jueves, 26 de diciembre de 2019

DESARROLLO ALTERNATIVO

Imagen de "Chile Desarrollo Sustentable"
Por Roberto Marra
Cuando se buscan definiciones de “desarrollo”, invariablemente surgirán las que hablan de evolución. Biológica o social, natural o inducida, esa transformación contiene un sentido positivo en su significado y tiende a sostenerse que tales cambios traerán solo beneficios para quien o quienes sean partícipes de esos procesos. El desarrollo de una nación, que involucra tantos y tan diversos rubros en su devenir, necesita de esas transformaciones permanentes que le permitan pasar de un estadío a otro, como modo de mejorar la vida de sus habitantes, lo cual siempre se manifiesta como meta desde cualquier gobierno, aún de los que solo lo hacen para cooptar las voluntades que le permitan llegar y sostenerse en sus cargos en busca de ocultos objetivos espurios.
Pero esas evoluciones no son siempre positivas, o no lo son las acciones que se decidan para lograrlas. Para llegar a desarrollarse, cualquier país necesita de la acumulación material, del abastecimiento de materias primas para sus industrias, de la elevación de la cantidad de los alimentos para mejorar la nutrición de su población, de la mejora constante del aparato económico-financiero que deriva de las transacciones con otros países, del acceso al conocimiento, del progreso en las ciencias y las tecnológias propias, a su vez conectadas con la mayor inclusión educativa y el mantenimiento de la salud de sus habitantes.
Claro que la cosa es mucho más compleja que el solo pensar en positivo. Los cambios buscados son atravesados por innumerables dificultades, propias de las relaciones de poder internas y externas, las que frenan, tuercen o destruyen esas búsquedas honestas de desarrollo, hasta convertir a esas naciones en simples cajas de resonancia de la voluntad de quienes dominan categóricamente el Planeta, imposibilitando la concreción de cualquier plan trazado con la esperanza popular detrás, para transformarlo en letra muerta y arruinar la vida de los inermes habitantes del país de que se trate.
Aún cuando existan gobiernos decididos a sostener sus principios evolutivos positivos, el imperio y las corporaciones que son parte del sistema mundial de dominación, logran intervenir, solapada o directamente, en las economías locales, a través de las ventajas de sus desarrollos científico-tecnológicos, obligando a adaptarse a ellos por parte de las naciones que no los posean, produciendo una perversa dependencia derivada de las necesidades imperiosas que se tienen para avanzar en el camino de la elevación de la calidad de vida de sus habitantes.
Esos métodos productivos importados por esa necesidad de desarrollo, invariablemente vienen cargados de procedimientos que no miden consecuencias dañinas sobre las poblaciones, porque solo buscan rentabilidades exuberantes y rápidas para las corporaciones que “prestan” sus servicios, sin importarles los “daños colaterales” que pueden generar.
Unidos a esos objetivos de utilidades veloces a costa de los ciudadanos, que implementan los dueños mundiales de las tecnologías aplicadas, están los poderosos locales, esos miembros de la sociedad que poseen el dominio del aparato productivo y las fortunas acumuladas que les permiten influir o extorsionar a funcionarios gubernamentales, hasta allanarles los caminos del lucro mayoritario, sin importarles en absoluto los resultados que arrojen sus acciones sobre el resto de los habitantes.
Entonces, vemos la aplicación de metodologías productoras de alimentos que envenenan la tierra, las aguas, el aire y los propios elementos reproductores. Observamos que la ganadería se convierte en horrendas fábricas de animales inflados con artificios, que la agricultura sobrevive mojada con químicos cada vez más venenosos, que sus frutos pierden los sabores y sus capacidades nutritivas, todo para lograr rindes exorbitantes y exportaciones que impresionan por sus volúmenes, pero apabullan por sus estropicios.
Como parte de todo esto, observamos la invasión de bestiales corporaciones mineras extranjeras, capaces de abrir montañas y succionar riquezas sin casi trabas para decidir qué y cómo hacerlo, lo cual invariablemente resultará en la destrucción ambiental imaginable hasta por el más tonto de los observadores. Imbuídas de un “espíritu” negacionista de la realidad, atravesadas por un único interes, el pecuniario, estas empresas vienen por todo y todo se llevan, incluso el futuro, perdido entre las aguas residuales que nos dejan, contaminadas para siempre.
Las reacciones de los pueblos contra ese tipo de minerías y de cultivos envenenantes, no suelen ser tomadas en cuenta por algunos gobernantes, dejando de lado las advertencias populares, pero también las científicas, las probadas por miles de estudios a lo largo del tiempo. No son, para esos gobiernos, más que “molestias” en sus caminos de creídos “super-desarrollos”, invariablemente destinados al fracaso nacional y la acumulación de mayores poderes en quienes ya detentan demasiados en el Mundo.
Pero están los casos de los gobiernos de clara procedencia popular, necesitados de restañar las profundas heridas que dejan los procesos neoliberales. Serán esas administraciones las que más complejidades deberán asumir, al tener que hacer equilibrio entre las acuciantes necesidades de recuperación económica, las deudas que se ven obligados a enfrentar y esos procedimientos de resultados catastróficos desde lo ambiental. Por allí se colarán algunos pretendidos “ecologistas”, que de tales solo tienen la máscara, dispuestos a socavar la confianza depositada por el Pueblo en ese nuevo gobierno, aprovechando las debilidades resultantes del atosigamiento financiero y las prioridades desesperantes de quienes fueron las víctimas principales del proceso antisocial previo.
Para enfrentar semejante desafío, no queda otra alternativa que comenzar a mirar el desarrollo futuro de otra manera. De pensarlo anteponiendo objetivos que priorizen la vida, su sostenimiento en el tiempo y la mejora constante de su calidad. Necesitan ser establecidos otros criterios productivos, con mayor ingerencia de la inteligencia nacional y también a través de convenios con entidades extranjeras, pero con claras limitaciones a sus obscenas e ilimitadas ventajas lucrativas y desprecios por nuestro ambiente. Se precisa generar una nueva moral, que deseche los impúdicos conceptos insolidarios y genocidas impuestos por el Poder transnacional.
Se tratará de una lucha compleja y desigual, intentando encontrar el reemplazo de los oscuros valores impuestos desde los mismos destructores del medio natural, de descifrar los códigos de las capacidades propias y dibujar nuestras metas como Nación de acuerdo a nuestros criterios e historia constitutiva. Esas que pongan por delante al ser humano, que le posibilite su auténtico crecimiento personal, pero únicamente como parte indisoluble de una sociedad solidaria e igualitaria, donde solo podamos “contaminar” nuestras conciencias con la más justa de las justicias: la social.

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