Si no hubiera muertos de por medio, la escena hasta sería graciosa, como salida del programa de Capusotto en Canal 7: Macri flanqueado por un ciudadano paraguayo, desmintiendo así su xenofobia. A esta altura, el jefe de gobierno porteño podría remplazar a su asesor de imagen, Jaime Durán Barba, por el guionista Pedro Saborido. Sería igual. ¿Qué es lo que hace un nazi para ocultar su antisemitismo? Dice que tiene un amigo judío. ¿Qué hizo Macri para ocultar su prejuicio contra bolivianos y paraguayos? Decir que tiene un amigo paraguayo.
La pregunta es si su torpeza responde a la genética (todos, en mayor o menor medida, podemos ser torpes: se nos caen los platos, los vasos, decimos cosas inconvenientes) o una ideología prejuiciosa, adquirida de modo voluntario. A Macri se lo acusa habitualmente de frívolo, de insensible, de no tener ideas. Es decir, hay una imagen prefabricada sobre él, de mucha gente que no lo quiere, o lo quiere poco, o no lo quiere nada, que lo muestra como desacertado, por decirlo de modo leve. Esta mirada interesada, sin embargo, elude que la base de sus muchos errores no es tanto su desconcierto de muchacho rico con más terraza que calle a la hora de hacer política, sino el corpus ideológico de su pensamiento.
Macri es lector de Ayn Rand, gurú de una corriente filosófica llamada “objetivismo”, que defiende el egoísmo racional, ataca los principios solidarios y rescata a un único sujeto social lleno de virtudes: los empresarios. El mundo, para Rand y Macri, se divide entre “los creadores” (los entrepreneurs) y “los saqueadores” (la gente que no lo es). El objetivismo reivindica el capitalismo, se opone a cualquier forma de cooperativismo asociativo, y detesta al Estado como regulador de la economía y la vida de las sociedades.
Rand nació en San Petersburgo, Rusia, el año 1905, y murió en Nueva York, en 1982. Su verdadero nombre era Alisa Rosembaum. Fue guionista en Hollywood y luego novelista. En libros como La rebelión del Atlas se propuso desmitificar el paraíso comunista detrás de la Cortina de Hierro y defender los valores fundamentales de la sociedad estadounidense: un grupo de hombres libres que desató su genio productivo como único motor de la creación de la riqueza. En la Argentina, Rand es la musa inspiradora de Mariano Grondona, que usó su teoría para escribir su libro Factores culturales para el desarrollo. De modo inamovible, la tesis es que hay ciertas culturas que tienden al desarrollo, y otras al subdesarrollo. Así pensaba Rand, así piensa Grondona, así piensa Macri. Y así se pensaba hace 160 años, cuando las sociedades eran menos complejas que las actuales.
Quizá por eso, y no por una torpeza congénita, se equivoca tanto Macri. Esta ideología se aburre con la política, justamente porque el arte de la política es mucho más elaborado que el prejuicio. Las cosas, para Macri, son blanco o negro. La ley y el orden, por citar dos de los valores que destacó en medio de las muertes en Soldati, están en la pirámide de sus aspiraciones, porque supone que, precisamente, la ley y el orden representan el secreto del éxito de las sociedades que admira. Piensa, en los hechos, como un empresario y no como un político. El primero quiere que nada se interponga a la generación de riqueza (ni las leyes, ni los reclamos, ni las multitudes, ni el Estado), porque, una vez generada, se derrama hacia el resto de la sociedad. El segundo, en cambio, es el que articula intereses, muchas veces contrapuestos, para que unos y otros entiendan que sus deseos son realizables, más temprano o más tarde, en una convivencia civilizada. Uno parte del prejuicio. El otro es pragmático.
Cuando ayer el gobierno nacional hizo sentar a la misma mesa al macrismo refunfuñante y a los ocupantes del Parque Indoamericano, un principio de solución política (y no policial) comenzó a vislumbrarse. El debate volvió al eje de donde nunca debió salirse: la crisis es habitacional (el macrismo no ejecutó el 80% del presupuesto para viviendas sociales) y no migratoria.
Macri hizo el esfuerzo, pero terminó levantándose enojado de la mesa de negociaciones. Es muy fuerte para él. Su ideología le impide ceder ante lo que no comprende. Por eso falla, y falla tanto y tan seguido. Y por eso mismo representa un peligro: sus errores se pagan con muertos.
Sus votantes, los que fueron encandilados por sus ojitos celestes y el discurso eficientista, deberían recapacitar ante lo ocurrido.
Si Macri no pudo mantener el control de un parque, ¿cómo se candidatea para gobernar un país?
De sólo pensarlo da miedo.
*Publicado en ElArgentino.com
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