lunes, 15 de abril de 2013

EL PECADO DE LA MILITANCIA Y DE LA POLÍTICA

Imagen de www.infonews.com
Fernando J. Pisani*

Las inundaciones no sólo tapan. También destapan. Y lo que está siempre en juego, nos demos cuenta de ello o no, es la capacidad -incluyendo la fuerza- que tenemos para enfrentar y resolver los problemas. Esa capacidad se incrementa o se debilita, según lo que hagamos y según lo que dejemos de hacer. En estos días se ha notado una exacerbación de opiniones en contra de la Política y de los políticos que en la superficie recuerdan al “Que se vayan todos” de la crisis del 2001. O ataques contra cierta militancia juvenil por identificarse políticamente.
Nadie puede cuestionar lo válido que son los reclamos de inundados y no inundados a quienes tienen la responsabilidad de tomar decisiones, ahora y antes (en las distintas órbitas, Nacional, Provincial, Municipal). Tampoco puede ignorarse que la mal llamada “clase política” ha hecho méritos suficientes para concitar repudios, descreimientos, enojos y frustraciones. Justamente el 2001 no es simple consecuencia de una crisis económica y social, sino también una crisis democrática, donde más allá de negarle a los referentes políticos su carácter de ser representantes de alguien, fue puesto en dudas el propio sistema de representación.

Pero el “que se vayan todos”, sin una alternativa de reemplazo, (con otros representantes o con otro tipo de sistema de representación), implicaba arrimarse a un precipicio que paradójicamente tendría como consecuencias el que se queden todos los verdaderos causantes de los problemas, que rara vez quedan expuestos y rara vez su poder se sustenta con una elección.

A más de diez años de aquellos momentos, es un llamado de atención la cantidad de gente que expresó en estos días su reclamo o su indignación con un cuestionamiento directamente “a la política” y a todos los que de alguna manera se reivindican abiertamente como sujetos políticos.
Es cierto que esas opiniones fueron magnificadas y reproducidas hasta el hartazgo -y por ende realimentadas- por ciertos medios de comunicación empeñados en defender sus privilegios y su manera de concebir a la sociedad y su orden. Pero no podemos ignorar que amplificaron lo que hay, no lo inventaron.

Frente a esta situación de poco ayuda calificar el fenómeno como “la vuelta de la antipolítica”.
Tampoco nos sirve remitirnos a Aristóteles, cuando ya hace más de 2300 años definió al ser humano como “un animal político”, tratando de distinguirnos de los animales, pues tanto los seres humanos como los animales tienen la capacidad de ser sociales, es decir, relacionarse con otros. Pero sólo los seres humanos tenemos la capacidad de relacionarnos políticamente, es decir, crear sociedades, organizar ciudades (polis es ciudad en griego). Por lo que renegar a lo político es renegarse como seres humanos.

Si la palabra política nace para expresar lo relativo al ordenamiento de la ciudad o de los asuntos del ciudadano, y luego adquiere diversos significados, como un ejercicio de poder en relación a un conflicto de intereses, o a una relación entre gobernantes y gobernados, o como un juego dialéctico entre amigo-enemigo o como una lucha por conquistar el poder (o el gobierno), lo común a todas las definiciones, incluso contrapuestas, es que se refiere a lo que da la posibilidad de introducir o impedir cambios en la sociedad, entre otras.

Y en lo que hace a los gobiernos, en el mundo actual, no hay mucha posibilidad de elección: si excluimos el gobierno que se sustenta en la monarquía o el subordinado a una religión, nos quedan el surgido por un Golpe de Estado; o el gobierno que esté en manos de personas que se definen como gestores, técnicos y especialistas; o el gobierno que esté en manos de personas que se definen como políticos.
En todos los casos todos los gobiernos actúan políticamente, aunque se definan por encima de la política (reyes, emperadores), ajenos a la política (religiosos), apolíticos (técnicos o gestores).

Cuando se prohíbe la política y los partidos políticos

Cuando el General Onganía se levanta en armas estableciendo la “Revolución Argentina”(1966), él se define como apolítico y profesional, y establece para su “revolución” tres tiempos. Primero vendría el Tiempo Económico, luego cuando se concluyeran los objetivos de ese “tiempo” se pasaría al “Tiempo Social” y finalmente cuando este se terminara vendría el “Tiempo Político” y nos dejaría tener partidos políticos (suprimidos y prohibidos entonces) y elecciones,

Por supuesto puso al frente del Ministerio de Economía a un “técnico”, Adalbert Krieger Varsena, que lo primero que hizo fue anular medidas proteccionistas y de nacionalización tomadas por Arturo Illia (el presidente depuesto, un radical que ganó en elecciones con proscripciones pero que luego hizo cosas “terribles” como oponerse a las patentes de los medicamentos y plantear la necesidad de elecciones sin proscripciones). Y ese técnico, para contener la inflación devalúa la moneda un 40% congelando al mismo tiempo los salarios. Medidas que obviamente debieron ser acompañadas por una represión de la protesta social y política.

