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En
“Cambalache”, Discépolo nos dice que “…los inmorales nos han igualao…”. Se
quedó corto. Nos han ganado la partida. Y se han apoderado de todo, incluso de
las conciencias de muchos que, abandonando toda convicción, se dejan arrastrar
por el oleaje nauseabundo de la oferta prodigiosa de venturosas vidas futuras,
a cambio de los sacrificios del presente.
Para
hacerlo, los “señores” del Poder tienen instrumentos de dominación que se han
mostrado muy efectivos. Los medios de comunicación son esas armas de intrusión
masiva en los sujetos subyugados por el Poder y convertidos en meros
espectadores de un tiempo que no viven, solo transcurren.
Transformados
en masa, siguen a ciegas a esos gurúes de la desinformación convertidos en adalides de la moral, que
desde sus púlpitos televisivos vociferan editoriales de agresividades infinitas
hacia sus enemigos ideológicos. Para estos campeones de la verdad revelada, no
existe la posibilidad de debatir. Solo se trata de injuriar a quienes no opinen
como ellos, a quienes no acepten sumisamente los mandatos de los poderosos que
los sostienen como sus voceros.
El énfasis
verbal que manifiestan no es producto de convicciones, abandonadas hace mucho
tiempo o que, lo más seguro, nunca tuvieron. Es simplemente el trabajo sucio
por el cual pactan millonarios contratos con los oligopolios de la
comunicación. Sus inmorales esfuerzos solo están destinados a frenar cualquier
atisbo de resistencia popular ante la pauperización reinante, asegurando la
buscada profundización de la desigualdad.
Abajo, muy
abajo, lejos de ese fastuoso mundo televisado de mentiras y egos ilimitados,
millones de sufrientes desplazados de la vida, buscan con desesperación algún
medio de subsistencia. Han sido nuevamente alejados del centro del interés
político, convertidos otra vez en “carne” descartable para una sociedad ahora
mudada en reducto exclusivo para los poderosos y sus compinches.
Lejos de ser
un efecto no deseado es, justamente, lo que persiguen quienes se apoderaron de
las estructuras estatales. No son errores, son objetivos. No son daños
colaterales. Son efectos conocidos y buscados por quienes manejan la
deshumanizada economía financiera que domina al Mundo (y al País) por estos tiempos.
El sabio Discepolín ya nos advertía, hace muchos años, “…que el siglo veinte,
es un despliegue de maldá insolente…” Y el veintiuno, también.
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