Imagen de www.diarioregistrado.com |
La
política no es fácil de entender. Y es muy difícil de desarticular. Para
desarticular (o desarmar) una cosa primero hay que entenderla. No se
puede desarticular un motor sin saber dónde entra el combustible y cómo
es el sistema eléctrico; pero se lo puede romper con facilidad, y sin
saber nada de su contenido y funcionamiento. Basta un martillazo en un
lugar sensible. Así se pueden romper matrimonios, idiomas y la política.
Entender el matrimonio es difícil; para romperlo basta una palabra
inadecuada. Un idioma exige sabiduría y memoria; destruirlo, apenas
exceso de entusiasmo y ausencia de oído.
¿Qué es la política? La explicación que nos daban en la escuela, y
que resultó ser de Aristóteles, no es mala: "La política es el arte de
lo posible", un arte, una ciencia, un sistema, una actitud, etcétera,
donde personas intentan que se vuelva una realidad aquello que
(supuestamente) mejoraría nuestras vidas. ¿Qué tiene esto de malo? En
principio nada, a menos que lo que queremos no esté dentro de los planes
de los que ejercen la política. Yo quiero una cosa y los que hacen
política me dan otra, o nada. Eso se soluciona fácilmente: o cambio a
las personas que hacen política, o me pongo el overol y lo hago yo
mismo. Es decir: tengo que desarticular la política que se está
ejerciendo para volver a articularla según se me da la gana.
Pero si no la puedo desarticular, siempre queda la posibilidad de
romperla, martillarla, escupirla, banalizarla, bastardearla; en este
caso, y por única vez, todos sinónimos. Si ve la tapa de la revista
Noticias de estos días lo comprenderá. Se titula "La política idiota".
Ese título es el martillazo. No lo puedo desarticular, no lo puedo
desarmar y volver a ensamblar, entonces lo rompo. Para muchos
argentinos, el enemigo es la política porque el gobierno eligió (en
lugar de hacer la plancha como de la Rúa, o entregar todo al FMI y otros
caraduras, como el innombrable) hacer política. Saque cuentas: en pocos
meses planteó la recuperación de YPF, cambios en el código penal, el
código civil, la justicia, el voto joven, y siguen las firmas.
En esto hay que reconocerle algo a la oposición: el gobierno actúa
como cabezadura, con terquedad, tozudez. A veces hasta se olvida de
contestar agravios y chicanas de tan fascinado que está en sumar
acciones políticas a diario. Incluso se hace difícil seguirle el tren a
tantos anuncios. Es obvio que el gobierno cree que la política es el
camino, y que va a morir con las botas puestas. Se podrá equivocar por
hacer, nunca por esperar. Se podrá equivocar por acción, nunca por
omisión. Entender esta forma de hacer política no es sencilla; y
desarticularla es casi imposible, porque los que están en la vereda de
enfrente (políticos, medios, empresarios, sectores sociales) deberían
tener un poder que no tienen, un ímpetu que no tienen, ideas que no
tienen, y una velocidad de reacción que no tienen. Entonces eligen el
martillo.
El camino de intentar romper la política se da en tres estrategias
que, no por visibles, dejan de ser interesantes de analizar: la
generalidad, la particularidad y el gataflorismo. La generalidad es la
tapa de Noticias. Decir que la política es idiota es decir que todos los
que la practican lo son. Incluye a aquellos que nunca se enriquecieron,
a aquellos que dieron su vida por ayudar, roza a Alfonsín, a Illia y al
Bergoglio pre papa. Estos martillazos no serían tan idóneos si no
existieran tantos alcahuetes dispuestos a repetirlo sin necesidad de
entenderlo. A la gente que no entiende de política le encanta decir que
la política es una mierda. Esa muletilla tiene la misma envergadura
intelectual a cuando en mi barrio decían que todas las minas eran putas
(quizá porque había una que cambiaba de novio demasiado seguido) o todos
los negros eran vagos (quizá porque había uno que sí lo era).
