Esta
semana, los argentinos entramos en la recta final de un proceso de
democratización de la comunicación que se inició a fines del año 2009
con la sanción por mayoría absoluta en ambas cámaras de una de las leyes
más consensuadas de las últimas décadas: la ley de Servicios de
Comunicación Audiovisual, más conocida como Ley de Medios. El viernes 7
de diciembre, todos los grupos económicos, incluido el poderoso y
hegemónico Grupo Clarín, van a tener que adecuarse al límite de
licencias que la norma permite. Se trata de un hecho trascendental por
varios motivos: a) se impedirá de acá en adelante el formateo permanente
de la conciencia de millones de argentinos, b) Clarín, el multimedios
acostumbrado a marcarle el paso a los gobiernos, por primera vez va a
tener que desfilar "paradito" al compás de una ley, y c) es un nuevo
ejemplo del ejercicio de la soberanía del Estado frente a un grupo de
poder real, como ocurrió hace unos años con las Fuerzas Armadas, la
Iglesia Católica y la Sociedad Rural, entre otras "instituciones
sagradas" de la Argentina.
(Digresión 1: Las concepciones liberales y anarco-libertarias
conceptualizan a la democracia como el sistema en el cual el Estado
tiene el menor grado de incidencia posible sobre la sociedad y los
grupos de presión. Las visiones colectivistas –socialistas,
bienestaristas, nacionalismos populares latinoamericanos– en cambio,
consideran que el Estado es el reservorio de la legitimidad de las
mayorías –vía elección democrática del gobierno– frente al abuso de
quienes obtienen una posición dominante en el mercado).
Obviamente el 10 de diciembre no ocurrirá una ruptura estruendosa
en la historia argentina. Ese día comienza el proceso real de adecuación
a la ley y se tratará de un encadenado de negociaciones, algunas más
silenciosas que otras, que concluirán con la democratización de los
espacios de comunicación a lo largo y a lo ancho del país. Sin embargo,
ese día también debería comenzar un proceso de construcción de nuevas
pluralidades ideológicas y comunicacionales.
Hasta ahora la comunicación en la Argentina estuvo definida por la
"pelea" en términos discursivos y de imposición de sentidos entre el
gobierno nacional y el Grupo Clarín, en una lógica amigo-enemigo
(comprensible pero al mismo tiempo empobrecedora apara ambos
contendientes). Para la democracia argentina no había nada más riesgoso
que un poderoso grupo mediático con la posibilidad de "voltear a un
gobierno con cuatro tapas". Pero, si el Estado logra disciplinar como
corresponde, mediante la ley, a un factor de poder real con una actitud
consecutivamente destituyente; es decir, si ese factor de presión a la
democracia queda minimizado, la lógica de blanco-negro debería ser
remplazada por un modelo de pluralidades que incluya otras posibles
visiones de la realidad política y económica.
(Digresión 2: ¿Héctor Magnetto se sentía perdido y por eso cometió
el error de intentar amordazar a los periodistas Roberto Caballero,
Sandra Russo y Javier Vicente? ¿O ese fue el "error" que mostró la
verdadera naturaleza de la estrategia y dejó sin argumentos frente a la
sociedad al Grupo? Fue un error definitorio porque atentó contra un
pilar constitutivo de su propio discurso de la libertad de expresión. Y
dejó a todos sus periodistas al borde de una contradicción insalvable.
No les quedó más remedio que salir a criticar a su propio empleador. Con
ingenuidad o hipocresía alguien podrá decir que eso ocurrió porque el
Grupo permite el disenso interno, pero es claro que, en realidad, se
trató de un dilema sin solución: o criticaban la decisión de Magnetto o
perdían legitimidad como periodistas ante tamaña grosería política).
La multiplicidad y pluralidad de voces es un imperativo de la Ley
de Medios. La capacidad de ampliar el espectro de registros ideológicos,
estéticos, geográficos, culturales que permite la nueva herramienta
obliga, también, a revisar dinámicas de confrontación que contengan e
incluyan a nuevos actores políticos y sociales en la conversación
pública. Porque es sabido que la pluralidad es el lujo que pueden darse
los sectores que han logrado constituir hegemonía dentro de una
sociedad. Sólo habrá hegemonía verdadera del movimiento nacional cuando
sea posible la "generosidad" de hacer plurales las miradas sin que corra
peligro su propia existencia. Mientras tanto, la lógica de
enclaustramiento será un síntoma y señal al mismo tiempo de una
sensación propia de debilidad.
(Digresión 3: Si yo fuera politólogo y alguien me preguntara cuál
sería la mejor estrategia comunicacional de un gobierno cualquiera, en
términos de "real política" respondería que lo más conveniente es
realizar una comunicación de tres anillos concéntricos. En el sector más
cercano al núcleo construiría un bastión ideológico desde donde
establecer una concientización más férrea, que contuviera a los sectores
más afines al gobierno. En un segundo anillo, establecería una fracción
de medios que tuviera afinidad con la administración pero que permita
el juego de pluralidad de voces e incluso la formación de opiniones
críticas que otorgara legitimidad a esas usinas de información –el
modelo Clarín y TN, con años de experiencia en el medio son un buen
ejemplo–. Por último, en el tercer círculo licenciaría a medios de
comunicación absolutamente opositores pero con control en aquellos temas
que podrían poner en crisis existencial al propio gobierno. Soy
consciente de que esta digresión es políticamente incorrecta, pero no
deja de ser, a mi criterio, efectiva. Por el contrario, la
homogeneización de voces propias –aun cuando sean efectivas y construyan
hegemonía en un primer momento– siempre termina provocando hastío y
abulia en las audiencias).
La Ley de Medios tiene un desafío profundo de ahora en más:
demostrar que puede funcionar en el ámbito real de las comunicaciones;
es decir, que haya empresas con capacidad de absorber las licencias, que
existan grupos sociales con interés y posibilidad de realizar
contenidos de calidad –no en términos eurocéntricos, al estilo Beatriz
Sarlo, sino que sean funcionales a las necesidades de los pueblos–, que
constituya otros protagonistas comunicacionales y que se haga efectiva,
con el paso del tiempo, esa pluralidad de voces tan necesaria. Y también
implica desafíos regionales. Porque un gran aporte de la normativa es
la descentralización de las producciones, la cuota de contenidos
locales, la federalización de las licencias, pero aún queda, a mi
entender, una vuelta de tuerca más por realizar: no basta con lograr que
Buenos Aires no imponga la lógica comunicacional a las provincias, el
nuevo mapa debe lograr que las provincias puedan "imponer" a Buenos
Aires la reproducción de los contenidos realizados en el interior. ¿Por
qué razón un formoseño debe asistir de prepo a contemplar durante horas y
horas la problemática causada a los vecinos de la Boca por un pozo no
reparado por la pésima gestión de Mauricio Macri? ¿Por qué razón un
porteño está obligado a tener en la grilla de Cablevisión el canal de TV
de Galicia y no tiene derecho a ver un canal de Jujuy o de Chubut? El
federalismo es para todos o no es para nadie.
Muchos creen que el reto más importante de la Ley de Medios es el
famoso 7D. Quien escribe estas líneas sostiene que el principal desafío
de la democracia comienza recién a partir del 9 de diciembre.
*Publicado en Tiempo Argentino
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