viernes, 25 de octubre de 2013

ARGEN, TINA Y LOS K

Imagen Telesurtv.net
Por José Steinsleger*

El político empieza a ser líder cuando muestra su capacidad de gestión, conducción y organización. A más de interpretar, cabalmente, el biorritmo de la época, las urgencias del pueblo, y ciertas reglas que jamás se conocen de antemano. Si para mal, tales reglas se ignoran o atropellan. Si para bien, los vaivenes de la política obliga a revisarlas cuantas veces sea necesario. Políticos hay a granel, líderes pocos, estadistas casi nunca.
El líder político deviene en estadista cuando en el ejercicio del poder prioriza el interés público sobre el privado, viendo más allá de lo circunstancial y contingente. Apotegma que, salvo los fascistas, ningún político se atrevería a discutir. Sin embargo, los ruidos empiezan a la hora de cortar el pastel. Eso que, con más precisión, los entendidos llaman distribución del ingreso.
La economía en abstracto no existe. Lo que existe es la política económica. O sea, el modo en que se corta el pastel. Y de Perogrullo sería recordar que ningún comensal queda contento con su porción. Si pobre, exigirá más. Si rico, mucho más. Y si medio rico/medio pobre, tratará de arrebatar, por si las moscas, un cachito más del pastel. Según Marx, así funciona el capitalismo. Pero como a más de revolucionario era un intelectual serio, advirtió que hacer es mejor que decir.
A inicios de siglo, Néstor Kirchner y su esposa Cristina Fernández eran políticos sin liderazgo nacional. Ella era senadora, él gobernador de la provincia más austral de Argentina, y ambos empezaron a trascender cuando desde el fondo del hoyo neoliberal oyeron a millones de compatriotas gritar ¡que se vayan todos!
Entonces, al impresentable presidente Eduardo A. Duhalde, jefe del Partido Justicialista (PJ), se le prendió la lamparita: ¡Tengo una idea!, se dijo. ¿Y si propongo a los muchachos que Néstor sea el candidato presidencial de este partido de mierda? Con disciplina, la conducción del PJ acató la sugerencia.
En los comicios presidenciales de abril de 2003, Kirchner perdió la primera vuelta frente a Carlos Menem, máximo responsable del mayor desastre económico y social de la historia política argentina. Y con olfato sin parangón, los jerarcas del PJ emplazaron al ganador: te vas o te vas.
Los politólogos a la carta aún se preguntan por qué el PJ proyectó al más ignoto de sus dirigentes. La única experiencia de Kirchner consistía en haber gobernado Santa Cruz, provincia tan extensa como Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, y una población de 1.2 habitantes por kilómetro ­cuadrado.
Así, menos de 23 por ciento de los sufragios consagraron al político que heredaría más problemas que votos. Sin embargo, las primeras medidas de Kirchner fueron audaces y de fuerte impacto político y moral. Los tecnócratas del FMI fueron despedidos, y Argentina se convirtió en la oveja negra de la piratería financiera internacional.
Pocos años después, el pueblo reconoció en Kirchner un genuino líder nacional. Y en 2010, cuando murió, sintió que lo dejaba uno los estadistas más grandes y queridos después de Irigoyen y Perón. Luego, Cristina fue electa y relecta, tras haber sorteado la crisis económica mundial de 2008 sin endeudar al país, sosteniendo el empleo, defendiendo a rajatabla la soberanía nacional y apoyando con tenacidad la integración de América Latina.
Al ver que los K habían vuelto a enarbolar las tres banderas del peronismo (independencia económica, justicia social, soberanía política), la oposición desempolvó las tres del anticuado golpismo destituyente: corrupción, inseguridad, inflación. Fenómenos que serían privativos de Argentina, en el entendido de que Estados Unidos y los países europeos serían modelos de honestidad, paz social, dicha y prosperidad.
¿Que si los K mejoraron el ingreso de los trabajadores, y las clases medias salieron del hoyo neoliberal? ¿Que sin libertad para comprar dólares los argentinos viajan como nunca al exterior? ¿Que las 24 horas del día, sin libertad de expresión, los medios hegemónicos plagan sus espacios con mentiras y obscenidades contra la yegua? ¡Pamplinas!
La propaganda mediática opositora dividió el país en dos: Argen y Tina, de un lado, y por el otro los K, que en 10 años habrían violado sus virtudes republicanas. Ideológicamente volátiles, Argen y Tina aseguran que las próximas elecciones (legislativas) serán plebiscitarias, marcando el principio del fin de los K.
Habrá entonces que diferenciar las nociones de pueblo y sociedad. Porque en Argentina el odio oligárquico y clasemediero figura entre los más perversos de América Latina. Las izquierdas especializadas en decir antes que hacer odian a los K porque son capitalistas. Y las derechas, que lo son más aún, anhelan que se ponga punto final al creciente reparto equitativo del pastel nacional.

* Publicado en Telesurtv.net

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