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Quien recorra los comentarios anónimos que siguen a los
artículos de la prensa hegemónica en Internet, aquellos referidos al
gobierno nacional, a sus funcionarios, legisladores o militantes, verá
que en general se trata de insultos y agravios. Parece más un compendio
de lugares comunes antiperonistas que la tan mentada interacción que
permitiría la tecnología de la Web; suelen hablar más de las
frustraciones individuales de quienes los escriben que del tema en sí.
En ese contexto, un verdadero problema reside en que muchos de los dirigentes de la oposición, de sus principales referentes, toman esos mismos conceptos, a veces más edulcorados, aunque no menos violentos. De la salud de la presidenta hasta la situación económica; de la Argentina en el mundo hasta la cotidianeidad del barrio, todas las variables de análisis que dan son sistemáticamente negativas.
No hay nada bueno. Sin ser exhaustivo en la enumeración, se atacan tres conceptos básicos. El primero es la justicia social, ejemplificada en el aumento del empleo, la disminución de la pobreza y de la indigencia, de la Asignación Universal por Hijo, del plan federal de salud, de la inversión como política de Estado, de la construcción de viviendas, la recuperación de la ANSES, los aumentos jubilatorios, el plan Conectar-Igualdad, los avances en agua y saneamiento, el derecho a la identidad. Todo eso cae por "populista" o "clientelista".
El segundo punto es la independencia económica. Tenemos la política de desendeudamiento desde 2003, la desarticulación del lazo colonial con el Fondo Monetario Internacional, la reforma de la carta orgánica del Banco Central de la República Argentina, la transformación de la Comisión Nacional de Valores, el rol del Fondo de Garantía de Sustentabilidad de la ANSES en la inversión, las empresas públicas que se recuperan, entre otros. Estos hechos sólo expresan "estatismo" o "negociados".
Por último, la soberanía política. Esta expresada en la política de Derechos Humanos, la independencia de la justicia, la reforma de la Corte Suprema, la Ley de Medios de Comunicación Audiovisual, la reforma política, el desarrollo de la ciencia y la tecnología, la integración entre iguales que propician el Mercosur, la Unasur y la Celac, la adhesión global a la posición argentina en la cuestión de las Malvinas, el voto a los 16 años, la participación juvenil en la militancia, junto con muchas otras cosas. Eso es calificado de "autoritarismo" o "delirios de grandeza".
Es la esencia del proyecto la que sufre ataques cotidianos, con el agravante que cualquier posicionamiento a favor de las políticas de justicia social, independencia económica y soberanía política sólo pueden encontrar explicación, entre la oposición, por meros intereses monetarios. ¿La cuantificación de los logros alcanzados por la sociedad en estos diez años? Les basta con decir Indec, con aire entendido y adjetivo descalificativo, sin fundamentos.
Algunos hechos relevantes, como la construcción del cohete Tronador II pasa muy atrás de la comunicación dominante, donde la noticia pierde frente al espectáculo, la chicana evacua al comentario y sólo se trata de desprestigiar sin límites. Por eso, en el momento en que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner comienza su regreso a la actividad ejecutiva, surgen por doquier las afrentas de diverso tipo, desde las personales que hacen a su persona o a su familia, hasta las profecías sombrías sobre su devenir político y el futuro del movimiento nacional.
En el fondo, de eso se trata. Al hablar de "fin de ciclo" o "transición", o al sugerir un acortamiento de los plazos constitucionales, lo que se busca es impedir que los próximos años de gestión lleguen a buen término. Porque la presidenta sería así la primera mandataria desde 1983 que no haya sufrido los finales de Alfonsín, Menem o De la Rúa; como ya fue señalado, su conducción seguirá vigente después de 2015. Y eso es lo que el establishment no puede consentir, ya que precisa de gerentes y no de militantes.
Por cierto, el viejo fondo conservador en lo social y liberal en lo económico no es algo nuevo en la historia argentina, de 1810 a 2013. Puede sorprender, quizá, la merma en la calidad de la argumentación; hubo pensadores, escritores y polemistas de relieve en los sectores más reaccionarios, pero escasean desde el advenimiento del neoliberalismo. Por eso se lo llamó el pensamiento único, ya que no es capaz de resistir la discusión con otros paradigmas. De allí la necesidad del insulto permanente. Así, a fuerza de descalificar la acción de gobierno, de denigrar la dimensión política de los problemas económicos y sociales, creen que alcanzarán sus objetivos. Pero no existen las repúblicas sin ciudadanos y sólo con comentadores agresivos.
*Publicado en Tiempo Argentino
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