Imagen de Pablo A. Chami |
Los medios de comunicación se han ido convirtiendo, cada vez
más, en medios de desinformación, al elevar al rango de noticias importantes a
hechos casi irrelevantes, o tratar los relevantes como meros pasatiempos
ficcionales. La intencionalidad de esta conformación de los procesos
informativos no se basa en simples deseos de los editores a cargo de elaborar
las notas. Tampoco nacen de la necesidad de llenar paginas (u horas, en la
televisión) simplemente para justificar la venta de publicidad.
Los “medios” son los actores más importantes de los últimos
tiempos en esto de conformar nuevas conciencias, en diseñar nuestros
pensamientos a medida de los deseos de quienes, en realidad, necesitan y
ordenan tales concepciones comunicacionales. Que no son otros que los dueños
del Poder Real, ese que monopólicamente decide los destinos de millones, con el
único e irrenunciable interés de elevar infinitamente sus fortunas.
En eso están ahora, como siempre, pero exacerbados por sus
éxitos políticos, al haberse apoderado del gobierno a través del uso,
justamente, de esos medios. La mentira corre por sus noticieros como el dinero
por los bolsillos de los emisores, perversos intermediarios que no merecen el
honroso título de “periodistas”. Sin reparar en los daños profundos a la
sociedad que provocan sus diatribas, redoblan sus apuestas en fantasías jamás probadas,
ni siquiera corroboradas por los cómplices fundamentales en este proceso de
desmantelamiento del conocimiento: el Poder Judicial.
Mantenerse en el poder requerirá cada vez de mayores
mentiras. Y el engaño solo podrá continuar, mientras sean capaces de anular la
capacidad de reflexión de cada uno de los televidentes y lectores, quienes se han
convertido, por estos tiempos, en los principales difusores de las falsedades
escuchadas, tal vez creyéndose parte de un poder del que nunca obtendrán más
que promesas imposibles de cumplir.
Lejos de comprender la realidad, gracias a tanta farsa
mediática, habrán de caer también en el fango de la pobreza que no se irá por otros
20 años, según lo explicado por los autores de la ficción política en la que
sobrevivimos. Lo extraño, lo verdaderamente raro, es seguir escuchando a los
propios nuevos empobrecidos decir que “ya no se podía más”. Sin embargo, sí. Sí
se pudo. Y sí se puede.
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