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Hay
cosas que nunca llegan hasta que llegan. Hay cosas que uno cree que no
vivirá para verlas, hasta que las ve. Y luego se van, desaparecen, se
esfuman, y uno vuelve al punto de partida, dolorido como si lo hubieran
despertado a cachetadas. Hablo de los días (pocos, mínimos,
insuficientes) en que el mundo parecía haberse librado del papa, nada
menos. Un mundo sin papa era el sueño de muchos hombres comunes como yo.
Un mundo sin papa fue el sueño de muchos hombres célebres, entre ellos
Calvino y Lutero.
Lutero era un cura agustino que soñaba con conocer Roma, donde se
cocinaba ese guiso santo que era el catolicismo o el cristianismo, que a
esa altura eran la misma cosa. Tanto quería Lutero conocer Roma que un
día se fue caminando desde Alemania. Lo que vio lo asqueó de tal forma,
que volvió y se plantó ante ese poder corrupto y creó lo que se conoce
como la reforma, de donde se desprenden iglesias de buena parte del
mundo y los evangelistas que a uno lo despiertan de la siesta.
La cosa comenzó en 1517, en Wittenberg, donde Lutero era docente
universitario. Unos fieles le mostraron unos papeles llamados
indulgencias que habían comprado a precio de ganga, sobre todo porque
prometían un purgatorio breve y una casi segura entrada al cielo. Lutero
puso el grito en ese mismo cielo y clavó en la puerta de la iglesia del
palacio las 95 tesis que desafiaban casi todo lo que la iglesia decía y
hacía.
No habría pasado gran cosa (excepto que Lutero hubiera sido
rostizado; una especialidad culinaria de la iglesia romana), de no ser
por la imprenta, inventada medio siglo antes. Un grupo de personas
(alemanes, que también son personas) que buscaban independizarse de
Roma, hicieron copias de las 95 tesis y las repartieron como se reparten
volantes ofreciendo pizzas a dos por el precio de una. La imprenta se
volvía un medio de comunicación masivo.
A partir de ahí, el mundo cristiano se dividió en católicos y
protestantes. Unos eran gordos y opulentos, vestidos siempre a la moda,
incluso dictando la moda, eternamente viejos o envejecidos por la ropa
ridícula, que hablaban suavecito, como si te estuvieran vendiendo un
buzón muy grande; y los otros eran austeros y graves, de caras
avinagradas, que se casaban y tenían hijos, algo que la biblia no
prohibía.
La reforma, realmente revolucionaria, no bastó para destronar a Roma
de la cúspide del mundo y al papa de la cúspide de Roma. La iglesia
romana era tan poderosa, que el golpe mortal que le asestó el
protestantismo no lo hirió de muerte ni mucho menos. Y después de más
matanzas santas terminaron dividiéndose el mundo, como los rusos y los
norteamericanos hicieron luego, al final de la segunda guerra mundial.
La iglesia católica es el partido político más antiguo de la tierra,
y seguramente el más cruel y corrupto. Para mantener su poder asesinó,
quemó, secuestró, prohibió y amedrentó de todas las formas posibles. Con
la sanata de que la vida que vale es la que se vive después que uno
deja este lamentable mundo, se cargaron camionadas de indios, negros,
judíos y musulmanes, y pactaron con todas las dictaduras del mundo,
incluido la nuestra y el nazismo. Amén.
Las macanas de la iglesia están escondidas detrás de una maraña de
protocolos imposibles de descifrar para los campesinos como uno. Son
protocolos medievales y a la vez investidos de sacralidad, de tal forma
que si uno quisiera ponerlos en juicio, primero debería entenderlos, y
después debería estar dispuesto a ser acusado de hereje, como mínimo.
Es curioso que la gente que se queja de la corrupción de la
política, rara vez considera a la iglesia como una institución política.
Quizá el gran mérito de la iglesia haya sido disfrazar que se maneja
con las reglas de la política. Otro mérito es que ha demostrado ser
capaz de mantener ideas, por retrógradas que sean, durante siglos. A la
gente que le teme a los cambios, eso la conmueve; mejor una certeza que
cualquier incertidumbre de cambio.
Pero los sueños se acaban y la realidad nos despierta a las
trompadas. Volvemos a tener papa. La importancia de que sea argentino es
algo que deberemos medir día a día, como la sensación térmica, el
riesgo país, el valor del dólar y el rating de Tinelli. Por mucho que
anuncien épocas de cambio y de una nueva iglesia, creo que el mejor papa
posible para los creyentes y para los funcionarios del vaticano (perdón
por llamarlo funcionario, padre, pero no encuentro otra palabra) es
aquel que no hace sino profundizar el rumbo que la iglesia tiene desde
hace siglos. Nadie quiere cambios (excepto los ateos como yo, que no
cuentan). Ni los fieles, ni los obispos, ni los ángeles ni los
fabricantes de hostias. Para qué, si así les va fenómeno.
Ahora resulta que nos quieren hacer creer (y lo descabellado es que
quizá sea verdad), que Ratzinger su fue porque la iglesia no estaba
preparada para un cura reformista. Es que Ratzinger dijo "voy a limpiar
la iglesia" y se imaginaron a una legión de curas con escobas, como
coreografía de La novicia rebelde. Pero el tipo quería hacer cambios de
verdad: elecciones primarias simultáneas, eliminación de las
afiliaciones, elección por voto popular de obispos y cardenales, y una
buena ley de medios para que en la televisión y radios del vaticano haya
pluralidad; y no lo dejaron. La verdad es que les iba mejor un cura
simpaticón y transero como Wotjyla, capaz de cerrar un acuerdo con la
CIA a la mañana y otro con la KGB a la tarde. A la noche oraba por todos
los que aún le creían.
La gente suele mirar con desconfianza a los que quieren cambiar el
rumbo de las cosas establecidas. Aceptan los cambios sólo cuando ven que
esos cambios dan resultados, pero mientras tanto, tienen miedo y el
miedo es mal consejero. (Acá en Argentina pasa algo parecido, pero no
debo olvidar que esta es una nota santa, así que a seguir
reconciliándome con Dios; amén). Y una institución que anduvo como
violín nuevo diecisiete siglos, no debería cuestionarse. Qué importancia
puede tener un pedófilo más o menos; eso es de lo terrenal, y acá lo
que importa es lo divino. O sea, lo arreglamos en el más allá.
Por ahí, como los curas hablan con Dios, tienen la posta de que
Ratzinger va a vivir 120 años, y lo guardan para volver a reelegirlo
dentro de unos 10, o 20 años, cuando ya se haya vuelto un carcamán
inigualable. Ahora era un cura molesto. Dentro de una década, cuando sea
lo suficientemente retrógrado, va a estar a punto caramelo para volver a
ser papa. Mientras tanto, Bergoglio sería una especie de Caruso
Lombardi: un plomero al que acuden para tratar de tapar los agujeros
santos (financieros y morales) y que se va, al cielo o a su casa, sin
lograrlo.
Eso se daría en el marco de una Europa en recuperación, Berlusconi
nuevamente al frente de Italia, Ratzinger al frente del vaticano, y el
resto de los países a bailar. Para esa época, muchos problemas de hoy
van a estar solucionados: Europa no recibirá más africanos muertos de
hambre porque ya no quedará ni uno vivo, la recesión habrá puesto las
cosas en su lugar, los obreros a palear carbón y los policías a palear
obreros; los bancos a vender créditos que nadie podrá pagar, los ricos a
surfear en el Club Med, la monarquía a cazar el último elefante vivo y
los curas a sus vicios terrenales. El resto, a rezar a la iglesia.
*Publicado en Rosario12
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