sábado, 14 de mayo de 2022

INFLACIÓN: ENTRE EL PODER Y EL MANDATO

Imagen de "Red Eco Alternativo"
Por Roberto Marra

Resulta muy complejo decidir políticas económicas, cuando los sectores que resultan ser objetivo del beneficio de esas políticas, se oponen a las mismas. Es el caso de la “lucha contra la inflación”, que sólo puede determinarse como de probable éxito, si se ejecutan acciones que afecten los intereses de las corporaciones dominantes de los distintos rubros en cuestión. Es que cuando ello sucede, automáticamente saltan las oposiciones encendidas de los dueños de esas corporaciones, pero también elevan sus protestas, aunque parezca ridículo, los consumidores de los productos sobre los cuales se pretende ejercer una presión bajista de sus precios.

No existen las casualidades en esto. Hay una profunda labor cultural-educativa sobre las conciencias de los ciudadanos, utilizando todo el andamiaje reproductor de las voces del Poder Real, a través de la infantería mediática, también oligopólica y cómplice de las maniobras contra las decisiones regulatorias del Estado. Mediante estudiados modos de comunicar, se establecen certezas que no son tales, se elaboran verdades sin respaldo en los hechos, se generan rechazos automáticos a cualquier medida de pretendida índole anti-inflacionaria, sólo porque afectan los intereses de los poderosos.

Esto se potencia cuando los gobernantes no terminan de decidir de qué lado están: si de sus mandantes originarios (el Pueblo), o de los grupos concentrados de poder. O tal vez sí ya han decidido, y adoptan actitudes medrosas ante las “superioridades” de los antidemocráticos procederes de los monopolios y oligopolios. De ahí a la pérdida absoluta de credibilidad acerca de sus intenciones de “combatir las causas de la inflación”, existe el simple paso de la comprobación cotidiana en los supermercados, las verdulerías o las carnicerías. Y cuando ello sucede, muy pocos harán el esfuerzo de razonamiento imprescindible para comprender las causas de semejantes atropellos de sus bolsillos, para señalar como culpable absoluto de eso males al caballito de batalla de todos los improperios mediáticos: el Estado.

Es que cuando se adoptan posturas intermedias, cuando se “intima” a los formadores de precios sin contar con la fuerza de choque de los controles reales y, sobre todo, de la elevación de la capacidad de comprensión social sobre el tema, el fracaso está asegurado. Las tibiezas discursivas sobre “sentarnos a una misma mesa”, “consensuar una salida”, “buscar los consensos necesarios” y toda esa parafernalia de frases comunes e intrascendentes, no hace sino desacreditar a quienes las emiten, a sabiendas de las eternas frustraciones por haber tenido esas mismas posturas en otras ocasiones similares.

Con esos preceptos elevados a la categoría de axiomas populares, la ciudadanía deja de ser tal para convertirse en “manada” del sistema imperante, perdedores ansiosos por seguir perdiendo, defensores a ultranza de los intereses del Poder y punta de lanza para la lucha contra “el populismo”, definitivamente asegurada su categoría de culpable de todos sus males.

El odio pasa a ser el arma más poderosa para asumir la condición de “sano ciudadano”, impulsando a grandes sectores sociales a señalar a determinadas figuras políticas como culpables de sus desgracias económicas y financieras. La estigmatización se convierte en la herramienta que el Poder requiere para obturar la elevación de la consideración popular sobre los y las líderes que sí entienden la razón primigenia de esta lucha de intereses estructurales.

Nos han convencido que “lo bueno” sólo puede ser el resultado de la actividad privada. Se ha impuesto la idea del llamado “Estado bobo”, como definición absolutista sobre esa primordial manera de conformar la administración de una Nación. Se defenestran a los empleados estatales, se imponen reducciones en sus estructuras de protección de los intereses populares y se establecen, paradójicamente, controles sobre el propio Estado por parte de los sectores dominantes de esa entelequia llamada “mercados”.

La estupidez no pude seguir retrasando la historia. La animosidad enfermiza hacia quienes resultan ser las más auténticas figuras defensoras de las necesidades populares, no debe ser la vara para medir las posibilidades de triunfar sobre los poderosos. La razón de la palpable realidad cotidiana debe prevalecer sobre cualquier mediatizada idea de colaboracionismo con los formadores de precios y desgracias, que resultan siempre siendo los mismos.

Definitivamente, no puede un hombre y una mujer de Pueblo, ser parte de la maquinaria defensora del interés corporativo concentrado. Antes deberán convertirse en “la escoba” que se atreva a barrer esta malévola historia, pergeñada en otros lares en busca de un “destino manifiesto” inexistente, pero arraigado en la mentalidad obsecuente de ciertos personajes que sólo atinan a rascarse en el palenque de los “amos” imperiales, antes que asumir la responsabilidad de defender el mandato popular.

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