La primera vez que conocí a Hugo Chávez fue en las Naciones
Unidas en Nueva York, en enero de 2003. Me preguntó mi nombre, como si
estuviéramos charlando entre amigos apenas conociéndose. Cuando le dije
“Eva”, me respondió, “Eva, ¿sí?”. “Sí, Eva”, le dije. “¿Sabes que mi
hermano se llama Adán?”, me dijo, y continuó: “Mi mamá quería que yo
fuera hembra para ponerme Eva ¡y mira que salí yo!”. Se rió con esa risa
suya, tan sincera y pura que siempre contagia a todos los que la
escuchan.
Salió un hombre más grande que la vida con un inmenso corazón lleno
de pueblo, latiendo patria. Salió un ser humano con una enorme capacidad
de persistir y mantenerse de pie frente a los más poderosos obstáculos.
Hugo Chávez soñó lo imposible y lo logró. Asumió la responsabilidad
de las grandes y difíciles tareas que quedaban pendientes desde la época
de la independencia, lo que Simón Bolívar no podía lograr por las
fuerzas adversas en su contra. Chávez lo cumplió y lo hizo realidad. La
Revolución Bolivariana, la recuperación de la dignidad venezolana, la
justicia social, la visibilidad y el poder del pueblo, la integración
latinoamericana, la soberanía nacional y regional, la verdadera
independencia, la realización del sueño de la Patria Grande y mucho,
mucho más. Todos estos son logros de Chávez, aquel hombre que salió así.
Hay millones de personas alrededor del mundo que ven en Hugo Chávez
una extraordinaria inspiración. Chávez alza la voz sin temblar ante los
más poderosos, dice las verdades -lo que otros temen decir- no se
arrodilla nunca ante nadie, anda con firme dignidad, la cabeza en alto,
siempre con el pueblo por delante y la visión y sueño de la patria
próspera, justa y feliz. Chávez nos ha regalado a todos una fortaleza
colectiva para combatir las desigualdades, las injusticias, para
construir patria y para creer que un mundo mejor no es sólo un sueño, es
una realidad alcanzable.
Chávez, un hombre que podría andar con los más ricos y poderosos del
mundo, prefiere estar con los más necesitados, sintiendo sus dolores,
abrazándolos y buscando como puede mejorar sus vidas.
Recuerdo un cuento que Chávez contó una vez, o varias veces, como
suele hacer. Andaba en su caravana, por allí por los llanos en esos
caminos largos y planos que parecen seguir hasta el infinito. De repente
apareció un perro en la orilla de la vía, caminando cojo con una pata
herida. Chávez dio órdenes para parar su caravana y salió a recoger el
perro. Lo abrazó y dijo que lo tenían que llevar a un veterinario.
“¿Cómo podemos dejarlo aquí, solito y herido?”, preguntó. “Es un ser, es
una vida, hay que cuidarlo”, dijo, demostrando su sensibilidad. “¿Cómo
podemos llamarnos socialistas sin importar la vida de los demás? Hay que
amar, hay que cuidar a todos, incluyendo a los animales, que son unos
inocentes”, recordó.
Cuando echó ese cuento me hizo llorar. Lloré porque amo a los
animales y son tan maltratados por tantos, hacía tanta falta que alguien
como él, Chávez, dijera algo así para despertar conciencias sobre la
necesidad de cuidar a los que cohabitan con nosotros en este planeta.
Pero también lloré porque allí Chávez confirmó lo que yo ya sabía, lo
que yo sentía, pero que a veces uno duda de sí mismo. Allí Chávez
confirmó que en el fondo, es un ser sencillo, sensible y amoroso. Un ser
al que le duele el corazón cuando ve un perrito herido. Un ser que no
solamente siente, sino actúa. Así salió él.
Cuando Chávez llegó a la presidencia de Venezuela el país andaba
cojo. Él había visto sus heridos y sabía que tenía que hacer todo lo que
podía para ayudarla. Llevó a Venezuela entre sus brazos, apretadita,
buscando como mejorarla. Entregó todo de él -su sudor, alma, fuerza,
energía, inteligencia y amor- para convertirla en dignidad, desarrollo,
soberanía, patria. La atendió día y noche, nunca dejándola sola.
Encontró su belleza, su fortaleza, su potencial y su grandeza. La ayudó a
crecer, fuerte, hermosa, visible y feliz. Impulsó su renacimiento y
llenó su pulso de fuerza y pasión, de poder popular y pueblo digno.
Chávez ha entregado todo de él sin pedir nada a cambio. Hoy,
Venezuela crece y florece, gracias a su entrega, gracias a su
dedicación, gracias a su amor.
Menos mal que salió así, Chávez.
*Publicado en Telesurtv.net
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