominia y tanto dolor acumulado en nuestra historia, desencadenando las transformaciones que solo se harán posibles con justicia. Esa que repulsan, desprecian, empujan e hieren los voraces destructores de la verdad, los odiadores y sus privilegios mal habidos.

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