Cuando la generalización deja de ser un martillo idóneo, llega el
momento de las particularidades. Se esgrime así: hay doscientas mil
personas recibiendo ayuda luego de las inundaciones, pero basta con
mostrar a uno que no la recibe, quizá por estar aislado, quizá por estar
lejos, quizá porque la demanda es muy superior a la oferta, quizá por
ineficiencia del que debe dar la asistencia, y la acción de ayuda a las
doscientas mil se diluye en la nada. Esto lo vimos claramente durante el
acuerdo de los estados de Argentina e Irán por el tema AMIA. Por
mayoritario que hubiera sido el acuerdo, mostrar a un familiar de las
víctimas en desacuerdo, bastaba (o parecía bastar) para demostrar que el
acuerdo era un fracaso.
En un alarde de producción periodística, hace pocos días, Nelson
Castro logró encontrar a una Madre de Plaza de Mayo que está en contra
de las políticas del gobierno, incluidas las relativas a los derechos
humanos. Eso es intentar desarticular algo a través de una
particularidad, lo que yo en una nota anterior llamé sinécdoque, o sea
la parte por el todo. Si hay una madre que está en contra, quizá todas
las madres... etc. Vaya un desagravio para don Nelson. Después de
semejante hallazgo sólo le queda encontrar el cadáver de Jimmy Hoffa y
el unicornio que perdió Silvio Rodríguez, y tarea cumplida: cielo
garantizado.
Y una vez agotados los martillazos por generalidades o
particularidades, llega la frutilla del postre: el gataflorismo. Para
ejercerlo conviene haber perdido la vergüenza y también el rumbo, porque
el gataflorismo te lleva a negar a la tarde lo que aseguraste a la
mañana. El gataflorismo se aplica sobre cualquier cosa y en cualquier
momento. Si dije a la mañana que lo que necesita la política son nuevas
generaciones que se involucren, a la tarde puedo martillar a La Cámpora
porque uno de sus dirigentes discutió con un periodista o porque no se
lavó los dientes.
Si el Estado está presente en las mayorías de las relaciones entre
sus habitantes y sus instituciones, es porque se entromete en exceso.
Pero si demora una par de horas en activar toda su capacidad para ayudar
a los inundados, no está lo suficientemente presente. Puedo decir que
la justicia no funciona, que es lenta, que es corrupta, pero pataleo
cuando el gobierno propone cambiarla. Reclamo que el gobierno no hace
nada contra la inflación, pero me opongo a un pacto de precios con
cámaras empresariales y comerciales o que Moreno intente bajar los
intereses de las tarjetas de créditos. A la mañana me quejo porque
argentina está aislada y a la tarde porque el gobierno alquila un avión
para hacer una gira diplomática y de negocios. La lista es infinita.
Pero, pobre gente, yo los entiendo. La culpa la tiene el gobierno
que hace los cambios que se le da la gana y no los que piden Magdalena,
Castro, Lanata, Pino, Carrió, Macri (cuando no está de vacaciones). Ahí
el problema parece ser otro: el movimiento pluralista opositor tiene
voceros pero no obreros. Los gatafloristas sugieren cosas a cada rato
pero no hay nadie que se ponga el overol para llevarlas a cabo. ¿Son
ideas tontas?
¿Son ideas valiosas? Nunca lo sabremos.
Y mientras tanto, el gobierno sigue dale que te dale con una acción
política tras otra. Para bien o para mal, contesta más bien poco a tanta
cháchara irrelevante y propone cambios todo el tiempo, gusten o no. Y
es que en algún lugar deben haber entendido que, como dijo Aristóteles,
la política es el arte de hacer posible cosas que a la larga benefician
(deberían beneficiar) a mucha gente. Esos cambios pueden estar
equivocados en sus estrategias, pero son intentos de cambiar lo que está
mal. Y el que decide lo que está mal es el que ejerce la política. Ante
eso, discursos opacos, vacíos, gastados, repetidos, no tienen el menor
de los efectos; son apenas repeticiones incansables de estos tres
intentos de romper lo que no puede desarticular, una y otra vez, sin
importar si del otro lado hay un receptor que no sean los que odian y
odian y odian.
*Publicado en Página12
No hay comentarios:
Publicar un comentario