martes, 28 de febrero de 2017

EL ETERNO CARNAVAL DEL PODER

Imagen de Agencia Paco Urondo
Por Roberto Marra

En días de carnaval, la gente deja de lado las inhibiciones y los dramas cotidianos, en búsqueda de un placer que la aleje del agobio permanente de una sociedad atravesada por una economía que atropella sus necesidades y quebranta sus proyectos de vida. El rey Momo alienta la diversión, ocultando tras las máscaras las penas provocadas por los ejecutores de planes siniestros que, se sabe, culminarán la comedia con el repetido melodrama de la miseria popular.
Esta interrupción momentánea de los padecimientos por parte de las mayorías, tiene su correlato en el carnaval eterno en el que transitan sus vidas los opresores disfrazados de funcionarios “republicanistas”, donde la lujuria no tiene fin y los sufrimientos son desconocidos. Vividores de esfuerzos ajenos, estos paquidermos especulativos nunca reconocen otra cosa que sus deseos de poder omnímodo, logrado siempre con la anuencia y la protección de otros símiles de un poder judicial desvencijado y de pretensiosa estirpe de nobleza.
Hay de todo en ese corso del Poder. Las murgas de los poderosos bailan al ritmo de sus admirados imperios, donde encuentran sus orígenes las políticas que aplican con regodeo sobre los sojuzgados de siempre. Los zancudos se elevan por sobre el resto de la sociedad a fuerza de mentirosas bases mediáticas, mientras los cabezudos se pasean entre la multitudes de sometidos para hacerles creer que son sus iguales, pero mejores.
Nunca faltarán los colados a la fiesta del Poder. Clasemedieros engreídos por superficiales potestades transitorias, sindicalistas devenidos empresarios, algún “Momo” de verdad, adormecidos trabajadores atrapados por zanahorias que se desvanecerán tan pronto pierdan sus derechos, caudillos feudales  con pretensiones de estadistas subdesarrollados o transformistas politiqueros de inútil trayectoria
En las tribunas de esta fiesta corsaria, millones de impávidos espectadores de sus propias desgracias, miran sin ver y oyen sin escuchar, bailando la música impuesta para beneficio de quienes los atan a la rueda de la pobreza, que nunca se detiene en el cero.
Pero todo carnaval tiene su miércoles de ceniza. Es probable que allí, donde el rey Momo termina sus días entre el fragor de las llamas, el Pueblo descubra que nadie es tan poderoso como para eternizarse en el dominio de sus esperanzas y el aplastamiento de sus ilusiones. Y comprenda que su libertario fuego interior, nacido en historias de luchas heroicas y padecimientos enervantes, será lo que logre transformar aquellas tribunas del corso de sus opresores, en la unitaria búsqueda de una nueva vida. Una en la cual la solidaridad sea su paradigma, la equidad su destino y en la que los sueños dejen de ser la realidad de un solo día de carnaval.

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