También sabemos lo ocurrido con la última dictadura cívico-militar. Seguramente hay gente que añora aquellas épocas. Pero son los menos. No obstante todos deberían considerar que oponerse a la política y a los políticos en general restablece la posibilidad de un gobierno militar o de un Golpe de Estado, sea de facto, sea de jure.

El gobierno de los técnicos y gestores

Otra forma de gobierno es la de los autoreferenciados como no políticos, sino como administradores, técnicos y gestionadores eficientes.

A diferencia de los “técnicos” puestos por los militares, estos son puestos por elecciones o son puestos por quienes han ganado una elección. De esa manera se presentan como una propuesta de rescatar lo bueno que tiene la política (elegir) y de no tener lo malo que tiene la política (los políticos). Con ellos, dicen, no domina la política, sino el saber, el profesionalismo, la aplicación de lo técnico. Si una empresa es exitosa, ¿por qué no aplicar al gobierno del Estado sus mismos principios y reglas? Y aparecen entonces las palabras típicas de la empresa aplicada al gobierno (y a la educación): eficiencia, eficacia, gestión, productividad, racionalización, competencia y otras, con los resultados consabidos.
¿Consabidos?: me temo que no. Existen numerosos ejemplos de personas sin historia de militancia política, y presentándose como no políticos y hasta como apolíticos, ganando o haciendo muy buenas elecciones. Y seguirán existiendo, pues es un recurso importante de políticas, partidos y políticos impresentables en alguna coyuntura.
Todo esto indica que una parte importante de la población no le resulta evidente que en este dominio de los “especialistas”, “los administradores eficientes” o “no políticos” lo que domina realmente es el “mercado”, o sea las grandes corporaciones, que prefieren un Estado poco interventor y a la población sin mayor participación política, mejor aún despolitizada.

El gobierno de los políticos

Respecto al gobierno esté en manos de políticos, no hay garantía de que sea mejor que los anteriores. Es más, tenemos una larga historia de gobiernos de estas características que fueron un desastre, gobernantes políticos que defraudaron enormemente a sus propios votantes, tal el caso de De La Rúa por ejemplo. Tan grande fue el fracaso del gobierno de la Alianza conducido por la UCR, que la UCR aún está pagando y penando por ello a pesar de que ya han pasado más de diez años y ni siquiera fue ella sola la responsable.

Pero un gobierno asentado en lo político tiene un conjunto de ventajas por sobre los demás.
Si partimos de la base que queremos resolver un problema y que frente a ese problema hay varias alternativas o posiciones, ¿cuál  forma de gobierno posibilita una mayor participación, un mayor control, o una posibilidad de rectificación y cambio de las medidas?

El gobierno “apolítico” y “eficientista” de los gestores y tecnócratas se apoya en un supuesto saber. Reducen los problemas a cuestiones técnicas, administrativas o de gestión. En este tipo de gobierno, tecnócrata, sólo pueden tener algo de incidencia los iguales a ellos, es decir, otros "técnicos", otros "especialistas". La mayoría de la población no tiene influencia porque no sabe. Y más que nada porque no tiene el capital y la influencia suficiente para poner un funcionario, ganar una licitación, conseguir aprobar o frenar una ley o beneficiarse dejando “que la que regule sea la ley de la oferta y la demanda”. Un gobierno así no se mete con el poder real: lo presupone, lo respeta y generalmente le obedece y defiende. No hay posibilidades de alterar las relaciones de poder porque no están en sus objetivos. Y en todo caso sí reforzar las existentes.

En cambio el gobierno definido como político parte de la base que es la propia política la fuente de su poder (no el mandato divino, la herencia de sangre, la fuerza militar o el saber del especialista: depende de la voluntad política de la población). Y en la política todos somos iguales, más allá de que existen intentos y medios de evadir esto mediante control de aparato, profesionalización y comercialización de la política, etc, pero eso ya es propio de ciertas políticas, no de la política en general. (De hecho quien controla el aparato no necesariamente puede controlar la política. Demasiados casos lo atestiguan).

Además la política presupone la problemática del poder y por ende la posibilidad de modificar las relaciones de poder establecidas.

