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Robespierre asesino. Lenin
asesino. Trotsky asesino. Mao asesino. Castro asesino. Guevara asesino... Así
ha sido siempre para la historia liberal democrática que rige la
contemporaneidad: ingresar al campo donde se dirime la justicia es finalizar en
la lista de los estigmatizados.
Se pueden promover cambios “supraestructurales”, pero tocar de verdad
los intereses de las corporaciones, intervenir en la “infraestructura”, lleva
directamente a tener un lugar privilegiado en el “libro negro” de la Historia.
Y es cierto que no sólo se trata de la imputación que procede de la tradición liberal
y su actual giro neoliberal. Es cierto que el círculo de virtud y terror que
impregnó a las metafísicas totalizantes de la revolución hizo que la justicia y
la sangre fueran desde un principio de la mano, hasta que la sangre embargara a
la justicia. Las experiencias latinoamericanas que se propusieron ir a
contrapelo del neoliberalismo vigente tomaron nota de esta terrible cuestión e
intentaron llevar adelante procesos colectivos soberanos y populares no sólo
custodiando el espacio democrático sino radicalizándolo en sus distintos
alcances y, en particular, en los derechos humanos y civiles. Pero allí están
de nuevo los verdaderos señores de todas las guerras y genocidios, con toda
impunidad, hablando de asesinato e intentando presentar a una presidenta que
hizo todo lo que tenía que hacer por la memoria y la justicia siendo construida
mediáticamente como sospechosa de una muerte que viene del mismo lugar de donde
siempre viene la Muerte en Argentina. Que sean los diarios cómplices de la
dictadura argentina los que están detrás de esta operación y los diarios
internacionales encubridores de todas las masacres perpetradas en los últimos
tiempos es lo que termina por ponerle el acento macabro al asunto.
* Psicoanalista, escritor, consejero cultural de la Embajada de
Argentina en España.
Publicado en página12
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