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Cada vez que un fenómeno
climático afecta a Haití deja a su paso muerte, desolación y las
denuncias de los negocios que se hacen con el país más pobre de América. Pocos
días después de que el huracán Matthew pasara por Haití numerosas agencias
internacionales de noticias -entre ellas la prestigiosa británica Reuters-
dijeron que habían muerto unas mil personas aunque el Ministerio del Interior
de Haití divulgara cifras mucho menores. La diferencia entre las cifras motivó
que el presidente interino Jocelerme Privert denunciara públicamente que se
exageraban las cifras de muertos para engrosar el negocio de varias
organizaciones no gubernamentales (las famosas ONG) y lucrar con el desastre,
como sucedió después del terremoto del año 2010.
El gobierno de Haití ha dicho que no rechaza la ayuda humanitaria pero
sostiene que en vez de agua necesitan infraestructura para potabilizarla, y que
–en vez de arroz- necesitan que los ayuden a mejorar los canales de riego,
medidas que podrían arreglar los problemas estructurales del país. Estos
reclamos de los haitianos se repiten cada vez que aparecen las campañas
internacionales de recolección de fondos para Haití porque numerosos artículos
escritos en los últimos años aseguran que la mayor parte del dinero que se
recauda va a las ONG y a organismos internacionales de todo tipo y que muy poco
llega a las arcas del Estado. Juan Gabriel Valdés, el ex canciller chileno que
entre 2004 y 2006 estuvo al frente de la Minustah (la Misión de Naciones Unidas
para la Estabilización de Haití) se atrevió a decir que “Haití no puede seguir
siendo el paraíso de las asociaciones no gubernamentales (…) Las ONG han
invadido Haití de una manera que resulta atentatorio contra los intereses del
pueblo haitiano”.
Según Valdés, las ONG habían invadido el país, se habían convertido en
un Estado paralelo fuera de todo control como si el Estado no existiera y con
una agenda propia que -en muchos casos- no coincide con las necesidades
planteadas por las autoridades. Por esta razón el gobierno haitiano actual
insiste en brindar cifras oficiales para que de una vez por todas se deje de
lucrar con los más pobres del continente. Desde ya que es muy difícil saber la
cantidad exacta de muertos y los desastres naturales no eximen a los diferentes
gobiernos locales de las responsabilidades por no haber podido erradicar la
pobreza. Pero resulta asombroso que el Fondo Monetario Internacional en
su informe de 2015 sobre Haití elogie que “mantuvo la estabilidad
macroeconómica después del terremoto, el crecimiento positivo, que la inflación
siga moderada y los niveles de reservas adecuados”. El informe también
sostiene que se busca “profundizar las reformas estructurales” en un lenguaje
calcado de otros informes del FMI para cualquier país y aunque Haití se
desangre.
Haití parece un paraíso para los que lucran con la pobreza. Para
los haitianos, orgullosos herederos de la primera revolución antiesclavista del
continente, se parece al infierno.
*Publicado en Nodal
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