miércoles, 4 de mayo de 2022

LA DISPUTA DEL PODER Y LA UNIDAD

Por Roberto Marra

Periodistas, opinólogos, panelistas televisivos, funcionarios y políticos varios, supuestamente de sentimientos cercanos al peronismo, vienen llenando los oídos de la ciudadanía con la “defensa de la unidad”. Pareciera ser una actitud con loables intenciones, en busca, dicen la mayoría de ellos y ellas, de impedir el regreso de la maquinaria perversa del macrismo o algo similar. La cuestión, sin embargo, no deja de contener rasgos evidentes de un intento por correr del escenario de la consideración popular a un sector de la coalición gobernante (que de “coligados” viene teniendo poco y nada). La pregunta, en todo caso, es: ¿de qué tipo de unidad se habla? ¿la del silencio de quienes ven perderse las bases que la promovieron?

En la cancha se ven los pingos”, dice una vieja sentencia popular. Así es como debemos observar el accionar del Poder Ejecutivo, para verificar si aquello que fuera el “decálogo” de la campaña electoral que logró promover el triunfo de esta alianza de diversos, está siendo aplicado o nó. Claro que considerando las particularidades derivadas del período especial que la pandemia ha acarreado. Pero, en cualquier caso, mirando a través del cristal de las necesidades populares cuyas satisfacciones parecían ser el norte de la gestión prometida.

Sin embargo, cuando se habla de satisfacer necesidades, no pueden sólo involucrarse las coyunturales, tales como los aumentos de salarios y jubilaciones, o proveer de alimentos a los más postergados, o insuflar fondos a las pequeñas empresas casi en bancarrota, o sostener a las empresas de servicios básicos y tantos etcéteras como se deseen considerar. Es imprescindible sumar a todo eso, la puesta en marcha de mecanismos de re-estructuración económica, financiera, social, educativa, infraestructural, empresarial estatal, judicial y política.

A la luz de lo sucedido hasta ahora, de las políticas aplicadas y de las manifestaciones públicas de quien ejerce el Poder Ejecutivo y sus funcionarios directos, sólo se puede expresar que poco (o nada) de lo estructural ha sido tocado. El poder financiero, el sector de las grandes industrias, el agropecuario y el exportador, siguen con las mismas o mayores ventajas, ahora acrecentadas por la influencia especulativa de la guerra en Europa. El Poder Judicial, por su parte, no sólo no ha sido modificado en su estructura fundamental, sino que ha redoblado su poderío y hasta asumido funciones que les son absolutamente negadas por la Constitución.

La maquinaria mediática hegemónica está intacta y nada parecido ha sido construído en ese ámbito para oponer a semejante poder de intrusión en las conciencias ciudadanas. Peor aún, la agenda cotidiana sigue siendo la marcada por las tapas de los diarios y las opiniones de los brutales paquidermos periodísticos que ofician de voceros del establishment. Se habla de lo que los medios quieren que se hable. Se actúa políticamente en función de lo que sus páginas amarillistas y retrógradas proponen. Se entablan en sus hojas y en sus pantallas las discusiones sobre los “planes” económicos, que apenas llegan a ser medidas de coyuntura que, además, son vilipendiadas por esos mismos tránsfugas mediáticos.

Mientras tanto, saltan las discusiones entre los representantes de los dos conceptos fundamentales que hacen parte del Frente de Todos. A pesar de los enojos de los “ultra-defensores” de la “unidad”, estallan la diferencias públicamente, por efecto de la inexistencia de un ámbito institucional donde entablarlas o la negación lisa y llana a escuchar. No resulta ilógico que suceda, a la luz de los acontecimientos, que demuestran una actitud cerrada del Presidente y sus funcionarios fundamentales para con la toma de decisiones. “El Presidente soy yo”, nos recuerda cada vez que puede. Y eso, que nadie le niega, se coloca como escudo para contrarrestar las críticas internas que, más que eso, son gritos desesperados ante lo que se evidencia como una derrota ante los peores enemigos del Pueblo, no ya en lo electoral (no solamente), sino en los paradigmas populares por excelencia, abandonados por escuchar a pequeños monstruos creados mediáticamente a instancias del Poder Real, para volver a ser colonia de un imperio decadente pero feroz.

Los conceptos del neoliberalismo siguen incólumes, aplicado con el rigor que el FMI impone con el famoso “acuerdo”. El cacareo voluntarista de no permitir intromisiones en las políticas de crecimiento, es aplastado por la realidad y los números de cada mes, índices que no importarían demasiado si se dieran en medio de un proceso de desarrollo autónomo y de largo plazo, con preeminencia de los intereses populares por sobre los de las corporaciones económicas y los grupos empresariales más poderosos.

Sin embargo, los funcionarios responsables del área económica no cejan en el empeño de defender conceptos que no son congruentes con los ideales justicialistas. La teoría del derrame continúa siendo la aplicada para buscar falsamente una equidad social imposible con esos términos economicistas. La espera del “pobrerío” de mejores tiempos se eterniza, alejando a estos sectores postergados y empujándolos a los brazos de la lacra politiquera de ocasión, tan perversa como brutal, siempre dispuesta a mentir y socializar las pérdidas, para profundizar el despojo nacional.

Todo el proceso político, judicial y mediático, parece estar destinado a un objetivo fundamental: acabar con la influencia de la mayor estadista viva existente de nuestra Nación, Cristina Fernández de Kirchner. Su solo nombre genera muecas de desprecio o actitudes de desaprobación por parte de los enemigos del Pueblo. Necesitan destruirla y, más aún, alcanzar su otra meta paradigmática, como es la de terminar con el peronismo como concepto emancipador, como ideología al servicio de la liberación, dejando sólo una ruinosa estructura desvencijada y empobrecida de doctrina que les sirva para un gatopardista método de “alternancia” electoral.

El odio está ganando por goleada, empujando la verdad al infierno de la oscuridad ideológica. “La gente” se impone al Pueblo, desencadenando miserias materiales y mentales, haciendo de la política un ámbito de disputas sin protagonismo popular. Engreídos varios se apoderan de ministerios y secretarías para perpetuar sus estadías, sin permitir el arribo de los auténticos, postergando la militancia real por la del funcionariato. La soberbia, no la que le endilgaban a la máxima referente popular de la época, sino la de los insuflados de mandos sin poder con mandato autenticado por el voto popular, está acabando con la poca expectativa que la buena gente todavía tiene para cambiar la vida miserable en la que se la sumerge con las políticas insípidas que se aplican.

Pero, como dijo (dicen) Galileo, “e pur se muove”. Y como tantas veces intentaron matar a la doctrina, tantas fracasaron, esta no será diferente. Con retrocesos y avances se construyó la esperanza popular hecha ideología. Con sus líderes auténticos por sobre las miserias de los dirigentes de ocasión, se habrá de levantar otra vez de las cenizas, haciendo su labor de reconstrucción permanente, a través de la única fuerza capaz de derrotar tanta estulticia y tanta vanidad inoperante: la conciencia y la militancia popular.

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