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Lo
ocurrido en la última semana en el mercado cambiario, en su segmento
marginal o ilegal, provocó preocupación, desconcierto, pronósticos
pesimistas y un debate poco transparente (sin revelar, en muchos casos,
las intenciones) en torno de la interpretación de las motivaciones de la
presión sobre el dólar. El nuevo escenario creado fue aprovechado para
reinstalar la pretensión de quienes quieren volver a un modelo económico
y financiero con escasa o nula capacidad de regulación del Estado,
cuyos argumentos –una vez más– se asientan en querer demostrar que toda
intervención termina siendo inútil, porque “los mercados” a la larga
ganarán la pulseada.
Del lado de quienes dicen defender el modelo se
buscó blindar su defensa negando toda importancia a la disparada del
“blue” y a su propia existencia, como si la economía real (y la
política) pudiera ignorar por completo sus turbulencias. Pero no es así.
Las autoridades no deberían desconocer o negar los desequilibrios,
aunque lo peor que podrían hacer es actuar en el sentido sugerido por
quienes reclaman que las regulaciones abandonen el campo de juego.
Intentar una aproximación al fenómeno ocurrido exige atender las
diferentes miradas y develar su sentido. Es un ejercicio de
interpretación, no necesariamente para sacar conclusiones sobre “qué va a
pasar” como resultado de esta particular puja.
Lo primero sería tratar de entender cómo se determina “el precio” en
el mercado marginal. Quienes pretenden legitimarlo lo explican como una
puja entre oferta y demanda: a más restricciones del Gobierno a la
compra en el mercado oficial, mayor demanda en el paralelo. Entonces,
sube el precio. Así explican que, tras la suba en las retenciones de la
AFIP sobre los gastos en divisas con tarjeta en el exterior o compras de
paquetes turísticos o pasajes en pesos con cualquier medio de pago en
el país (para viajes al exterior), el dólar ilegal haya sufrido una
trepada de 50 centavos (entre martes y miércoles). Después de eso, la
única novedad, según la propia versión de los agentes del mercado, es
que el Gobierno ajustó la presión sobre las denominadas “cuevas” y
provocó que varias dejaran de vender. Es decir, redujo la oferta de
dólares. Si había tanta demanda “genuina” de los que planificaban
viajar, para escapar de las retenciones que aumentó Echegaray (titular
de la AFIP), ¿no tendría que haber seguido subiendo el valor del dólar
en lugar de bajar entre jueves y viernes unos 30 centavos? Al “libre
juego de la oferta y demanda” se le cayó la careta.
Para seguir intentando entender la composición de este opaco mercado
marginal, busquemos analizar cómo se compone la demanda. En la clase
media y la media alta, con niveles de ingresos que le generan excedentes
sobre sus consumos y gastos habituales, hay una marcada avidez por
ahorrar en dólares. Y cuando “las noticias” informan que la divisa viene
subiendo a los saltos, lo que se espera es que siga subiendo. Por lo
tanto, hay mayor ansiedad por comprar “ahora” y no más adelante, para no
perder la carrera. Estos sectores no negocian el precio: temerosos de
perder sus ahorros en pesos, pagan lo que le pidan para transformarlos
en dólares. El miércoles y jueves, muchos deben haber comprado según el
precio “esperado” para el día siguiente, que obviamente era a la suba.
De allí que se hayan pactado operaciones a nueve pesos, aunque después
el precio descendiera a menos de 8,50. Si del otro lado, es decir de la
oferta, no hay un vendedor en igualdad de condiciones, sino alguien que
ejerce una posición dominante, en vez de hablar de “mercado libre”, como
ingenua o intencionadamente lo llaman algunos, habría que denominar a
estas operaciones como estafa.
Si se intenta observar cómo se conforma la oferta, hay una figura
clave que surge de inmediato: la “captación” del cliente en la calle se
hace por el llamado “arbolito”, persona que ofrece a media voz los
dólares con el clásico “cambio, cambio” dicho al pasar de los
transeúntes. Si el interesado se acerca, le informarán la cotización, y
si sigue interesado, la dirección a la cual dirigirse, usualmente a
pocos metros del lugar de la intercomunicación. La metodología del
“arbolito” para ofrecer dólares también se utilizaba cuando la venta de
divisas era legal y se hacía en las mismas zonas, calles e
intersecciones que se hacen ahora. Por entonces, al cliente se lo
enviaba hacia alguna casa de cambio o agencia cercana. Hoy lo hacen
hacia direcciones no muy distantes a las de entonces.
