martes, 31 de marzo de 2020

AHORA, EL ESTADO

Imagen de "Diferenciador"
Por Roberto Marra
Para demostrar que una afirmación determinada sobre la realidad es certera, nada mejor que esa realidad se manifieste con absoluta transparencia, con la brutalidad de los hechos que derriten las palabras que las ocultaban. Es allí cuando mueren los arquetipos impuestos por la fuerza del “mercado”, cuando esos modelos culturales explotan y de su polvo emergen otra vez aquellas verdades aplastadas por tantas mentiras elaboradas por los profetas de un sistema cuya decadencia se niegan a ver.
Así está sucediendo ahora con el Estado, esa construcción administrativa de los pueblos para ordenar el devenir de sus sociedades, cuyo empoderamiento por parte de uno u otro sector señala la dirección del desarrollo hacia el cual se pretende dirigir su acción. Porque el Estado está siempre presente, aún cuando sea para generar los peores resultados para el pueblo que lo constituye, cuando el Poder lo coopta en forma absoluta y lo gobierna para el exclusivo beneficio de sus integrantes.
Pero siempre llegan las crisis, propias de este capitalismo que, en parte, se realimenta de ellas, pero que queda herido de alguna manera en su concepción originaria, lesión por donde se le puede llegar a infringir alguna derrota en la eterna batalla contra las desigualdades que invariablemente provoca su existencia. La incapacidad de respuesta ante los desafíos que van más allá de lo financiero y económico, suelen producir debacles que alteran las relaciones de poder entre los pueblos, los gobiernos y los poderosos de siempre, momentos en los cuales aparecen las oportunidades que hagan posible un cambio positivo para las mayorías esclavizadas por el vano “dios mercado”.
Si tal cosa sucede cuando gobiernan auténticos representantes populares, todo se presta para convertir el momento en reivindicativo de viejos paradigmas, abandonados por la fuerza de tanta porquería mediática, lavadora de cerebros y estigmatizante permanente de cuanto proyecto de intervención del Estado se pueda intentar llevar a cabo en beneficio real del Pueblo.
Es allí cuando se debiera “apretar el acelerador” de la historia, alimentar con el viejo combustible de la justicia social al motor productivo del bienestar, empujar con todo el cuerpo social hacia el predominio del poder estatal sobre los principales ejes de la economía y la producción, retomando el manejo decisivo de las herramientas del crecimiento perdido por ir detrás de esas recetas maquiavélicas del Imperio y sus adláteres, las que nos trajeron hasta este oscuro presente de pobrezas y desintegración social.
Convertir nuevamente al Estado en el principal propulsor de la economía real, dejar de lado el “financiarismo” que solo sirve para multiplicar fortunas (siempre mal habidas) a costa de la miseria popular, el retroceso productivo, la desindustrialización y el abandono del progreso científico y tecnológico, es el camino que marcan con claridad las crisis recurrentes del sistema. Aprovechar el enriedo en su propia madeja de desatinos involutivos, significará propinarle un golpe certero al corazón de sus manejos descuartizadores de la sociedad, asegurando el paso hacia un nuevo estadío de la capacidad productiva y la elevación de la calidad de vida de los postergados de siempre.
Volver a dominar la industria básica, la producción y comercialización de las materias primas esenciales, el manejo de la infraestructura de servicios, el transporte y las comunicaciones, debieran ser objetivos irrenunciables para aprovechar en momentos donde la demostración palmaria del valor del Estado como organizador de la cotidianeidad se manifiesta con todo su poder, aún a pesar de la carga de falsificaciones mediáticas que intentan demostrar lo contrario a cada segundo.
Mal que les pese a los enemigos de los pueblos, ahora se ve con mayor claridad que nunca la importancia de la fortaleza estatal como medio para solventar las crisis. Lo demuestran desde hace mucho tiempo aquellos países donde la preponderancia del Estado es la forma que han adoptado para sus desarrollos, que si no han sido mayores ha sido por la coerción económica y financiera ejercida por el imperio, el método adoptado para intentar hacer retroceder en sus objetivos a los pueblos que buscan sus propios destinos sin tutelaje ninguno.
Más importante todavía, más allá de lo económico, será la generación de un sentimiento nacional poderoso, realimentador del proceso dignificador de la sociedad toda, productor de una cultura superadora de la marginación y el atraso, que se asiente en una historia rica en valores humanísticos y ejemplos de hombres y mujeres de capacidades y morales irreductibles, olvidados solo por seguir a los sucios apóstrofes de la dignidad popular.

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