De todo laberinto se sale por arriba", decía 
Leopoldo Marechal. Tenía razón. Y más a dos semanas de las elecciones. 
¿Acaso alguien cree casual la potente operación de prensa, sincronizada 
hasta el detalle en todos los medios audiovisuales y gráficos que ya 
sabemos, tendiente a disimular bajo el incidente con una agente de 
tránsito el éxito de Juan Cabandié en el debate televisivo de la semana 
pasada, en el que resultó claramente vencedor ante dos contrincantes, 
uno de derecha y el otro aún más de derecha?
De la tentación de no hablar de política, de frustrarla con escandaletes
 poco edificantes  –viejo vicio de las derechas más rústicas de la 
Argentina– se sale con más política. Del subsuelo del prejuicio, el 
chisme y la cámara oculta  como argumentos centrales del debate público,
 se sale por arriba: más acción transformadora.
Mientras el país habla de lo que unos pocos vivos que parecen muchos 
quieren que se hable, Buenos Aires es sede de un hecho político notable:
 la presencia simultánea de Luiz Inácio Lula da Silva y Evo Morales 
Ayma. Y quieren que se hable –y se habla nomás– por lo mismo que –siendo
 pocos– parecen muchos: su gran concentración mediática, su enorme 
arsenal para la producción de sentido y la creación de subjetividad.
Volvamos, entonces, a lo que no quieren que se hable. El ex presidente 
brasileño estuvo el martes en La Matanza participando del primer 
Congreso Internacional de Responsabilidad Social; el mismo día el 
mandatario boliviano recibió en Lanús y de las manos de Hebe de Bonafini
 el Doctorado Honoris Causa por la Universidad Popular Madres de Plaza 
de Mayo. La misma distinción le fue concedida por las Universidades 
Nacionales de Lanús, del Comahue y de Río Cuarto, horas después de ser 
condecorado en la facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de 
La Plata.
El solo contraste entre la opaca, monótona y previsible agenda que 
proponen los medios hegemónicos opositores, y la premiación a Evo 
Morales, debería llevar suficiente luz al escenario público, aclarar los
 tantos, poner las cosas en su lugar. Pero hete aquí que no estamos en 
cualquier país sino en aquel cuya batalla cultural más imponente de los 
últimos 50 años tiene demorado en la entrañas de su sistema judicial y 
por más de cuatro años su mayor hito institucional: la Ley de Servicios 
de Comunicación Audiovisual. La cautelar que mantiene en stand-by esa 
normativa votada con amplias y heterogéneas mayorías parlamentarias, 
discutida durante años en la sociedad civil, lleva ya más tiempo de 
vigencia que un mandato presidencial. Y la Corte Suprema ya mandó a 
decir que nadie debe ilusionarse con que el fallo sea emitido antes de 
las elecciones del domingo 27 de octubre.
¿Se imaginan al kirchnerismo parando las rotativas en el debate de ideas
 que proponen sus candidatos (y, esencialmente, que surgen de sus 
políticas) para poner por delante de los argumentos electorales una 
campaña de desprestigio al PRO (fuerza que lidera los sondeos en la 
Ciudad Autónoma) por haber tenido como asesor en el ministerio de 
hacienda porteño a un imputado por encubrimiento en el caso que 
investiga el robo de 58 piezas arqueológicas? Sería un retroceso. Como 
hacerse el distraído ante temas más urgentes, vitales, de carácter 
central para el destino inmediato del país, que es lo que el 
kirchnerismo disputa palmo a palmo desde hace diez años.
La imputación a aquel funcionario macrista es una metáfora del destrato 
al que somete a la historia la derecha. Para la derecha la historia no 
es mérito colectivo, sino igual a todas las demás cosas en el 
capitalismo: apenas un bien de consumo, una mercancía para provecho 
exclusivo de quienes tienen el dinero necesario para comprarla.
Eso: ¿por qué no discutir sobre historia con la derecha, por qué no 
plantearle ahí la partida, también (y quizás especialmente) en tiempos 
de campaña electoral? Que todos los argentinos sepan al momento de ir a 
votar por qué Macri (que se propone para próximo presidente) quiere que 
se mantenga tras los ventanales de la Casa Rosada la estatua del 
almirante Cristóbal Colón y no la de la generala Juana Azurduy. No es 
sólo una digresión simbólica, sino una cruenta disputa por el sentido. 
¿Sabrá la derecha quién fue Azurduy, que peleó con sus hijos a cuestas y
 ofrendó sus vidas en las luchas emancipatorias de un continente que dos
 siglos después vuelve a ponerse de pie? Claro que lo sabe. Por eso 
Colón, por eso tanto énfasis en un escándalo menor como lo es el de la 
agente de tránsito con el hijo de desaparecidos por el seguro del 
automóvil que conducía.
Volvamos a Evo Morales, entonces. El presidente constitucional del 
Estado Plurinacional de Bolivia abordó ante la comunidad académica 
reunida en Lanús la viabilidad y los desafíos del proyecto regional de 
integración política, soberanía económica e inclusión social en curso. 
La historia hizo síntesis cuando Hebe de Bonafini le dijo "es la primera
 vez que una madre le va a entregar al hijo un doctorado Honoris Causa".
 A su turno, Evo agradeció a "mi Madre, mi mamá, mi todo".
Quién lo hubiera dicho: las Madres de Plaza de Mayo, nacidas a la 
historia social de su tierra por la ausencia de sus hijos, paridas como 
sujeto político por el dolor más inconmensurable, huérfanas de teoría 
que las contenga, caídas para el lado de afuera de los márgenes de los 
manuales de teoría política, nombrando Doctor Honoris Causa al primer 
indígena que llega a la presidencia de su país en toda la historia del 
continente, 521 años después del inicio de la colonización europea.
Evo, a tono con el Congreso sobre Responsabilidad Social en el que 
intervenía Lula, se refirió al rol del empresariado, criticó la 
intermediación mediática de la política y defendió el desafío en el que 
insiste la región: buscar una alternativa para los pueblos, aún bajo las
 espesas condiciones que impone el capitalismo. La felicidad relativa a 
la que pueden aspirar los trabajadores a esta altura de la historia de 
la civilización. "Mientras haya capitalismo e imperialismo habrá 
luchas", circunscribió Morales, a la sazón un Jefe de Estado. Y agregó: 
“Necesitamos empresarios que no quieran el poder político. Cuando un 
empresario mezcla política con empresa se equivoca.” He ahí el lazo a 
desatar, y que la derecha insiste en anudar cada vez más. Un laberinto 
del que sólo se sale por arriba.
*Publicado en Tiempo Argentino


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