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La denuncia ya tiene poco que
ver con la Justicia. La Justicia cada vez tiene más que ver con la política y
la política cada vez más tiene que ver con la denuncia. La denuncia ya es una
forma de hacer política a través de la Justicia. Y su eficacia radica en que,
así, la política del denunciador queda encubierta por el escenario de cartón
piedra de una supuesta Justicia.
La política empodera a las personas y la antipolítica produce lo contrario.
Entonces, el discurso de la antipolítica busca debilitar el discurso político
contrario para fortalecer la política propia, pero sin exponerla, porque no
confronta la idea del otro con su idea, sino que simplemente lo denuncia y así
evita decir lo que piensa.
Del color que sea, la política tiene los mismos defectos y virtudes
que tienen la comunidad y las personas, con las amplificaciones que produce la
lupa del poder. En ninguna actividad se da la pureza de los santos, pero la
calidad en la convivencia de una democracia se profundiza, entre otras cosas, a
medida que mejora la calidad de las herramientas de la política.
La denuncia usada como antipolítica empobrece a la política, no la
mejora, aunque el que la enuncia se desgarra las vestiduras diciendo que lo
hace para castigar a los políticos.
A esta altura se ha naturalizado como una herramienta de la política,
que incluso puede propulsar carreras como las de Elisa Carrió, construidas
exclusivamente sobre la base de la denuncia. La oposición abusó de ese
artefacto político encubierto. La denuncia puede ser cierta o no, por lo
general no importa, porque desde el punto de vista político, lo que resuena
inmediatamente es la denuncia. Lo que suceda después, cuando la Justicia se
expida, es secundario a estos fines. Su uso se extendió porque resulta una
herramienta cómoda y sin riesgos.
Cada vez que perdió una votación en el Congreso, algún dirigente de la
oposición acudió a presentar una denuncia en algún tribunal a veces
llamativamente receptivo con estas prácticas. Lo que se pierde en la votación y
el debate democrático se convierte en una materia judiciable, que genera mucha
explotación mediática. Así sucedió con la ley de medios, con la ley de defensa
del consumidor o con la nacionalización de Aerolíneas. Se supone que Macri está
en contra de la política de derechos humanos del Gobierno. Pero en vez de decir
lo que él haría, denuncia “el curro” de los derechos humanos. Así queda bien
con los represores sin aparecer pegado a ellos. Se sospecha lo que haría, pero
no lo aclara.
En un año electoral, lo primero, y prácticamente lo único, que
repercutió en los medios fue la ofensiva de causas judiciales contra el
Gobierno. Una tras otra se desempolvaron denuncias antiguas, se prepararon
algunas nuevas, se emprendió contra familiares, amigos y empleados, conocidos o
allegados. En medio de esa tormenta perfecta de demandas judiciales preparadas
para la campaña electoral, ninguna fuerza se preocupó por presentar un plan de
gobierno. Y ahora, frente a un proceso electoral en el que hay una competencia
entre opositores, la denuncia ya es también un arma de esa disputa.
Se puede criticar o no que la vicejefa de Gobierno porteño, María
Eugenia Vidal, regale ambulancias de la Ciudad de Buenos Aires a intendentes
bonaerenses a los que el macrismo busca cooptar. Pero el detalle de la denuncia
judicial le agrega un tono característico, el vicio de la época. La mayoría de
las fuerzas de la oposición, incluidos el macrismo y el massismo, participó en
el festival de denuncias que organizaron en estos años de gobierno
kirchnerista. Y al final se les vuelve contra sus cabezas como un boomerang con
moraleja. Sin embargo, la consecuencia más difícil es que el denuncismo hizo
que el discurso propositivo de la oposición se redujera a lo mínimo y
elemental, es prácticamente ine-xistente, con lo cual se empobreció el debate
y, por lo tanto, la calidad democrática de la República.
*Publicado en Página12
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