Por Hernán Brienza*
Podrá el kirchnerismo superarse a sí mismo? ¿Cómo hace una fuerza política que en pocos meses más cumplirá una década en el gobierno para reformarse y reproducirse a sí mismo, para mantenerse con vida y con fortaleza y continuar transformando a la sociedad argentina? ¿Es necesario hacerlo? Pareciera –quizás es sólo un espejismo de fin de año– que el Modelo ha llegado a un estadio que plantea varios desafíos: una renovación discursiva por parte de muchos de sus protagonistas y defensores, un replanteo en las estrategias para alcanzar los objetivos a largo plazo. Es decir, al Modelo podría estar faltándole una vuelta de tuerca.
Los primeros cuatro años del Modelo tuvieron como principal
objetivo el afianzamiento de la nueva fuerza, con lo que ello implicaba:
desplazar del poder real a la Vieja Argentina formada por las FF AA
ancladas en el pasado de la dictadura cívico-militar, la presencia
demandante de la Iglesia Católica, los grupos de presión económicos
–desde el FMI y los grandes monopolios hasta las editoriales de La
Nación– y la prédica neoliberal que constituyó el proceso 1976-2002 –con
un breve interregno dentro del gobierno alfonsinista–.
El segundo cuatrienio estuvo caracterizado por la profundización de
ese Modelo de acumulación, ahorro y distribución de la riqueza. El
momento bisagra fue el sabotaje de las organizaciones rurales reunidas
en la Mesa de Enlace –columna vertebral de la Vieja Argentina–, por un
lado, y, por el otro, la ruptura de relaciones con el Grupo Clarín, que
significó el repique de campanas de lo que se conoce como la "batalla
cultural". La batería de transformaciones que llevó adelante la
presidenta –nacionalización de las AFJP, de Aerolíneas y de YPF, la
Reforma de la Carta Orgánica del Banco Central, la Asignación Universal
por Hijo, el matrimonio igualitario, la Ley de Medios, la
Desdolarización de la Economía– se convirtió en el motor de ese período
que comenzó a tomar otro cariz entre 2011 y 2012.
El 54% de votos obtenido en las elecciones de octubre de 2011
demostró que al kirchnerismo le había llegado su hora hegemónica. Y
comenzó a abrirse un momento de nuevos desafíos, entre ellos el de la
"institucionalización" del Modelo. ¿En qué consiste? Sencillo en el
reaseguro a través de un complejo de leyes y repetición de roles
sociales que permita mejorar la distribución de la riqueza, el
achicamiento de la brecha y la desigualdad social, la transferencia de
recursos de un sector a otro de la producción –del campo a la industria o
del sistema financiero a la tecnología de punta–, de mejorar los
índices de desocupación y de ingreso; pero también de sellar cuestiones
ideológicas y culturales relacionadas con el papel del Estado, los
límites de su intervención en la economía y las formas de
democratización de los poderes del aparato estatal.
Pero la institucionalización requirió y requiere también, de un
aumento de la racionalización burocrática, política y administrativa, y
de un creciente profesionalismo político por parte de los militantes y
los cuadros políticos que lleven adelante el proceso de profundización y
transformación. Es por eso que el famoso trasvasamiento generacional
exige a los jóvenes que ocupen espacios políticos, estudio,
autoperfeccionamiento y una concepción política e ideológica capaz de
revisar las tradiciones culturales que atraviesan nuestra historia.
Hasta aquí hemos llegado. Ir por más requiere un salto de creatividad épico.
Porque épica es la "transformación permanente". Seguir
redistribuyendo la riqueza –saturada la capacidad de incluir desocupados
al mercado– sugiere una puja distributiva fenomenal, llevar adelante un
control minucioso y policial de la cadena de costos o una inversión
descomunal por parte del Estado y de las empresas privadas, por
ejemplo.
