lunes, 16 de diciembre de 2019

LOS FILÓSOFOS DEL ODIO

Imagen de "legalreader.com"
Por Roberto Marra
En los últimos años, en Argentina hemos venido soportando el despiadado ataque de los medios de comunicación más poderosos sobre el gobierno popular que finalizara su mandato en el año 2015. Durante aquellos años y después, cuando asumieran el gobierno directamente los propios gerentes de ese poder; periodistas y opinadores varios, panelistas y vociferantes callejeros, fiscales y jueces prebendarios, fueron sembrando de odio las pantallas y los parlantes, hasta convertir la realidad en una masa maleable y aceitada para la fácil digestión inconsciente de sus perversos mensajes.
Partícipes de esa obscena manera de moldear la verdad para cubrir los intereses de los integrantes del auténtico Poder, fueron los autodenominados “intelectuales”, personajes de toda laya provenientes del mundo de “la cultura”, falsa denominación de ese grupo de mercenarios de las letras y las artes dedicados a martirizar las mentes de los obnubilados pasajeros de este “Titanic” en el que nos impusieron navegar.

Mientras íbamos surcando el famoso túnel de la luz inalcanzable, estos energúmenos de muchas palabras y muy poca moral (sino ninguna) nos aseguraban que la felicidad estaba en... saber sufrir. Nuestro destino era, sin dudas, la gloria. Aunque no nos especificaran el tiempo que tardaría tal cosa en alcanzarse. Ni siquiera nos hacían saber en qué consistía semejante final de tantos padecimientos “satisfactorios” de ese presente implacable.
Haciendo de entrevistadores o entrevistados, estos perimidos de las letras acentuaban sus labores destructivas de la realidad, mostrándose como “filósofos” que nos aseguraban que el camino emprendido era el único, imposible de ser reemplazado nuevamente por ese “populismo” que nombraban con cara de asco, como oliendo sus propios excrementos mentales lanzados al aire de la desvergüenza mediática.
Con ellos se sentían a gusto los integrantes de los perjuros integrantes del “mejor equipo”, sabedores que nunca habrían de contrariar sus objetivos ni contradecir sus dichos. La felicidad de hacer daño mostrado como el súmun de la generosidad, haciendo añicos el concepto de la perversión, superada varias veces en su original significado. Entre semejantes idolatrados de las cámaras y los obsecuentes, pasaban airosos los falsos interrogatorios, donde la verdad nacía muerta y la injusticia se solazaba entre sus creadores.
Los millones de pibes mal nutridos, los centenares de miles con hambre permanente, las madres perdidas en los mares de lágrimas gastadas inútilmente ante tanto desprecio conjurado, eran solo los daños colaterales de esta auténtica guerra contra los pobres. Las manos extendidas de los mendigos, las curitas y los pañuelitos comprados por piedad, ha sido siempre el oscuro placer de los repugnantes integrantes de esa clase que solo persigue la muerte cotidiana del más débil, la deshumanización absoluta de la sociedad y la desaparición del “cuco” político que los atemoriza desde hace más de setenta años.
Ahora, cuando el Pueblo a retomado la iniciativa, cuando la justicia comienza la tarea de recuperar el significado social que le es imprescindible, esos abominables seres de pretendidas capacidades superiores por haber escrito algún libro de éxito editorial, continúan siendo objeto de entrevistas para escuchar sus opiniones sobre el “populismo” en ciernes. Allí aparecen de nuevo, con sus pérfidas cargas de desprecio y brutalidad hacia quienes no aceptan sus pareceres. Ahí están otra vez, tratando de empañar la felicidad del final rotundo de ese viaje tenebroso en medio de una noche social y económica de dimensiones escalofriantes.
En esta hora que pretende poner fin a tanta inmoralidad y maldad premeditada, debe acabar el aire mediático para estos bestiales exponentes de lo peor de nuestra especie. Deben ser apartados para siempre de sus pretendidas condiciones de “referentes filosóficos” de lo que ni siquiera conocen, porque no son dignos ni de llamarse humanos.
Son tiempos de renovaciones necesarias, no solo en lo político y económico, sino en lo cultural. Es imperioso dar vuelta las páginas de esos excecrables autores de opiniones envenenadas, para poner en el aire la razón de los eruditos populares, la herencia sustancial de los mejores hombres y mujeres pensantes de nuestro pasado y presente, esos que atraviesan todas las edades y los tiempos, descuelgan las estrellas de la sabiduría y nos incrustan la emoción de sentirnos parte de un Pueblo liberado.

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