lunes, 13 de julio de 2020

LOS OLVIDADOS

Imagen de "La Gaceta"
Por Roberto Marra
La costumbre de los medios por ver y mostrar sólo aquello que le resulta más convincente para sostener lo que ideológicamente los mueve a ser lo que son, hace que muchos sucesos y procesos pasen desapercibidos para la gran mayoría de la población. La concentración mediática hace el resto, impidiendo contar con otras voces que permitan conocer lo que no les conviene que se sepa a quienes manejan la información con clara intencionalidad política de conservación de privilegios.
Las conmociones sociales llegan a producirse, muchas veces (sino la mayoría de ellas), por efecto de puestas en escena de supuestos hechos nunca comprobables, pero de profundo impacto emocional para las masas de oyentes y televidentes, que pasan sus días absortos entre improperios de los pelafustanes que ofician de periodistas, y análisis envueltos en complejidades leguleyas para que nadie los entienda de verdad, asegurándose la ignorancia solapada detrás del armado espectacular de noticias que le importan únicamente a los que las fabrican.
Escondidas tras las bambalinas del escenario virtual al que nos acostumbran, se encuentran los dramas cotidianos de miles de personas a las que ni siquiera se las considera como tales por parte del Poder. Los sufrimientos soportados durante generaciones, hacen de esos sectores sociales algo así como una masa informe de insectos molestos a los que se debe eliminar o, por lo menos, aislar.
La guetificación resultante, manifestada en las villas miseria de las ciudades, tiene también su correlato en el llamado “interior profundo”, con esa carga de “porteñocentrismo” que semejante terminología posee. En esos territorios, jamás observados por la mayoría de los ciudadanos como pertenecientes a la misma Nación que ellos habitan, sobreviven los que han sido ya expulsados de la categoría de humanos, como regresando al argot colonial de los invasores españoles de otros tiempos, para quienes los habitantes originarios de estas tierras ni siquiera tenían almas.
Segregados, marginados, abandonados a la suerte de un destino fabricado por los poderosos apropiadores de tierras ajenas que, encima, nos miran desde arriba para imponer sus voluntades sobre toda la sociedad, están siendo diezmados, acorralados por la miseria y las enfermedades propias de esa condición social y económica. Sus cuerpos son lacerados no ya con los viejos látigos de cuero trenzado, sino con el simple “olvido” en los rincones más inhóspitos de un País que podría albergar a diez o más veces su población actual.
Por allí transitan sus días estos pobres cuerpos desvencijados desde su nacimiento, destinados al simple transcurso de sus días sin esperanza alguna, sin remedio para curar sus despojos, sin derechos reales, a pesar de constituciones y declaraciones nunca cumplidas. Cada tanto reciben la visita de algunos comedidos politiqueros de bajos escrúpulos y altas especulaciones, con puestas en escena de parodias reivindicativas que jamás cumplirán. Sólo serán una más de las burlas a su condiciones de “menos que humanos” que continúa siendo el paradigma oculto detrás de las palabras falsas de los “visitantes ilustres”, que desparraman promesas y cierran el acto con discursos tan grandilocuentes, como vacíos de realidad.
Topadoras y matones a sueldo hacen su tarea diaria de invasión eterna, de robo descarado de sus bienes ascentrales, de anulación de derechos, impuestos por jueces que siempre están del lado del mostrador equivocado para los fines que debieran ejercer, si tuvieran dignidad. Con cada día desaparecen decenas de hectáreas de bosques o montes nativos, para que proliferen allí los interminables sembradíos llovidos de venenos. Con cada invasión terrateniente, renace la miseria, se profundiza la brecha entre los olvidados y el resto de la sociedad, se corta de cuajo la historia para que nadie la comprende a cabalidad, para dar rienda suelta a la continuidad de sus martirios seculares.
Las bestialidades de los profanadores de lo que nunca les perteneció, son pasos hacia la caducidad de la “República” que, con tanta ebullición semántica, defiende la nunca acabada oligarquía, los dueños de casi todo, acompañados por lacayos sus políticos y pocas veces sancionados de verdad por los gobiernos, incluso los populares.
Eso que soñaron los creadores de esta Patria, desvencijada y martirizada por los ganadores de aquella contienda todavía no culminada que comenzara en el siglo XIX, debieran volver a ser los objetivos de las actuales generaciones, renovando la consciencia libertaria, despojándose de los viejos prejuicios, abandonando los seguidismos fáciles de teorías maltusianas, propias de un “mediopelo” acostumbrado a pretender ser lo que nunca serán a fuerza de escuchar a sus patrones ideológicos.
El tiempo es veloz, reza una bella canción de Pedro Aznar. Por eso mismo, por su velocidad incontenible, por el significado en vidas perdidas que tal hecho presupone a la luz de la realidad que agobia a estas multitudes desperdigadas por el territorio que les pertenece, pero no pueden pisar siquiera, es que semejante vejación debe culminar ya. Esperar, consumirse en largos devaneos con los poderosos y sus insultantes manejos espúrios de la justicia que manejan a su antojo, solo llevará a la muerte temprana de nuestros compatriotas sin destino. Esos mismos cuyos antepasados se jugaron sus vidas para la construcción de una Patria que ahora, sin piedad, los ejecuta con la peor de las armas: el olvido.

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