domingo, 14 de abril de 2013

HIPOCRESÍAS GOLPISTAS

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Por Hernán Brienza*


 Siempre me fascinó desentramar la "hipocresía", ya que siempre me parece uno de los eslabones más altos de la falta de honestidad en una persona o en un sector político o social. Mientras la mayoría de los "bien pensantes", los políticamente correctos, "civilizados", por decirlo de una manera que tiene una larga tradición en la historia argentina, embisten contra el "cinismo", yo creo en cambio que es la "hipocresía" y no el "cinismo" uno de los peores males de la acción política. 
Generalmente, los "civilizados" acusan a los peronistas de ser "cínicos y desvergonzados", "obscenos y groseros" –en una mala utilización del concepto "cínico", el cual me merece el mayor de los respetos–. Sin embargo, los "bien pensantes", los "humanitarios", los "demócratas de siempre" nunca reflexionan sobre sus propias miserias, es decir sobre sus hipocresías. Hipócrita es aquel que finge creencias, cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente experimenta o siente. Es una pantalla, una máscara, un disfraz. No se trata simplemente de una persona inconsistente o incoherente entre sus dichos y sus actos –al fin y al cabo un pecado de debilidad–, se trata del deseo de esconder los motivos reales. Hipócrita es aquella persona que pretende mostrar grandeza y bondad, mostrándose como ejemplo para la gloria cuando en realidad está haciendo justamente lo contrario.
Los cínicos, aun en sus maneras deformadas, remiten, en cambio, a la noble escuela filosófica griega. Mostrar con naturaleza las miserias propias como forma de denunciar las miserias ajenas siempre me resultó más noble que la hipocresía. El cinismo no cree en las buenas intenciones de los hombres ni de las mujeres. No cree en quienes hacen demasiada alharaca con palabras altisonantes como "democracia", "libertad de expresión", "sagrados intereses de la patria". Sospecha que detrás de todas ellas se esconden intereses particulares o de clase. Algo así como entender que el periodismo no es un noble oficio libertario sino que en su mayor parte es la defensa de los intereses de grupos económicos elaborada por mercenarios de turno. O que la justicia no es otra cosa que un aparato administrativo entrelazado con los poderes reales –grupos económicos, bufetes de abogados costosos y jueces de doble y triple apellido–. O que el dios Mercado no es otra cosa que un coto de caza para lobos hambrientos. 
El gobierno nacional no practica el "cinismo". Aun cuando muchos de sus diagnósticos sobre la realidad política tengan un matiz, una mirada, una sospecha cínica –en el sentido griego del término–, apela constantemente a ciertos ideales que no pueden entenderse como "cínicos": la nacionalidad, lo popular, lo colectivo, el Estado como virtud, son principios que ningún cínico de buena ley podría sostener. Incluso, la mayoría de las veces es transparente en sus iniciativas políticas –demasiado transparente, diría–. El gobierno no esconde nunca sus pretensiones hegemónicas, porque no considera que la hegemonía sea en sí misma negativa, ya que parte de su "diagnóstico cínico" es comprender y desnudar la hegemonía del liberalismo conservador, representantes de los grupos económicos poderosos de la Argentina, entre ellos, los medios de comunicación y sus intelectuales orgánicos que se disfrazan de progresistas vendiendo sus "pasados revolucionarios".
Sectores de la oposición, en cambio, abrazan sin el más mínimo pudor las prácticas más aberrantes de la hipocresía, es decir, esconden sus verdaderas pretensiones, sus cualidades más funestas bajo los oropeles de las grandes intenciones, como fariseos se rasgan las vestiduras por las supuestas violaciones de la ley mientras mandan a crucificar a "pobres cristos". Acusan a los demás de "golpistas" cuando son ellos los que preparan en la sombras el golpe de Estado, viven hablando de los "sagrados intereses de la República", cuando ellos desde las páginas de sus matutinos han apoyado todas las dictaduras militares desde 1955 a la fecha, hablan de "independencia del Poder Judicial", cuando ellos formaron parte del sistema judicial de la dictadura militar y no movieron un solo dedo para imponer, se disfrazan de progresistas y hacen elaboradas columnas con frases elegantes, cuando en realidad forman parte del estatus quo académico y se benefician haciendo negocios en nombre de la educación y el pensamiento. 
Son hipócritas cuando, por ejemplo, el titular de la Mesa de Enlace, Eduardo Buzzi, de la Federación Agraria, supuesto defensor de los chacareros progresistas, se hace el democrático cuando apoyó con su silencio, en el marco de una asamblea de la SRA santafesina, las macabras frases de un productor que "acusó" al gobierno nacional de "chavista, marxista y progresista" y llamó a "destituir y hacer desaparecer" a los integrantes del gobierno nacional.Y fueron precisos a la hora de dar instrucciones: "Los productores están dispuestos a que este gobierno, o esta porquería que está gobernando, se vaya a patadas. ¿Nos vamos a ir nosotros del país? No, se van a tener que ir ellos. Si es por las buenas o por las malas no sé, eso van tener que programarlo las entidades, pero esto se tiene que terminar." 
