jueves, 17 de octubre de 2013

DE TODO LABERINTO SE SALE POR ARRIBA

Por Demetrio Iramain*

De todo laberinto se sale por arriba", decía Leopoldo Marechal. Tenía razón. Y más a dos semanas de las elecciones. ¿Acaso alguien cree casual la potente operación de prensa, sincronizada hasta el detalle en todos los medios audiovisuales y gráficos que ya sabemos, tendiente a disimular bajo el incidente con una agente de tránsito el éxito de Juan Cabandié en el debate televisivo de la semana pasada, en el que resultó claramente vencedor ante dos contrincantes, uno de derecha y el otro aún más de derecha?
De la tentación de no hablar de política, de frustrarla con escandaletes poco edificantes  –viejo vicio de las derechas más rústicas de la Argentina– se sale con más política. Del subsuelo del prejuicio, el chisme y la cámara oculta  como argumentos centrales del debate público, se sale por arriba: más acción transformadora.
Mientras el país habla de lo que unos pocos vivos que parecen muchos quieren que se hable, Buenos Aires es sede de un hecho político notable: la presencia simultánea de Luiz Inácio Lula da Silva y Evo Morales Ayma. Y quieren que se hable –y se habla nomás– por lo mismo que –siendo pocos– parecen muchos: su gran concentración mediática, su enorme arsenal para la producción de sentido y la creación de subjetividad.
Volvamos, entonces, a lo que no quieren que se hable. El ex presidente brasileño estuvo el martes en La Matanza participando del primer Congreso Internacional de Responsabilidad Social; el mismo día el mandatario boliviano recibió en Lanús y de las manos de Hebe de Bonafini el Doctorado Honoris Causa por la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo. La misma distinción le fue concedida por las Universidades Nacionales de Lanús, del Comahue y de Río Cuarto, horas después de ser condecorado en la facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata.
El solo contraste entre la opaca, monótona y previsible agenda que proponen los medios hegemónicos opositores, y la premiación a Evo Morales, debería llevar suficiente luz al escenario público, aclarar los tantos, poner las cosas en su lugar. Pero hete aquí que no estamos en cualquier país sino en aquel cuya batalla cultural más imponente de los últimos 50 años tiene demorado en la entrañas de su sistema judicial y por más de cuatro años su mayor hito institucional: la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. La cautelar que mantiene en stand-by esa normativa votada con amplias y heterogéneas mayorías parlamentarias, discutida durante años en la sociedad civil, lleva ya más tiempo de vigencia que un mandato presidencial. Y la Corte Suprema ya mandó a decir que nadie debe ilusionarse con que el fallo sea emitido antes de las elecciones del domingo 27 de octubre.
¿Se imaginan al kirchnerismo parando las rotativas en el debate de ideas que proponen sus candidatos (y, esencialmente, que surgen de sus políticas) para poner por delante de los argumentos electorales una campaña de desprestigio al PRO (fuerza que lidera los sondeos en la Ciudad Autónoma) por haber tenido como asesor en el ministerio de hacienda porteño a un imputado por encubrimiento en el caso que investiga el robo de 58 piezas arqueológicas? Sería un retroceso. Como hacerse el distraído ante temas más urgentes, vitales, de carácter central para el destino inmediato del país, que es lo que el kirchnerismo disputa palmo a palmo desde hace diez años.
La imputación a aquel funcionario macrista es una metáfora del destrato al que somete a la historia la derecha. Para la derecha la historia no es mérito colectivo, sino igual a todas las demás cosas en el capitalismo: apenas un bien de consumo, una mercancía para provecho exclusivo de quienes tienen el dinero necesario para comprarla.
Eso: ¿por qué no discutir sobre historia con la derecha, por qué no plantearle ahí la partida, también (y quizás especialmente) en tiempos de campaña electoral? Que todos los argentinos sepan al momento de ir a votar por qué Macri (que se propone para próximo presidente) quiere que se mantenga tras los ventanales de la Casa Rosada la estatua del almirante Cristóbal Colón y no la de la generala Juana Azurduy. No es sólo una digresión simbólica, sino una cruenta disputa por el sentido. ¿Sabrá la derecha quién fue Azurduy, que peleó con sus hijos a cuestas y ofrendó sus vidas en las luchas emancipatorias de un continente que dos siglos después vuelve a ponerse de pie? Claro que lo sabe. Por eso Colón, por eso tanto énfasis en un escándalo menor como lo es el de la agente de tránsito con el hijo de desaparecidos por el seguro del automóvil que conducía.
Volvamos a Evo Morales, entonces. El presidente constitucional del Estado Plurinacional de Bolivia abordó ante la comunidad académica reunida en Lanús la viabilidad y los desafíos del proyecto regional de integración política, soberanía económica e inclusión social en curso. La historia hizo síntesis cuando Hebe de Bonafini le dijo "es la primera vez que una madre le va a entregar al hijo un doctorado Honoris Causa". A su turno, Evo agradeció a "mi Madre, mi mamá, mi todo".
Quién lo hubiera dicho: las Madres de Plaza de Mayo, nacidas a la historia social de su tierra por la ausencia de sus hijos, paridas como sujeto político por el dolor más inconmensurable, huérfanas de teoría que las contenga, caídas para el lado de afuera de los márgenes de los manuales de teoría política, nombrando Doctor Honoris Causa al primer indígena que llega a la presidencia de su país en toda la historia del continente, 521 años después del inicio de la colonización europea.
Evo, a tono con el Congreso sobre Responsabilidad Social en el que intervenía Lula, se refirió al rol del empresariado, criticó la intermediación mediática de la política y defendió el desafío en el que insiste la región: buscar una alternativa para los pueblos, aún bajo las espesas condiciones que impone el capitalismo. La felicidad relativa a la que pueden aspirar los trabajadores a esta altura de la historia de la civilización. "Mientras haya capitalismo e imperialismo habrá luchas", circunscribió Morales, a la sazón un Jefe de Estado. Y agregó: “Necesitamos empresarios que no quieran el poder político. Cuando un empresario mezcla política con empresa se equivoca.” He ahí el lazo a desatar, y que la derecha insiste en anudar cada vez más. Un laberinto del que sólo se sale por arriba.

*Publicado en Tiempo Argentino

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