Pero como no sólo de pan vive el hombre (y la mujer), en una misma
situación se encuentra el procesamiento de las demandas de la sociedad y
el reparto de incentivos sectoriales para continuar con la acumulación
hegemónica de voluntades. El desafío, en este sentido, consiste en
encontrar la forma de interpelar a nuevos sectores de la sociedad sin
perder el núcleo de identidad básica del kirchnerismo. Como ampliar la
base de convocatoria sin perder, al mismo tiempo, intensidad y
profundidad en las convicciones.
El reto es enorme porque hay una forma kirchnerista de decir, de
interpretar y de interpelar ya instalada en la sociedad argentina. Ya
existen, incluso, lugares comunes de esas maneras, como si se tratara de
barroquismos kirchneristas que pierden sentido al ser enunciados una y
otra vez. Ocurre algo similar al juego infantil de repetir palabras
hasta que estas carezcan de sentido. Por lo tanto es necesario, también,
renovar los significantes, las palabras, los discursos y hasta las
verdades de las cuales uno está convencido.
Incluso debería poder deshacerse de algunas lógicas como la de
amigo-enemigo que hoy son más útiles para la oposición que para un
gobierno con vocación hegemónica. La estrategia del kirchnerismo hoy
debería ser dispersar las opciones, ofrecer distintas alternativas de sí
mismo, pluralizarse, complejizarse. La simpleza ramplona del "Que se
vaya", del "Ella o nosotros" o del "Son todos chorros" es un recurso
efectivo para grupos minoritarios rencorosos –tanto de derecha como de
izquierda– alimentados ideológicamente por personajes del
pseudo-progresismo antipolítico que de hombres y mujeres con
responsabilidad estratégica. La confrontación parece buena herramienta
para acceder al poder, pero parece autodesgastante para mantener el
poder obtenido.
El año que concluye ha sido difícil. Los exorbitantes vencimientos
de la deuda externa y la crisis internacional se conjugaron para que
Argentina tuviera un panorama complicado pero que ha sorteado con
muchísima dignidad. El 2013, según todos los pronósticos, parece ser más
aliviado en términos económicos pero, por tratarse de un año electoral,
es posible que sea barullero en el ámbito político. Leopoldo Marechal
decía que de los laberintos se sale por arriba. Es una buena solución
para el Modelo kirchnerista.
¿Qué significa esto? Instalarse una vez más por encima de las
minucias cotidianas y proyectar a futuro: hablar de modernización, de
progreso, de crecimiento, pero también encontrar nuevos discursos
teóricos que contengan el salto cuantitativo con interpretaciones
cualitativas. Y en términos económicos pensar y desarrollar, un
megaplan, algo así como un Plan Quinquenal de Obra Pública monumental,
que permita revolucionar la infraestructura a lo largo y a lo ancho del
país. Un proyecto de inversión que incluya y obligue a gobernadores e
intendentes a cohesionar la matriz energética nacional –acoplando la
generación hidroeléctrica, la eólica y la nuclear–, a construir las
autovías necesarias –la 14, la 7, la 3–, recomponer la vía
ferrocarrilera, desempolvar el proyecto del tren rápido a Córdoba,
erradicar la infraestructura de la pobreza y la indigencia construyendo
viviendas, pavimentando calles, construyendo cloacas y redes de gas para
los barrios carenciados de todas las localidades del país. Y agregaría,
también, que es hora de pensar en serio una mayor regionalización
productiva y una descentralización de la Ciudad de Buenos Aires.
Los procesos políticos tienen un principio, un desarrollo y un
final. Tarde o temprano se produce ese declive por cuestiones etáreas,
generacionales, de producción de ideas. Por conformidad a los cambios
producidos, por cansancio, por decenas de factores. Pero hay una forma
de aumentar ese tiempo de permanencia: elaborando una política de
"transformación permanente". Y el kirchnerismo hasta ahora ha sido
justamente eso.
*Publicado en Tiempo Argentino
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