Por
Roberto Marra
"
La multitud no odia, odian las minorías, porque conquistar derechos
provoca alegría, mientras perder privilegios provoca rencor" -
Arturo Jauretche
Los
orígenes del odio pueden ser muchos, pero en el ámbito político
argentino, no parece que hubiera demasiadas posibilidades por fuera
del antiperonismo. Es una pulsión casi “natural” de parte de
nuestra sociedad, desde el mismo instante en que naciera a la vida
nacional aquella doctrina parida por el pueblo trabajador e
interpretada cabalmente por un líder tan especial como Perón.
Después podremos sumar otras vertientes odiadoras, pero el alcance
que adquiere la primera pareciera inalcanzable.
La
tecnología comunicacional hizo el resto, sumando capacidad de
difusión casi infinita, afirmando aquello de que la ciencia no es ni
buena ni mala, solo resulta ser como quien la aplica. No son tontos
los que manejan el odio masivo, los oligarcas, sus seguidores y sus
sostenes imperiales. Han logrado establecer una serie de pautas que
rigen las relaciones políticas y sociales, destinadas a evitar que
triunfen el deseo y las necesidades populares.
Sus
aparatos de “inteligencia” han cooptado la voluntad de la mayoría
de quienes ejercen el periodismo (que no es lo mismo que “ser”
periodistas), por lo que las formalidades impuestas, las definiciones
de los actores y los relatos de los hechos, terminan no siendo
demasiado diferentes entre uno u otro vocero de la realidad contada,
a pesar de sus diferencias de orígenes ideológicos.
Con
eso de “escuchar las dos campanas”, se viene tergiversando la
definición de la libertad de expresión, creyendo que se le debe dar
“aire” a cualquier energúmeno que propone matar y quemar
“villeros”, asesinar una Presidenta o contagiar masivamente con
un virus a la población. Todo vale para mostrar sus odios
irreconciliables con la supuesta humanidad corporal que los contiene.
Todo es permitido para demostar “amplitud de criterios” para
escuchar a cuanto vociferante ande recorriendo las calles con sus
envolturas en símbolos patrios que denigran con solo tocarlos.
Si
un gobierno popular se instala por la fuerza de los votos
mayoritarios, esos no será óbice para que se siga degradando el
conocimiento de la verdad de los hechos, utilizando el recurso de la
repetición obscena de los dichos gritones de esos aprendices de
oligarcas. Multiplicando sus voces, le hacen flaco favor a los que
dicen defender cuando elaboran sus editoriales cargadas de repulsas a
la violencia de esos grupo de enajenados, pero sirviéndoles “en
bandeja” la permanencia hasta el hartazgo en sus pantallas.
Mostrar
la realidad se resume a escuchar a dos partes de un conflicto,
pretendiendo con ello la posible elaboración de su verdad relativa a
los que escuchan y ven esas informaciones. Pero la dimensión
oligopólica de los medios que dominan el espectro comunicacional,
hace imposible emparejar semejante distribución inequetativa de las
versiones de esa realidad. Estos “mentimedios” jamás cometen el
“error” de mostrar las opiniones de sus enemigos ideológicos,
sin tener prevista una posterior y cruel andanada de respuestas
negativas sobre los dichos y sobre las personas que los emitieron.
Aplastan
así cualquier atisbo de verdad alternativa a la de ellos, sinrazones
con las que nutren esos odios irreconciliables que derivan en
“cacerolazos”, marchas anticuarentena, defensa de estafadores y
exaltación de politiqueros repulsivos para cualquiera que posea un
mínimo de conciencia y rasgos humanitarios. Mientras tanto, de este
lado de la comprensión de los sucesos y sus orígenes, van anidando
dudas sobre cómo y qué decir, cuándo y sobre qué hablar,
atemorizados por perder rating o solo por llegar a formar parte del
sector de los “perdedores”.
Todo
culmina en el desprecio al conocimiento de la verdad popular, en la
emisión de consignas en las que no se creen, en aparatosas monsergas
destinadas a tratar de calmar los ánimos de los odiadores seriales,
a quienes les resultan como pastillas enervantes de sus condiciones
de brutos sin fronteras para el daño. Solo puede redituar el
esfuerzo por la conciliación con quienes posean características
humanas, aquellos que, al menos, admitan la existencia de la otredad.
No
cabe otra cosa que elaborar estrategias comunicacionales que no
integren a los odiadores como parte del sistema, que no les de
micrófonos ni pantallas para otra cosa que mostrar de lejos sus
acciones degradantes de la moral. Se debieran destinar todos los
esfuerzos a mostrar la realidad desde la ideología que sostiene la
mayoría, esa que no se ve por las pantallas elaboradoras de
animadversiones a todo lo que “huela” a popular. No puede ya
admitirse escuchar tantas veces repetidas las voces de los sucios
vendepatrias con banderas a las que no respetan ni aprecian como a
las de sus admirados imperios.
Allá
ellos y sus odios. Allá la la caterva de mentirosos y revulsivos
inmorales que propagan las falsedades con las que ganan voluntades (y
mucho dinero). Allá los que no se atreven a decir, de frente al
Pueblo, lo que sucede, solo por temer a ser catalogado de
“populistas”. Allá los designados para conducir espacios de
poder comunicacional que no se aferran a la defensa irrestricta de
los valores humanos que contiene la doctrina y la ética que los puso
en ese sitio de responsabilidad ciudadana.
Acá,
los ninguneados, los aborrecidos, los estigmatizados, los odiados sin
razones ningunas, conformando la fuerza real y poderosa que logre
transformar tanta ignominia y tanto dolor acumulado en nuestra
historia, desencadenando las transformaciones que solo se harán
posibles con justicia. Esa que repulsan, desprecian, empujan e hieren
los voraces destructores de la verdad, los odiadores y sus
privilegios mal habidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario