Imagen de Agencia Paco Urondo |
En días de carnaval, la gente deja de lado las inhibiciones
y los dramas cotidianos, en búsqueda de un placer que la aleje del agobio permanente
de una sociedad atravesada por una economía que atropella sus necesidades y quebranta
sus proyectos de vida. El rey Momo alienta la diversión, ocultando tras las máscaras
las penas provocadas por los ejecutores de planes siniestros que, se sabe,
culminarán la comedia con el repetido melodrama de la miseria popular.
Esta interrupción momentánea de los padecimientos por parte
de las mayorías, tiene su correlato en el carnaval eterno en el que transitan
sus vidas los opresores disfrazados de funcionarios “republicanistas”, donde la
lujuria no tiene fin y los sufrimientos son desconocidos. Vividores de
esfuerzos ajenos, estos paquidermos especulativos nunca reconocen otra cosa que
sus deseos de poder omnímodo, logrado siempre con la anuencia y la protección de
otros símiles de un poder judicial desvencijado y de pretensiosa estirpe de
nobleza.
Hay de todo en ese corso del Poder. Las murgas de los
poderosos bailan al ritmo de sus admirados imperios, donde encuentran sus
orígenes las políticas que aplican con regodeo sobre los sojuzgados de siempre.
Los zancudos se elevan por sobre el resto de la sociedad a fuerza de mentirosas
bases mediáticas, mientras los cabezudos se pasean entre la multitudes de
sometidos para hacerles creer que son sus iguales, pero mejores.
Nunca faltarán los colados a la fiesta del Poder. Clasemedieros
engreídos por superficiales potestades transitorias, sindicalistas devenidos
empresarios, algún “Momo” de verdad, adormecidos trabajadores atrapados por
zanahorias que se desvanecerán tan pronto pierdan sus derechos, caudillos
feudales con pretensiones de estadistas
subdesarrollados o transformistas politiqueros de inútil trayectoria
En las tribunas de esta fiesta corsaria, millones de
impávidos espectadores de sus propias desgracias, miran sin ver y oyen sin escuchar,
bailando la música impuesta para beneficio de quienes los atan a la rueda de la
pobreza, que nunca se detiene en el cero.
Pero todo carnaval tiene su miércoles de ceniza. Es probable
que allí, donde el rey Momo termina sus días entre el fragor de las llamas, el
Pueblo descubra que nadie es tan poderoso como para eternizarse en el dominio
de sus esperanzas y el aplastamiento de sus ilusiones. Y comprenda que su libertario
fuego interior, nacido en historias de luchas heroicas y padecimientos
enervantes, será lo que logre transformar aquellas tribunas del corso de sus opresores,
en la unitaria búsqueda de una nueva vida. Una en la cual la solidaridad sea su
paradigma, la equidad su destino y en la que los sueños dejen de ser la
realidad de un solo día de carnaval.
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