Son hipócritas cuando, como Elisa Carrió, denuncian la democratización del Poder Judicial como "un golpe de Estado" a conciencia de que está convocando públicamente al derrocamiento de un gobierno legal y legítimamente constituido. "Técnicamente, estamos en presencia de un golpe de Estado", mintió la desorbitada legisladora quien, además, alcanzando el delirium tremens acusó a la presidenta de "corrupción de menores" –injuria y calumnia– por convocar a la juventud a militar en política. (Interesante concepción de la política tiene la ex colaboradora de la dictadura militar quien sostiene que la participación popular es corrupción y que la única militancia válida es la de la dirigencia que apenas llega al dos por ciento del padrón electoral, ¿no?) 
Carrió es consciente de que dio piedra libre al golpe de Estado porque expresó: "Esto (por la democratización de la justicia) es un golpe de Estado, llamo a los ciudadanos a defenderse." Y apeló, obviamente, al artículo 21 de la Constitución Nacional, que dice: "Todo ciudadano argentino está obligado a armarse en defensa de la patria y de esta Constitución, conforme a las leyes que al efecto dicte el Congreso y a los decretos del Ejecutivo nacional." El texto hace una salvedad con respecto a quién puede convocar a la resistencia armada, pero todavía sobrevuela el viejo espíritu de la norma que era un llamamiento a la resistencia cívica frente a atropellos dictatoriales. Carrió la tiene clara, por eso acusa al gobierno de supuesto "autogolpe de Estado" para poder convocar a un "golpe de Estado verdadero". Y no lo dice una persona que sólo sacó el dos por ciento de los votos, lo dice alguien en el canal de noticias oficial del Grupo Clarín, es decir, la maniobra golpista cuenta con el apoyo absoluto de Héctor Magnetto y compañía. 
El diccionario de la Real Academia Española define como "golpe de Estado" una "actuación violenta y rápida, generalmente por fuerzas militares o rebeldes, por la que un grupo determinado se apodera o intenta apoderarse de los resortes del gobierno de un Estado, desplazando a las autoridades existentes." Técnicamente, Carrió desvaría.
Pero no por eso hay que dejar de tener cuidado con sus palabras. Si sumamos a los dirigentes de las entidades agropecuarias, más los principales columnistas de los diarios Clarín y La Nación que agitan el fantasma de la "dictadura" para crear un clima destituyente y justificar una ruptura institucional, si analizamos el comportamiento especulador de los exportadores –incluso los industriales–, si se escucha a empresarios y vaqueros mostrar en privado sus deseos de no invertir, a riesgo de perder dinero, con tal de socavar al gobierno nacional, uno no puede más que sospechar que más temprano que tarde el liberalismo conservador intentará dar un golpe de mercado similar al que dio contra Raúl Alfonsín o una asonada pseudo institucional como la que dieron contra Fernando Lugo en Paraguay.
Hipócritas son los que acusan a las juventudes políticas del kirchnerismo de violentas cuando hasta ahora los únicos violentados fueron esas mismas juventudes, ya sea a través de las calumnias o de las patoteadas de grupos de choque de la derecha sindical. Y deben ser conscientes, también, de que detrás de cada golpe que dieron los agresores el domingo pasado en La Plata están aquellos que los alentaron. Porque cuando uno dice "te vamos a matar" hay alguien que "va y mata", decía la publicidad contra la violencia deportiva de los barrabravas, ¿se acuerdan?
El liberalismo conservador aliado a la progresía de clase media siempre ha elegido la hipocresía antes que el cinismo. Y siempre ha invertido la carga de la prueba: como el peronismo era "una dictadura", realizaron un golpe de Estado y masacraron a miles de personas y cancelaron la democracia durante 18 años; como la izquierda peronista era "violenta", la sometieron a campos de concentración, a torturas, violaciones y fusilamientos; como el kirchnerismo es "populista", prontamente le van a hacer aprender el republicanismo a palos. Siempre mintieron y lo seguirán haciendo. Como aquel represor que alguna vez le dijo a mi viejo en la casaquinta que teníamos en Tortuguitas y que ya relaté en el final de mi libro Maldito tú eres. El caso von Wernich. Una tarde de verano, hacia finales de los años setenta, ese hombre le dijo a mi padre: "Si usted supiera lo hijos de puta que eran los Montoneros, uno les daba y les daba picana y no eran capaces de traicionar a sus compañeros." 
Como ese torturador son muchos de los que hoy atacan al gobierno: acusan a la víctima en la camilla para preparar el camino de la tortura. Y por supuesto que jamás se van a hacer cargo de las brutalidades que están engendrando. 

*Publicado en Tiempo Argentino

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