La palabra “oposición” ya tiene una connotación que habla de la estupidez y la sinrazón. Automáticamente, sin análisis ni estudio alguno, sin observación de la realidad y el contexto, sin considerar las afectaciones posibles, todos y todas quienes asumen una función legislativa y no pertenecen a la fuerza política que ejerce el poder ejecutivo, creen tener la aparente obligación de votar en contra de cada proyecto que éste presente. Rebuscar las razones para hacerlo en vericuetos leguleyos o en altisonantes discursos divagantes, son el método formal (para la gilada). Pero recibir las órdenes del Poder Real y de la embajada imperial, suelen estar por detrás de estas manos bajas en los recintos legislativos.
Por aquello de “cría cuervos y te sacarán los ojos”, el ejecutivo debiera repensar su postura hiper-dialoguista con esta “oposición”, vulgar rejunte de brutos politiqueros que intentan manifestar un poder que sólo pueden ejercer si su contraparte les teme. La realidad emergente de este episodio tan mediáticamente expuesto del presupuesto negado, es que ahora sólo cabe ir hacia adelante, apretar el acelerador de la voluntad y patear el tablero de las discusiones vanas. A las cosas por su nombre: gobernar es para valientes, pero sólo para aquellos y aquellas que escuchen a sus pueblos, comprendan sus profundos padecimientos, los sientan en carne propia y actúen sin aceptar consejos de los enemigos.
Es tiempo de poner sobre la mesa la artillería más pesada, decretar y decretar todo lo necesario y urgente, sin temores a quienes de todos modos les intentarán destruir. Es hora de abrazarse a las ideas, sostener con más fuerzas las banderas en alto, aplastar con mucho más que promesas las embestidas de los golpistas disfrazados de demócratas y sus socios extranjeros. Estamos ante una oportunidad, antes que a una derrota. Aprovecharla es la llave para abrir la puerta de la dignidad y la victoria. Y levantar una muralla de poder popular, es la espalda imprescindible para cerrar el camino de la destitución y el regreso de los muertos vivos del neoliberalismo más atroz.
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