La arbitrariedad de ciertos políticos está en relación inversa con la participación política real de la gente. Cuanto mayor participación, menor posibilidad de manipulación o de apartamiento de los programas y principios formulados anteriormente.
Así, en cada orden de la vida, desde impedir la construcción de un terraplén o un centro comercial que provocará problemas con el circular del agua de lluvia hasta hacer las obras necesarias, está en relación directa con la participación de la gente en la política para defender propuestas, rechazar o reclamar medidas, consolidar cambios.

Lo que la gente no se da cuenta es que todo cuestionamiento a la política es en realidad un recorte a su propio poder, es automutilarse como ciudadano, como ciudadana. Distinto es el caso del cuestionamiento a políticas determinadas, que sí implica la posibilidad de tener algún poder. Lo mismo que involucrarse positivamente con otras.

Por muchos años se logró establecer que Política = corrupción = mentira = “Problema fundamental de la Argentina”

El discurso formó parte del ataque del neoliberalismo al papel del Estado, sea para privatizar sus empresas, sea para que no intervenga y deje que todo lo regule “el libre mercado”.
Pero también surge de la propia gente, como rechazo a las iniquidades, mentiras y traiciones de sus propios candidatos y partidos. Por supuesto que podría haberse canalizado en una “contra-política” o en la construcción de una alternativa distinta a la expresada por el sistema de representación democrático liberal. Pero ante la impotencia, debilidad o complicidad de quienes se postulan como algo distinto, en política no hay tierra de nadie, por lo tanto esas broncas y rechazos se terminan canalizando hacia las políticas hegemónicas, que en las últimas décadas tienen nombres y apellidos, en la Argentina y el mundo, que trascienden los propios nombres partidarios: neoliberalismo y socialdemocratismo liberal.

Respecto a la campaña contra el actual gobierno de ciertas usinas, resignadas a no poder tumbarlo ni militarmente ni con un golpe civil, su alternativa pasa por ahogar su recambio o cambiarle el rumbo. Y para ahogar su recambio lo que se necesita es que menos gente crea en la necesidad de construir política, pues es sabido que una mayor participación de la gente en unirse y organizarse politizadamente, en pos de un mundo mejor, da mayores posibilidades no sólo de continuidad a los cambios conseguidos, sino de ir más lejos que el actual gobierno.

El ataque a cierta militancia juvenil que se está dando en estos días, respecto a su participación en el actual drama de las inundaciones usando distintivos identificadores de lo político, en vez de dar la solidaridad y ayuda desde una posición aséptica y apartidista, es ciertamente parte del nuevo macartismo, pero fundamentalmente forma parte de la política que se caracteriza por promover el cercenamiento de las posibilidades de poder de la gente común.

(El término macartista o macarthista o maccarthista, poco usado hoy, expresa una conducta persecutoria y calumniosa, generalmente basada en mentiras y medias verdades contra militantes políticos, artistas, etc que se hizo famosa en EEUU y luego el mundo gracias a su principal exponente, el senador Joseph MacCarthy que realizó luego de la segunda guerra mundial y hasta 1956 una violenta e importante campaña de acusaciones falsas, denuncias, interrogatorios, reclamo de delaciones, listas negras, etc, del tipo “caza de brujas”. Entre los acusados estuvo Charles Chaplín. Y entre los soplones, Ronald Regan: nada es casual en la vida)
Incluso la reacción de ciertos políticos en contra de esta militancia juvenil, no se debe simplemente a que a sus agrupaciones les es difícil conseguir tal nivel de compromiso y participación de esa militancia, sino porque ciertos fenómenos alteran el esquema ordenado y controlable del sistema democrático liberal: partidos muy estructurados+parlamento+voto de vez en cuando. Estos agrupamientos juveniles, La Cámpora y otros, empiezan a llenar huecos abandonados o imposibles de llenar por el democratismo y progresismo liberal en las relaciones Estado-gobierno-sociedad. De allí el macartismo de agitar fantasmas sobre La Cámpora de adueñarse de sectores del gobierno o que tales otros se están armando, como se ha dicho más de una vez.

