miércoles, 26 de diciembre de 2018

EL LIBERTARIO

Imágen de "Página12"
Por Roberto Marra
A cada paso, la vida pone a las personas ante decisiones que involucran a las propias convicciones y pasiones, elementos de imprescindible defensa para quienes actúan con transparencia, partes indisolubles de las almas buenas que nunca varían sus posicionamientos por intereses subalternos. Allí radica la fortaleza de esos espíritus diferentes, la admirable visión honesta de la realidad que ellos predican, la certeza profunda de sus manifestaciones derivadas de conductas inalterables, de senderos recorridos con valores incorruptibles, de años batallados sin tregua ante el enemigo moral que los intenta seducir con las banalidades que otros aceptan con demasiada premura para cobijarse bajo las alas de un Poder corrupto, que todo lo quiere avasallar.
Son vidas muy difíciles las que viven quienes no juegan con sus ideales. Son persecusiones y zancadillas permanentes, son dedos que les señalan ominosas falsedades como ciertas, son golpes y celdas que pretenderán acabar con tanta dignidad que brota de las entrañas de esos seres diferentes, únicos, capaces de firmezas inacabables y valentías admirables. Son la clara demostración de la profundidad de sus pensamientos, capaces de arrastrar tras de ellos a millones de otros honestos que, sin tanta osadía, saben que en esa persona está representada la capacidad humana de redimirse de sus miserias más oscuras.
Por allí transitó nuestro Osvaldo Bayer, maestro de la honestidad, líder de las convicciones, señor de la dignidad, amo absoluto de la verdad transparente, representante inigualable de la entereza espiritual, provocador permanente del Poder, lúmen imprescindible para las nuevas generaciones de un periodismo que hoy se desvanece en sucias intrigas dinerarias.
Por ese camino de realidades utópicas y de quimeras convertidas en certezas, anduvo este ser salido de la entraña de una tierra atravesada por la muerte cotidiana de los desvalidos y los rebeldes, a quienes él defendió en cada crónica, en cada libro; por los cuales alzó la voz ante cada tribuna. Fue su elección suprema, su decisión total, su fusil de palabras para herir de muerte al enemigo que no sabe más que de mezquindades y odios sin sentidos.
Supo cobijar bajo sus letras lo más hondo del padecer de los humildes. Tradujo la historia consumada por cobardes y asesinos para que supiésemos el orígen real de cada bala que nos sigue atravesando. Llamó a cada cosa con su nombre y a cada criminal con su apellido de oligarca ladrón de tierras y esperanzas de los pueblos perseguidos desde siempre. Acabó con la hipócrita patraña de los libelos defensores de conquistadores homicidas y también de los perversos constructores del abominable presente.
Anarquista de bombas de letras y palabras, con la humildad brotándole en sus ojos, tan transparentes como su alma, hablaba con su pluma de lo que su corazón le dictaba. Abarcó la extensión absoluta de los dolores de los nadies, imprimiendo sus voces en las páginas imborrables de sus libros. Nos queda la sencilla esperanza de poder estar a la altura de su honestidad nunca mansillada, para seguir su camino constructor de utopías y culminar su obra enamorada de todos los sueños libertarios.

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