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Para
algunos, en Venezuela –como en Argentina y otros países
latinoamericanos– confronta un polo republicano democrático con otro
populista autoritario. Pero el supuesto sector populista autoritario
ganó, en el caso venezolano, 17 elecciones con limpieza y la única vez
que perdió, por muy poca diferencia, lo reconoció inmediatamente y sin
problemas. Por el contrario, el supuesto sector republicano democrático
viene de un golpe de Estado en 2002 y en estos días está al borde de
propiciar otro. Es decir, para esa mirada que está tanto en la derecha
como en la izquierda más aguada que suele acompañarla, habría que ser
golpista para ser republicano y democrático. Es la ambigüedad de decir
una cosa y hacer otra, como lo que pasa en Venezuela y también en
Argentina, donde los caceroleros, que marcharon el jueves enarbolando
alguna bandera de Capriles, dicen que se movilizan por la libertad de
prensa y cuando encuentran a algún periodista que no piensa como ellos,
lo agarran a patadas.
Cuando vio que perdía por escasa diferencia, el candidato derrotado
Henrique Capriles trató de apurar un pacto con el candidato ganador,
Nicolás Maduro, que lo rechazó públicamente. Hacer un pacto a espaldas
de los electores es democrático y rechazarlo sería populista.
Cuando le falló el pacto, Capriles desconoció el resultado
electoral. Si la oposición, que abarca a la mitad menos uno de un país,
desconoce la autoridad presidencial, ese país queda a merced de una gran
conmoción y al borde de un golpe de Estado. Capriles dijo que hubo
cientos de irregularidades, pero no presentó ni una sola denuncia. Las
elecciones venezolanas son de las más monitoreadas del mundo y nadie
detectó esas irregularidades.
La actitud de Capriles, buscando el golpe, sería democrática para
esa mirada que se considera dueña excluyente de la democracia y la
República.
Al denunciar el resultado de la elección y agitar a sus
simpatizantes, Capriles promovió que miles de ellos salieran a las
calles para atacar centros comunitarios y locales partidarios del
chavismo, donde mataron a golpes y a tiros a ocho militantes chavistas, e
incluso trataron de quemar vivo a uno de ellos.
Aquí en la Argentina, el socialista Hermes Binner dijo que las
muertes no eran responsabilidad de Capriles, sino del populismo. Ya el
candidato presidencial por el FAP, que se presenta como centroizquierda,
había dicho que si hubiera sido venezolano, habría votado por el
derechista Capriles, un hombre que participó como comando civil en el
golpe del 2002, en el intento de asalto de la embajada cubana en
Caracas.
La mayor parte de la izquierda y los movimientos populares
latinoamericanos han reconocido la importancia de los procesos
democráticos como la herramienta más eficaz para los procesos de
transformación de las sociedades. Esa mayoría de la izquierda dejó a un
lado la idea de la dictadura del proletariado y asumió que esos procesos
de transformación van acompañando el desarrollo político de los pueblos
y que la mejor garantía para ese desarrollo es un marco democrático.
En las últimas décadas han sido esos sectores de la izquierda, junto
con movimientos nacionales y populares, los más comprometidos con los
impulsos de profundización democrática y defensa de la democracia. El
fenómeno, que caracteriza esta época, se expresa en Bolivia con el MAS, o
en Brasil con el PT, por mencionar aquellos procesos que provienen
claramente de corrientes de la izquierda revolucionaria. En Argentina,
los protagonistas del actual proceso político tienen un origen más de
tipo nacional y popular, sumados a fuerzas progresistas y de izquierda.
La idea de soberanía y elección popular a través del voto está
prácticamente en su génesis. Son fuerzas políticas que están
acostumbradas a ganar o a perder en una elección. En Venezuela y
Ecuador, son fuerzas políticas más nuevas, pero la composición es más o
menos parecida.
Nunca antes en la historia latinoamericana hubo gobiernos que se
coaligaran para contrarrestar intentonas militares, golpes
parlamentarios o acciones desestabilizadoras en la región, como sucede
ahora. Esos gobiernos que han hecho lo que nunca hicieron otros, son los
acusados de populistas y autoritarios por países como Estados Unidos,
que promovió numerosos golpes. La defensa de la democracia está
garantizada por estos gobiernos. En cambio, las oposiciones están más
unidas por el rechazo a cualquier forma de progreso social y
distribución de la riqueza. Ese rechazo al cambio es la identidad real
de esas oposiciones y no la defensa de la democracia, sobre la que
tienen posiciones heterogéneas. Muchas de las fuerzas que las componen
han sido golpistas, como las viejas derechas conservadoras, a las que se
suman sectores que prefieren actuar como la izquierda de la derecha
antes que ser verdaderamente de izquierda o centroizquierda y terminan
por ser tan conservadores como sus aliados.
Esa vocación se demostró cuando Chávez perdió el referéndum en 2007 y
lo reconoció y lo mismo hizo Néstor Kirchner cuando perdió las
elecciones de 2009. También cuando los presidentes de los países del
Mercosur, más Venezuela y Ecuador frenaron el golpe contra Evo Morales
en Bolivia o cuando se negaron a reconocer a los golpistas de Honduras y
Paraguay. Por supuesto, en estos dos países los golpes se dieron en
nombre de la democracia.
El desconocimiento de las elecciones por parte de Capriles fue una
intentona desestabilizadora, tratando de aprovechar la pequeña
diferencia de los resultados y la ausencia de Chávez. Por eso fue tan
importante que América latina reconociera de inmediato el triunfo de
Maduro. Capriles había atacado a la Argentina durante su campaña y se
molestó cuando Cristina Kirchner fue una de las primeras en reconocer el
resultado y exhortó a que Estados Unidos hiciera lo mismo. La
presidenta argentina lo hizo en una declaración pública, pero en ese
momento hacían lo mismo Dilma Rousseff, Rafael Correa y otros
mandatarios latinoamericanos. Cualquier demora podía ser fatal para la
estabilidad democrática en Venezuela. Estados Unidos fue el único país
que se prestó al juego antidemocrático de Capriles y demoró en
reconocerlo.
Hubo otros dos gestos para consolidar al candidato ganador. La
Unasur convocó a sus integrantes a Perú, desde donde emitieron una
declaración de respaldo a Maduro. Y al día siguiente los mandatarios
latinoamericanos viajaron a Caracas para participar en la asunción del
nuevo presidente. Era evidente que Estados Unidos estaba interesado en
desestabilizar al ganador de las elecciones porque en su frente interno
la derecha republicana con base en Miami está directamente relacionada
con la oposición venezolana. El secretario general de la OEA, Miguel
Insulza (a quien Chávez llamaba “el insulzo”) ,titubeó al principio
porque el reflejo de ese organismo regional fue siempre seguir a los
Estados Unidos, por lo que ha sido tolerante con las dictaduras
militares.
Este gran debate que se abre en América latina no está relacionado
solamente con las vías alternativas al neoliberalismo o con los caminos
de integración regional para poner un frente común ante los mercados
internacionales, los organismos financieros y comerciales y ante los
grandes bloques de poder. También es un debate por la defensa y la
profundización de la democracia, con ampliación de derechos y mayor
equidad social. En ese gran debate que tiene proyecciones mundiales, el
polo verdaderamente democrático, el que respeta la democracia y la
amplía y estimula, está constituido por los gobiernos populares y
progresistas que las derechas califican despectivamente como populistas.
Así lo demostró por enésima vez el escenario político venezolano.
*Publicado en Página12
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