martes, 14 de noviembre de 2017

LA SOBERANÍA PERDIDA

Imagen de "Contrainjerencia"
Por Roberto Marra

Entre el odio y el amor se han desenvuelto siempre las relaciones de nuestro País con Estados Unidos. Odio popular a sus gobiernos imperiales y amor corporativo de los poderosos locales a la “madre patria” financiera que los han sustentado a lo largo de la historia. Esa relación pendular, de acuerdo a la orientación de los gobiernos de turno, se dirige ahora hacia el más procaz de sus extremos, con la intención de dar via libre a la presencia de sus tropas en nuestro territorio.
Con la desvergüenza a flor de piel, los senadores de la Nación han aprobado esa injerencia inconstitucional con solo dos (dignos) votos negativos. Lo que da la idea del poder que el ejecutivo posee sobre muchos de los integrantes del cuerpo y la poca voluntad de plantear alternativas del resto, que ni siquiera estuvo presente para oponerse.
Con esta actitud de tan baja calidad institucional, estamos descendiendo otra vuelta en la espiral interminable de la pérdida de soberanía, que ya no parece importarle a mucha gente. Las ambiciones miserables, por cargos que les quedan muy grandes a sus bajos espíritus, convierten al Senado en un virtual apéndice de la Rosada, con las honrosas excepciones que siempre existen, pero no conforman mayoría.
No acatar las leyes parece ser un deporte nacional. Incluso negar la Constitución, si ésta les resulta molesta para concretar sus planes. Pasar por encima de ella no producen las reacciones que debieran esperarse, ni por los representantes amenazados con desenmascararles sus pasados sucios, ni por los representados, entretenidos con comedias de enredos judiciales que diariamente corrompen al otro poder del Estado.
Las mentiras suelen taparse con otras mentiras, por lo que es muy difícil desentrañar ante la sociedad la realidad de esta invasión silenciosa, que la golpeará tarde o temprano, como sucedió en los atentados de la década de los '90, con repercusiones que todavía nos sacuden.
Parece inútil hablar de soberanía e independencia en estos tiempos, donde han atrapado a las mayorías con mugrosas alegorías de falsos pasados y pasatiempos televisivos para enajenados. Esos títeres de hilos mediáticos, aplaudidores rabiosos de desfiles de tropas extranjeras, habrán de ser la carne de cañón necesaria para expandir el poder imperial que, muy tarde, habrán de descubrir como inexorable. Solo queda la esperanza en quienes todavía conservan la noción de Patria, para impedir tanta miseria moral convertida en paradigma de una Nación sin futuro.

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