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"No podemos construir un automóvil decente, ni un televisor… ya no tenemos siderúrgicas,
no podemos otorgar servicios de salud a nuestros ancianos, pero eso sí,
podemos bombardear tu país hasta hacerlo mierda, especialmente si tu país está lleno de morenos…" (George Carlin).
Mucha gente identifica el capitalismo con la existencia de los
mercados e incluso de las empresas pero eso es un grave error. Ambos
exitieron desde mucho antes que el capitalismo y seguirán existiendo
cuando desaparezca, aunque sí es cierto que en cada sistema económico
funcionan con características y funciones diversas.
El rasgo distintivo del capitalismo es que, primero, incorporó a la
órbita del mercado recursos que antes se utilizaban fuera de él, como el
tiempo de trabajo y la tierra. Antes se podía comprar o vender a las
personas pero no se adquiría su fuerza de trabajo a cambio de un salario
y la tierra se conquistaba o transmitía pero no se intercambiaba en
mercados como se hace en el capitalismo. Ese hecho, y el que más
adelante se hayan mercantilizado incluso hasta las expresiones más
íntimas de la vida humana y social, hacen que el capitalismo se distinga
no por haber creado, como a veces se cree erróneamente, la economía de
mercado, sino la sociedad de mercado. Y, por tanto, someter la vida
social en su conjunto al afán de lucro.
La utilización del trabajo asalariado y de grandes volúmenes de
capital (físico y dinerario) en el seno de las empresas permite
multiplicar la capacidad de producción y generar una gran acumulación
que ha derivado, justo es decirlo, en un progreso innegable. Pero, al
mismo tiempo, crea fuertes contradicciones y problemas sociales muy
graves.
Aunque pueda parecer un simple juego de palabras lo que ocurre en el
capitalismo es que para poder obtener beneficios hay que obtener cada
vez más beneficios, lo que lleva a producir sin cesar y a hacerlo con
cada vez menos coste. Solo con que no crezca la inversión, incluso
aunque no caiga, no solo se estancan los ingresos y los beneficios sino
que se reducen multiplicadamente.
Pero para obtener cada vez más beneficios produciendo sin parar es
preciso reducir al máximo el coste salarial. Eso provoca muy a menudo la
falta de sintonía entre el precio que se querría pagar por el trabajo y
la posibilidad de vender todo lo que se pone a la venta. Si los
capitalistas fuesen tan numerosos como para comprar la totalidad de lo
que producen se podría pagar una miseria a los trabajadores, pero si
éstos son los que compran la mayor parte de la producción, como en
realidad ocurre, resulta que a medida que se les paga menos es menor la
capacidad global de la economía para comprar la producción. Eso quiere
decir que, lo quieran o no, cuando los capitalistas se ahorran salario
puede ser que alguno gane más individualmente pero que, a nivel general,
lo que provocan es que se agote la capacidad general de absorber la
producción que entre todos generan. Y de ahí vienen la mayor parte de
las crisis que de forma recurrente se vienen produciendo desde que el
capitalismo existe.
Para evitar eso los capitalistas tienen que recurrir a diversos
remedios (que no voy a comentar aquí) y uno de ellos es lograr que su
producción se adquiera por quien no depende del salario para poder
comprar, concretamente por el sector público. Es otra paradoja más del
capitalismo: los capitalistas rechazan la actividad del Estado pero solo
cuando favorece a otros porque constantemente reclaman al sector
público que adquiera la mayor parte posible de su producción o que salve
a las empresas cuando su estrategia de ahorrar salario produce una
crisis.
Una de esas vías es el gasto militar. Prácticamente todas las grandes
empresas mundiales sin excepción tienen una buena parte de su actividad
dedicada a suministrar bienes o servicios al Estado y más concretamente
a sus ejércitos. Es una forma muy rentable y no dependiente de los
salarios de realizar su producción. Y no importa que la producción
militar a veces simplemente se vaya almacenando o que destruya recursos
cuando se utiliza, porque en el capitalismo la producción no se lleva a
cabo en función de que sea más o menos útil lo que se produce, sino de
que proporcione beneficios.
Es por eso que se alienta el crecimiento continuado del gasto
militar, aunque ya sea tan alto (1,33 billones de euros en 2012) que
hasta resulta claramente innecesario, pues con muchísimo menos de esa
cantidad sería suficiente para destruir varias veces a todo el planeta.
Un gasto tan elevado, irracional y desproporcionado (o mejor dicho, un
negocio tan redondo) que solo se puede justificar si se generaliza la
idea y se convence a la población de que vivimos en permanente peligro y
de que hay múltiples enemigos a punto de atacarnos, cuando en realidad
lo que hay de por medio no es otra cosa que el deseo incontrolado de
ganar cada vez más dinero de las grandes empresas multinacionales.
Todos sabemos que la inmensa mayoría de los conflictos bélicos que se
han producido en la historia de la humanidad se han debido a motivos
económicos y también ahora ocurre así. Las últimas guerras de Irak o
Afganistan o las que a menor escala se desarrollan en otros lugares del
mundo tienen su origen, cada vez con menos disimulo, en intereses
económicos. Pero, además de eso, lo que ocurre en el capitalismo es que
la guerra y el gasto militar no solo sirven a intereses económicos sino
que se han convertido en un interés económico en sí mismos.
En el capitalismo, la guerra no es solo un modo de producir
satisfacción y dar poder a quien la gana, como siempre, sino que también
se recurre a ella para resolver los problemas que producen el afán de
lucro que le es consustancial y las contradicciones que se derivan del
intento continuado de reducir el salario.
La conclución es evidente. Aunque para saber qué hay detrás y el por
qué de las guerras siempre ha habido que descubrir con nombres y
apellidos a quienes se benefician de ella, hoy día también es necesario
entender cómo funciona una economía que solo busca el beneficio privado
de una parte de la sociedad a costa de los ingresos de los demás. Y la
predicción subsiguiente es igual de obvia: mientras que ésto último se
produzca, mientras perviva el capitalismo y la estrategia económica
dominante sea ahorrarse salarios, no dejarán de sonar los tambores de
guerra ni se acabarán de contar los muertos que produce.
*Publicado en Telesurtv.net
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