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El mensaje que fluye desde las
usinas económicas tradicionales apunta sobre el “exceso de demanda” para
explicar lo que suponen “desequilibrios” económicos. El aumento del gasto
público, la emisión monetaria, la expansión de la inversión pública, las
mejoras salariales, el alza de las jubilaciones y de los planes de ampliación
de derechos sociales y económicos serían las causas de una economía estancada.
El fomento de la demanda estaría inhibiendo a la oferta, o sea a la inversión
privada y, por lo tanto, provocando presiones inflacionarias, tensiones en el
mercado laboral y caída de la actividad. El incremento a las jubilaciones
anunciado ayer no contribuiría entonces a la estabilidad y al crecimiento, sino
que estaría alimentando los desequilibrios económicos. De una u otra forma, con
más o menos énfasis, los promotores del ajuste, ortodoxos y heterodoxos
conservadores, cargan sobre la demanda agregada planteando la hoja de ruta para
la economía 2016. La secuencia propuesta, con matices aunque con el mismo
objetivo, sería una política cambiaria más activa porque “está atrasado el tipo
de cambio”, lo que implicaría un ritmo de devaluación más acelerado, combinada
con una estrategia fiscal que denominan “responsable” para eliminar el déficit
público controlando el ritmo de expansión del gasto público.
Es la formulación del ajuste tradicional, eliminando en esa
enunciación inicial los componentes más resistidos, como la flexibilización
laboral, desregulación y privatizaciones desplegados en la década del noventa,
pero que terminarían desembocando en esas playas por la propia dinámica de ese
proceso. Ese camino conduciría a un previsible fracaso en materia de
estabilidad y paz social, luego de disfrutar de un período de fácil
endeudamiento externo facilitado por la herencia de un nivel bajísimo de deuda
pública en manos del sector privado. El conocido fiasco del ajuste exigiría
esas muestras adicionales de lealtad hacia lo que denominan políticas “razonables”
de aceptación universal.
La mayor virtud de los promotores de ese sendero con destino de crisis
es la capacidad de repetir propuestas que apuntan a castigar a los sectores
medios y bajos sin ser recusados. Pese a las experiencias pasadas en América
latina y las actuales en Europa, han podido mantener el discurso hegemónico de
interpretación del ciclo económico. Los desafíos que enfrenta la economía
argentina no pasan por debilitar la demanda agregada, sino por abordar
cuestiones nodales de su estructura productiva. Se conocen los resultados
cuando se produce un colapso de la demanda agregada que detiene la inversión y
se frena entonces la generación de empleo. Esto conduce a una más intensa caída
de la demanda agregada y así, en un círculo vicioso, se llega al estallido de
una crisis. El fortalecimiento de la demanda agregada se apoya en la política
fiscal y monetaria expansiva y la reacción conservadora impugna esa
orientación.
El fomento de la demanda cumple un papel relevante como motor del
crecimiento y, por lo tanto, de la inclusión social. Para debilitar esa
política, que genera tensiones en la estructura productiva porque exige
compromiso de los sujetos económicos privados en materia de inversiones, la
señalan como responsable de una elevada tasa de inflación. Sin embargo, pese a
los sermones diarios de los predicadores de problemas económicos, las presiones
sobre los precios tienen su origen en la suba de costos y puja distributiva y
no en el exceso de demanda. Esos costos están compuestos por la disputa por
mejorar el salario real, el nivel de la tasa de interés, los precios
internacionales de los productos de exportación y por el tipo de cambio real.
Por ejemplo, una devaluación significa una elevación de costos por dos vías:
alza de los valores de las importaciones y más altos precios internos por los
bienes de exportaciones, redundando en una mayor suba del nivel de precios. Es
lo que se conoce como “inflación cambiaria” de costos. No se trata entonces de
una “inflación de demanda”, sino una por costos y puja distributiva. Por lo
tanto las políticas fiscales y monetarias restrictivas no actuarían
directamente sobre la suba general de precios al mermar las cantidades
sobredemandadas, como afirma el conjunto de los sacerdotes del ajuste.
