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En
este mundo del reves en el que estamos viviendo, los cobardes asumen
actitudes opuestas a sus condiciones reales. Aparecen mostrando
altiveces que no pueden sostener con sus historias y sus formas de
actuar. Insuflados de poder, sacan pecho frente a los débiles de la
sociedad, asumiendo que su dominio es avasallante, pero solo frente a
ellos.
Para
muestra, valen los botones de los sucesos en la Patagonia, donde la
persecusión de mapuches se ha transformado en una especie de
“deporte” de esos robocops del subdesarrollo que, con la
arrogancia propia de los inútiles, arremete a balazos contra esos
pueblos originarios considerados, por gran parte de la población,
menos que humanos.
Claro
que sus acciones no serían posible sin la conducción de pérfidos
personajes de la política, supremos cobardes que pretenden acabar
con todo tipo de resistencia de quienes son despojados hasta de su
origen. Esos ridículos engreídos se autoasumen como dueños de las
vidas de todos nosotros, en tanto no seamos parte de quienes, en
realidad, tienen el Poder.
Actúan
para ellos, avanzan empujados por ellos, destrozan y matan por ellos.
Son sus “gerentes” represivos, vanidosos pusilánimes puestos a
mandar oscuras mentes obnubiladas por la sangre ajena, a la que
buscan como los vampiros de malas películas de terror.
La
cuestión es para qué. Y para quienes. Porque, ni casuales ni
circunstanciales, las violencias ejercidas por los cobardes de esta
segunda línea del Poder, tienen objetivos que van mucho más lejos
que sus balas. Es la forma de apoderarse ilegitimamente de suelos y
subsuelos, repletos de riquezas que necesitan para acrecentar sus
poderes espúreos, repitiendo fórmulas bicentenarias que terminaron
con la vida de millones de inocentes.
Apañados
por los “supremos” cobardes del Poder Judicial, tergiversan las
leyes y las acomodan a sus antojadizas prioridades. Los
encubrimientos mediáticos les aseguran impunidades para continuar
con su trágica tarea destructiva, siempre en nombre del combate a
las supuestas corrupciones de sus opositores políticos.
Temerosos
eternos de aquellos a quienes dañan con pasión gallinacea, ignoran
las repetidas advertencias de la historia, avanzando sobre ella con
la fuerza bruta de sus cobardes uniformados. Imposible negar sus
profundos miedos, que combaten matando. E imposible obviar el que
será el seguro final de sus bestialidades, aplastados por la fuerza
pacífica del Pueblo organizado.
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