domingo, 2 de junio de 2013

LO QUE EL 25 NOS DEJÓ

Imagen www.infobae.com
Por Hernán Brienza*

La multitudinaria e inequívoca manifestación de respaldo popular al gobierno nacional que significó la celebración de un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo le permitió al kirchnerismo –como protagonista amplio más allá del concepto de "gobierno"– volver a hacer presente que desde ya hace por lo menos tres años largos está en el centro de la escena política y no piensa moverse de allí. Es decir, que el nuevo sujeto político y social que se fue conformando a fines del 2009, tras la pelea con el campo y la magra victoria electoral de junio de ese año, y que estalló en el Bicentenario, está no sólo vivo sino que crece cuantitativa y cualitativamente, en términos numéricos y organizativos. El kirchnerismo –y esa es la nota que tomaron los opositores políticos y mediáticos– es un movimiento que, a pesar de todos los embates televisivos, judiciales, especulativos en términos económicos, está solidificado. 
Más de 700 mil personas en las calles para un acto que celebra diez años en el poder de una misma fuerza política es algo jamás visto en la historia argentina. Ni el yirigoyenismo –que no gustaba de las aglomeraciones– ni el peronismo tradicional –que tenía gran capacidad de movilización pero no pudo cumplir los diez años en el gobierno por culpa del golpe de Estado de 1955– ni el menemismo –que cumplió diez años envuelto en una fuerte ola de repudio– pudieron celebrar con tanta legitimidad popular su propia existencia. Evidentemente, el dato no puede ser soslayado y seguramente fue anotado por propios y ajenos. 
Ese apoyo irrestricto, leal, contra viento y marea, merece ser analizado con detenimiento. Primero por su emergencia y, segundo, por su composición. Ese soporte popular se hace evidente no sólo después de una considerable extensión temporal de gobierno –capaz de desgastar cualquier otra gestión– sino que se produce en un momento de fuego de artillería sostenida contra el propio gobierno. Denuncias televisivas escandalosas, acusaciones de corrupción, presión sobre los precios, una fuerte acción política por parte de Poder Judicial, una campaña mediática gráfica inédita en la historia argentina se conjugaron para crear un clima de desazón y de malestar en vastos sectores de la población.
Y sin embargo en ese clima adverso –o por ese clima adverso– se produjo la manifestación más masiva de los últimos tiempos y que, me atrevo a decir, sorprendió incluso al propio gobierno que no esperaba tal magnitud de apoyo. ¿Y dónde estuvo la sorpresa? No en la capacidad de movilización del aparato territorial ni tampoco de las organizaciones juveniles que colmaron la Plaza. La convocatoria mayor estuvo en lo que se conoce como el "kirchnerismo invertebrado". El plus de convocatoria lo aportó el sector inorgánico, lo no encuadrado, esos amplios sectores de clase media –baja, media y alta– que forman parte incontable e incontrolable del kirchnerismo. 
Ese kirchnerismo invertebrado plantea una paradoja para la propia cosmovisión del kirchnerismo. Generalmente, no son contabilizados por el propio gobierno nacional e incluso en sus prácticas discursivas están invisibilizados o son desautorizados. Las críticas a las clases medias son una condición muy presente en las apelaciones populares de la presidenta de la Nación. Incluso sectores del kirchnerismo de clase media caen en una "tilinguería inversa" de autoproclamarse sectores populares siendo claramente integrantes de la clase media. La emergencia –o la visibilización– de este actor político obliga a la reflexión y a la reelaboración del discurso público. La presencia de esos amplios sectores de clase media demuestra que ha sido contenida económica y políticamente por el kirchnerismo pero que todavía no ha sido comprendida en lo discursivo.
Lo obvio en la sociedad actual es esa actitud histérica y paranoica de quienes sospechan de todo y de todos, pero fundamentalmente del Estado, del gobierno y de la política. El intelectual francés Pierre Rosanvallon, autor de La nueva cuestión social, escribió hace pocos años La Contrademocracia. La  política en la era de la desconfianza. En ese trabajo, explica que las sociedades democráticas modernas se caracterizan por una desconfianza ciudadana ante lo político. La ciudadanía se muestra apática, descree de los discursos y la acción de las élites gobernantes, tiende a sobreestimar los casos de escándalo por corrupción y a subestimar las políticas públicas, no construye articulaciones ni mediaciones entre lo "civil" y lo "político", es decir construye entidades donde el concepto de "pueblo" es antitético respecto del de "políticos". 
El kirchnerismo ha quebrado esta lógica de desconfianza en la que están inmersas las democracias modernas. Y que incluso ha sido una de las lógicas –desconfianza más furia– que desembocaron en el "voto salame" y el "que se vayan todos" del 2001. Y si bien gran parte de los sectores opositores ciudadanos todavía mantienen gran parte de esta mecánica de pensamiento, lo curioso es que, a diez años de gobierno, haya un alto porcentaje de la población que se identifique con el gobierno nacional y esté dispuesto a defenderlo a capa y espada. Esa ruptura de la lógica de la desconfianza es posiblemente el mayor capital del kirchnerismo hoy.
Y a ese capital apela la presidenta de la Nación Cristina Fernández de Kirchner cuando pide a la ciudadanía un mayor grado de compromiso en la defensa del modelo económico a través del control de precios. El Plan Mirar para Cuidar no es otra cosa que una mayor organicidad de la militancia en función de una nueva capacidad de movilización ciudadana en función de controlar uno de los flagelos históricos de la economía argentina: la especulación de los empresarios y los comerciantes.
Uno de los párrafos más sorpresivos del discurso de la presidenta fue la apelación final a las Fuerzas Armadas. Posiblemente, se trate de una nueva etapa en la relación entre el gobierno nacional y los militares, en una relación de mayor inclusividad en la vida democrática de los hombres de uniformes. Una nueva participación que sólo puede ser posible después de la política de "verdad, memoria y justicia" que lleva adelante el kirchnerismo. El nombramiento de Agustín Rossi como titular del Ministerio de Defensa –más allá de todas las especulaciones políticas– también es una señal de que la presidenta necesita más política en el área de Defensa. ¿Se vendrán mayores transformaciones en el área?
Por último, hay un tema que queda en suspenso respecto de la marcha del 25 pasado. ¿Qué ocurriría si el kirchnerismo decidiera dotar de movilización política a la campaña electoral? No hay mayor participación democrática que las elecciones. Recuerdo los cierres de campaña de 1983 con millones de personas en las calles de Buenos Aires haciendo sustantivos los comicios del 30 de octubre. ¿Qué ocurriría con la democracia actual si la presidenta decidiera hacer sustantiva la política electoral realizando un gran cierre de campaña con miles y miles de personas? ¿Cuál sería la potencia simbólica de la recuperación definitiva de una democracia electoral con el pueblo en la calle?

*Publicado en Tiempo Argentino

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