Para un contexto que no es el de la economía argentina actual, pero es
muy similar al de los años previos al estallido de la convertibilidad, el
Premio Nobel Joseph Stiglitz refuerza la idea de fomentar la demanda en las
economías desarrolladas. En su más reciente artículo publicado en Project
Syndicate, “Las políticas de la estupidez económica”, señala que el malestar
que aflige a la economía mundial se podría reflejar en dos slogans simples: “Es
la política, estúpido” y “Demanda, demanda, demanda”. El elenco estable de
economistas del establishment ignora o desdeña a Stiglitz, aunque muchos de
ellos ni llegaron a publicar un libro o un paper académico. La brutalidad es
una condición, en cambio la ignorancia es una elección.
Stiglitz advierte que el estancamiento mundial que se vivió el año
pasado fue creado por el hombre, al señalar que en varias de las principales
economías fue el resultado de políticas que ahogaron a la demanda. Explica lo
básico: ante la falta de demanda, se afecta en forma negativa la inversión y el
empleo. “En ningún otro lugar esta situación se muestra con mayor claridad que
en la Eurozona, que ha adoptado oficialmente una política de austeridad con
recortes en el gasto público que aumentan las debilidades en el gasto privado”.
Stiglitz propone que impulsar la demanda es lo que el mundo más necesita,
indicando que el sector privado, incluso con el generoso apoyo de las
autoridades monetarias, no va a proveer dicha demanda. “Pero la política fiscal
sí puede hacerlo”, afirma, aconsejando que “disponemos de una amplia variedad
de inversiones públicas entre las que podemos elegir, inversiones que podrían
producir grandes ganancias –mucho más altas que el costo real del capital– y
que fortalecerían a los países que las realizan”.
En esa misma línea, el último informe de la Conferencia de las
Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (Unctad, siglas en inglés),
presentado en Ginebra en septiembre pasado, postula que “hacen falta nuevos
impulsores de crecimiento para salir del marasmo económico mundial”. En
sintonía con el postulado de Stiglitz, propone fortalecer la demanda agregada,
la misma variable que aquí los referentes económicos que dominan el discurso
público quieren debilitar. En el informe 2014, la Unctad plantea que seis años
después del inicio de la crisis económica y financiera global, la economía
mundial todavía no ha encontrado una vía de crecimiento sostenible. En el
estudio “Gobernanza mundial y espacio para políticas de desarrollo” incluido en
ese informe convoca a realizar cambios importantes en la gestión de la economía
mundial. “Para poner fin a un período prolongado de bajo crecimiento económico
es preciso fortalecer la demanda agregada propiciando un crecimiento real de
los salarios y una distribución más equitativa de los ingresos, y no nuevas
burbujas financieras”, señala. Advierte sobre el predominio que sigue teniendo
la esfera financiera sobre la economía real y la persistente merma de la
participación de los salarios en la economía, lo que se traduce en la
incapacidad de tratar las causas de la crisis. El informe explica que el
comercio internacional no se ha desacelerado debido al aumento de las barreras
al comercio o las dificultades del lado de la oferta; su crecimiento lento se
debe a la escasa demanda mundial, sentencia que transita a contramano de la
interpretación convencional. Por consiguiente destaca que los intentos de
estimular las exportaciones mediante reducciones salariales y una “devaluación
interna” son inútiles o incluso contraproducentes, especialmente si son varios
socios comerciales los que persiguen esa estrategia al mismo tiempo. Para
concluir que “la expansión mundial del comercio se conseguirá mediante una
sólida recuperación de la producción impulsada por la demanda interna, y no al
revés”.
En un período electoral no es fácil eludir a los profetas del ajuste
porque la confusión es su estrategia, pero las alertas deben estar encendidas
para no caer en la trampa de aquellos que prometen bienestar castigando las
bases económicas de la demanda.
*Publicado
en Página12
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