jueves, 16 de noviembre de 2017

TRISTEZA FELIZ

Imagen de "El Confidencial"
Por Roberto Marra
Nunca pensé que en la felicidad hubiera tanta tristeza”. Esta frase de Mario Benedetti parece ideal para representar la actualidad argentina. El supuesto mundo de felicidades en el que aparentemente estaríamos viviendo, producto de habernos liberado de la “opresión populista”, no para de sorprendernos con “ajustes” destinados a lograr que quienes antes ganaban mucho, ahora ganen más todavía, y los subsidiados de antes pasen a ser ahora los “subsidiadores” de los poderosos.
Alegres filas de felices pagadores se reunen frente a las ventanillas de pago para recibir las buenas nuevas de los aumentos de tarifas. Y pagarlas con el placer de ser parte de una época feliz. Un tiempo donde todo transcurre con la seguridad en que siempre se puede un poco más. Pagar un poco más, claro.
Es que la población ha comprendido la verdadera razón de su existencia: asegurarles a los dueños de las grandes empresas de servicios, permanentes aumentos en sus beneficios, aun resignando los propios, los cuales, “solidariamente”, se transfieren a las cuentas offshore de estos magnánimos propietarios que, casualmente, ocupan ahora puestos claves en la estructura gubernamental. Esto, claro, para mejorar la calidad institucional.
Parece que al ocupar ambos lados del mostrador, la corrupción desaparece, ya que no necesitan pagar a funcionarios venales para obtener beneficios mayores y ganar licitaciones, porque en ellos mismos se subsumen los corruptos y los corruptores. Esto ahorra tiempo y esfuerzos, y la justicia ya no se recarga con inútiles esfuerzos persecutorios a coimeros, pudiendo dedicarse a encarcelar a perseguidos sin condenas o renovarles acusaciones sobre hechos que nunca sucedieron, pero que sirven para disciplinar voluntades molestas para sus fines.
Gas, electricidad y agua son como el tridente de un nuevo diablo. Con sus aumentos continuos se nos persigue cada día en una carrera enloquecida hacia la felicidad absoluta, la cual se completa con la disminución de los salarios y las jubilaciones reales, recibidas con beneplácito por los afectados, que entienden que postergar sus comidas les traerán futuros promisorios. Si es que sobreviven, por supuesto.
La tristeza del “virus de la felicidad sin sentido” será descubierta, tarde o temprano, por los infelices que no saben (todavía) que lo son. Ahí es cuando los fabricantes de tantas penas disfrazadas de alegrías habrán de descubrir que, tal como lo dijo alguna vez Miguel de Cervantes, “las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres; pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias”.

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