La segunda figura clave que compone “la oferta” del mercado marginal
o irregular es “la cueva”, denominación usada en los comentarios
periodísticos, que refiere a un lugar secreto donde se concretan las
transacciones. Lógicamente, es aquél al que se orienta al cliente
captado en la calle por el “arbolito”. Estas “cuevas”, funcionalmente,
son una parte del sistema financiero, que formalmente componen las
entidades bancarias y cambiarias autorizadas. ¿Compiten con estas
últimas o son su “forma complementaria”?
Hay una tercera fase o figura componente de la oferta de divisas en
el mercado marginal, de la que poco se habla. Se trata del que alimenta
con divisas ese mercado. “Arbolitos” y “cuevas” son intermediarios, los
dólares que se venden a precios exorbitantes son de otros, dispuestos a
cambiarlos por pesos a diario. ¿Cómo se manejan? ¿De dónde salen? ¿Se
originan en negocios ilegales? ¿Son desvíos de fondos de origen legal,
pero contablemente maquillados para posibilitar su cambio de moneda sin
ser declarados?
Sin llegar a tener las respuestas a estos últimos interrogantes,
pareciera evidente que la amenaza de controles oficiales sobre el
mercado del jueves y viernes fue lo que provocó que esta oferta
encubierta optara por retirarse del mercado, lo que provocó que se
desinflara el volumen de operaciones y, al mismo tiempo, el precio que,
más que nunca quedó en claro, se determina unilateralmente y no por una
puja de compradores y vendedores.
Otro factor a tener en cuenta es la relación entre la dimensión y
repercusión de este mercado. Quienes informan a diario sobre
cotizaciones y movimiento del mercado del dólar marginal, los operadores
y agentes financieros, señalan que en momentos de auge pueden llegar a
negociarse en un día 20 o 25 millones de dólares. En las primeras
jornadas de la semana, cuando el valor del billete picó hasta 8,75
pesos, se operaban unos 8 a 10 millones ¡de pesos! por día. Es decir,
alrededor de un millón de dólares. Entre jueves y viernes, con un
mercado restringido, se operó menos de la mitad de esa última cifra. En
tanto, en el mercado oficial de cambios se habían registrado, desde el
inicio del año hasta mediados de esta semana, unos 20 mil millones de
dólares. Esto da un promedio de entre 300 y 400 millones de dólares
diarios: veinte veces más que lo que opera el marginal en momentos
excepcionales, 300 o 400 veces lo que operaba en las últimas semanas.
Y, sin embargo, la repercusión del marginal es tal que genera
expectativas de que un alza en su cotización puede arrastrar a imponer
una devaluación en el mercado oficial.
Pero aunque la devaluación no surja como una necesidad en términos
macroeconómicos, quienes se resisten a aceptar que el Banco Central
avance en controles sobre la actividad financiera y la AFIP utilice los
pagos al exterior de los individuos como herramienta de control de la
capacidad contributiva, fogonean la idea de que el actual panorama es lo
más parecido a un descalabro y es una olla pronta a estallar. Razones
tendrán para ello, y habrá que verlas en los intereses que defienden,
más vinculados CON la especulación financiera, los negocios con
propiedades y productos valorizados en dólares y con la circulación de
divisas entre nuestro país y los paraísos fiscales en el exterior.
Contra estos sectores es la batalla que libra el Gobierno. El
enemigo no es el “arbolito”, sino los que manejan los mecanismos
financieros que facilitan las maniobras de tráfico ilegal de divisas y
los capitales que lo sostienen. Un delito al que hay que detectar y
castigar. Tratar de persuadirlos para que bajen la cotización sólo
conseguiría, en el mejor de los casos, darles otra oportunidad. Y tiempo
para que planifiquen un nuevo ataque.
*Publicado en Página12
Cuando no se cuenta con otras herramientas, la "corrida del dólar", un clásico antipopular de toda la vida, vuelve a la carga aún sin tener real importancia en la marcha de nuestra economía aunque con consecuencias negativas en la provocada "sensasión". Después de 10 años de avanzar contra el viento de frente, el Estado ya debería haber concretado medidas definitivas contra estas tentativas de desestabilización, cuando no de destitución. La mayoría de los analistas con que el Estado cuenta en materia económico-financiera SABEN de dónde provienen las periódicas embestidas cambiarias. Esos que constantemente ladran contra la "inflación descontrolada" y después claman por una "inevitable devaluación". Pues, QUE LO HAGAN PUBLICO con nombres y apellidos, responsables, pelos y señales para que LOS CIUDADANOS veamos los rostros de esos miserables que hacen flamear la banderita y, simultáneamente, eluden la conmemoración del 24 DE MARZO como fecha fatídica para nuestra historia y nuestras vidas.
ResponderEliminarA ver si, de una buena vez por todas, puede ponerse en definitiva evidencia a los fabricantes de todos los palos con que han tratado de frenar el resurgimiento de Argentina.
Saludos