Eso no quiere decir que no pueda o no deba criticarse a esta o diversas agrupaciones por sus políticas (programas, propuestas, acciones, etc), pero sí observar que muchas de las críticas suelen hablar más de los críticos que de los criticados. O producir un efecto opuesto. Tal el caso del artículo del diario La Nación: “Unidos y Organizados: el brazo ejecutor del Estado”, de Gabriel Sued: termina resultado un hermoso panegírico a las actividades de estos jóvenes y nos hacen sentir orgullosos de ellos. (http://www.lanacion.com.ar/1570381-unidos-y-organizados-el-brazo-ejecutor-del-estado)

Onganía prohibió la política, los partidos políticos y la participación en actividades políticas. No le fue muy bien, aunque hizo mucho daño en el camino. La gente buscó otras formas de participación política a las tradicionales, y como resultado tuvimos las luchas estudiantiles por temas no estudiantiles, la politización de agrupaciones gremiales y sindicatos, de la cultura, de la música; los cordobazos, los rosariazos. La política, es decir, la gente tratando de intervenir en los asuntos de la polis, buscó distintas formas de participar, de luchar por lo que consideraba justo. Y tal vez fue el período que mayor valor le terminó dando la gente a lo político. También fue uno de los períodos que se lograron superar o desbordar los corsé puestos por las formas tradicionales de la democracia liberal, entre otras: partidos muy burocratizados y la idea que la política se reduce a conseguir votos y la participación ciudadana el ir a las urnas cada tanto.

Hay sectores del poder real, de ciertas políticas, que buscan lo mismo que con Onganía. Pero la estrategia es distinta: en vez de prohibirla, que no dio resultado, hay que desprestigiarla, equipararlo a lo sucio, a lo mentiroso. Así como para muchas religiones la mujer era impura porque tenía menstruaciones (y por ende inferior), quienes se involucran con la política son impuros y sus fines inconfesables. Como decía -creo que un español- “atribuir hoy en día un sentido político a la acción de determinado actor, implica invariablemente cuestionar su integridad y honestidad”

El pecado de cierta militancia, además de La Cámpora, el Movimiento Evita, Nuevo Encuentro, Martín Fierro, Movimiento de Unidad Popular (MUP), Descamisados, Peronismo Militante y otros espacios del oficialismo, es referenciarse políticamente, decir “yo estoy aquí no sólo por sentimientos humanitarios, también por convicciones políticas”, lo que en el discurso macartista equivale a decir estar por plata o para engañar a la gente.
Los más sutiles los cuestionarán por no ser verdaderamente altruistas o desinteresados pues los guía un interés político. Como si en la historia de la humanidad no hubieran existido cientos de miles, probablemente millones de personas, que dedicaron parte de su vida, e incluso su propia vida, luchando políticamente por mejorar sus comunidades, sus sociedades.
Obviamente que quien defiende o propicia políticas miserables, va a ver a los demás con el espejo de sus propias miserias...
Y frente a eso no vale el simple cuestionamiento a la “antipolítica”. Así como frente a los planteos de achicar al Estado la mejor manera de confrontarlo es llenar al Estado de políticas y acciones que refuercen mayor equidad en el reparto de la riqueza, mayor justicia, igualdad y libertad, frente a los cuestionamientos a la política, no alcanza por su reivindicación general. Pasa por promover las acciones políticas distintas a las que reforzaron las injusticias sociales. Pasa por construir y defender políticas de poder que se enfrenten a las fuentes de las injusticias, desigualdades e iniquidades, aparte de promover las otras múltiples vertientes que pueden existir para lograr la participación real en distintas esferas de la vida social: el barrio, la salud, la educación, el medio ambiente, la comuna, el municipio, etc, etc. Pasa por estar allí, donde hace falta.

 Cuando Onganía da el golpe la mayoría de la población acepta que “La Universidad está para estudiar, no para hacer política”. Y a los pocos activistas que salían a la calle a protestar, no sólo el gobierno, sino parte de la sociedad civil, los acusaba de vagos, de apátridas, de destructores de “nuestro modo de vivir occidental y cristiano”. Y el sentido siempre era el mismo: que no participaran, que no pensaran que otro mundo era posible y que estaba también en sus manos lograrlo. Naturalmente esto producía sentimientos de culpa en muchos estudiantes que participaban en las luchas, pues a muchos padres les costaba mandarlos a la Universidad y obviamente la militancia podía hacerles descuidar alguna materia. Y a veces se esmeraban aún más para evitar darles argumentos a las campañas macartistas.

Años después, cuando aparece la guerrilla y el proceso de represión se agudiza, aparecía una propaganda que entre otras decía: “si en la cuadra de su casa viven unos jóvenes muy educados, amables, limpios, denúncielos, son subversivos.”

Hoy eso se traduce: “si van a ayudarlos unos jóvenes muy amables, comedidos, muy organizados, desconfíe de ellos, o mejor aún rechácelos: están haciendo política.”

*www.notasyantidotos.com.ar


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