martes, 3 de abril de 2018

DESAGRADECIDOS

Imagen de "Gerardo Fernández"
Por Roberto Marra

La gente es desagradecida. Sino, fijémonos en la quejosa sociedad argentina, que no termina de admitir las virtudes de un gobierno que vino para terminar con las lacras populistas. El presidente (de alguna manera hay que llamarlo), con su habitual facilidad de palabra, nos avisa que la pobreza ya casi no existe y nosotros, porfiados seres irredentos, no queremos admitirlo.
Uno comprende que no es fácil hacerlo, cuando acaba de regresar del supermercado sin el vino y el asado acostumbrado para el domingo, debiendo conformarse con un par de salchichas y agua de la canilla. Pero eso es circunstancial, es porque no sabemos ver las ventajas del programa de alimentación de avanzada que los ministros han concebido. Es un estudiado plan para bajar el colesterol, terminar con las grasas saturadas, combatir el alcoholismo dominguero y ensuciar menos el ambiente con el humo del carbón parrillero.
Por otra parte, el hecho que muchos no tengamos trabajo, se debe a la revalorización del ocio creativo. Porque creativos hay que ser para conseguir una hoja de lechuga o dos bananas, o tal vez un tomate y dos zanahorias, elementos otrora comprados casi a granel. Reconozcamos el valor de un gobierno que se atrevió a plantear verdades que no se ven y situaciones que no existen, con el loable fin de generar confianza en nosotros mismos y nuestras fuerzas bienhechoras.
Hasta eso han pensado estos excelsos representantes del desarrollo invisible, capaces de mostrar sus logros sin que los veamos de verdad, pero que sin dudas sentimos en toda sus dimensiones. Aunque, admitámoslo, un poquito dolorosas.
Gracias a los esfuerzos comunicacionales del primer mandatario (de alguna otra manera hay que llamarlo), estamos comprendiendo que los ministros tienen que esperar mejores tiempos para regresar sus dineros de los lucrativos y inaccesibles paraísos de lejanas islas de los tesoros(¿mal habidos? ¡señores, no pensemos mal!).
Si, somos eternos desagradecidos. En nuestra obsesión negadora, no queremos reconocer tantas ventajas de un gobierno que traspasa los límites del conocimiento actual, para situarnos, por anticipado, en un futuro que, por ahora, solo ellos logran ver. O, tal vez, sea el resultado del equívoco de la vice-presidenta que, en un probable intento por generar otra pos-verdad, confundió la muerte del astrofísico Stephen Hawking (el que definió el origen del Universo), con el cineasta Stephen King.
Un Universo (en este caso, el cercano) que ella, su superior (otra generosa manera de denominarlo) y sus socios-ministros se empeñan en modificar (¿o destruir?) con argumentos de futuros terroríficos que se parecen (y mucho) a los de ese destacado director de cine, pero sin la ventaja de saber que, al final, fueran puras ficciones.

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