sábado, 30 de junio de 2012

¿FUE REALMENTE UN GOLPE?

Por Sandra Russo*

¿Fue realmente un golpe de Estado lo que pasó en Paraguay? El juicio político que fue televisado en directo permitió asistir a la escena en la que uno por uno de los senadores paraguayos levantaba la mano y decía: “Condenado”. Esa espectacularización de la condena sumaria quedó para el archivo, no así la hora y media que tuvo la defensa, cuyos argumentos fueron escamoteados por los medios concentrados: pasaron fragmentos editados.
De la condena fuimos todos testigos, porque esto es lo que hacen la televisión sobre todo y los medios en general: administran la cantidad de gente que es testigo de una cosa y no de otra. Fernando Lugo, al que entre otras cosas destituyeron porque según ellos estaba “armando a los campesinos”, aceptó el veredicto y llamó a mantener la paz social después de pedirle tres veces al pueblo paraguayo que tuviera “fuerza”.
¿Fue realmente un golpe de Estado lo que pasó en Paraguay? Esta pregunta, que fue traducida en eje de columnas de opinión en los medios concentrados, se la hizo media hora después de la destitución de Lugo un periodista a uno de los senadores que habían participado del sketch destituyente, y el senador le contestaba que no, que el juicio político al presidente está previsto en la Constitución del Paraguay, y que se había cumplido con la Constitución. El mismo periodista le preguntaba al senador si lo del Paraguay podía asociarse con el golpe de Estado en Honduras, ocurrido el 29 de junio de 2009. “¡Pero no, cómo va a comparar! ¡A ése lo sacaron en calzoncillos!”, fue la respuesta.
La destitución de Manuel Zelaya, en su momento, no fue seguida con mucha atención por los argentinos, entre otras cosas, porque el golpe fue el mismo día de las elecciones en las que Néstor Kirchner perdió frente a Francisco de Narváez. La Presidenta, tal como lo hizo ahora, salió a hacer declaraciones para dejar sentada la posición ante el golpe de Estado en Honduras. Como se recordará, o tal vez no, al día siguiente, Mirtha Legrand en su programa la criticó porque, dijo, “a mí qué me importa Honduras”.
Era lógico que a Mirtha Legrand no le importara el golpe en Honduras, y era lógico que al público de Mirtha Legrand tampoco le importara. No hace falta ser muy astuto, a esta altura de los acontecimientos, para entender que el éxito de los golpes de Estado es proporcional a la cantidad de gente a la que eso no le importa. No recuerdo de quién es esta frase, pero puede aplicarse a la escena latinoamericana actual: “Para que gane el mal, hace falta nada más que un puñado de personas y millones de indiferentes”. No estamos dormidos. Se ve la película. Esta región no les resulta cómoda, y encima tiene líderes a los que algunas izquierdas europeas, ya era hora, empiezan a mirar con atención, después de sobreponerse a la soberbia que suelen tener las izquierdas tradicionales europeas para observar fenómenos políticos con dinámicas latinoamericanas. Según datos de la Cepal, por primera vez en doscientos años la región crece sin que crezca la desigualdad. La América latina bananera, que es por la que vuelven, es la que hizo de este continente nunca el menos rico, pero sí el más desigual. A Manuel Zelaya lo destituyeron porque impulsaba una consulta popular para saber si la mayoría de los hondureños consideraba oportuna una reforma constitucional. La Corte Suprema de ese país ordenó su destitución. La Constitución paraguaya también prevé el juicio político, pero no especifica sus procedimientos en detalle. Quizá los constituyentes de 1992 hayan dado por sentado el debido proceso, pero en la actualidad nada puede ser dado por sentado, porque la derecha busca los intersticios. No es la ley, es el más ralo sentido común el que indica que cualquier reo de un país civilizado tiene derecho a defensa, también un presidente que no le guste al establishment partidocrático o corporativo.
El Congreso que decide un juicio político sumario al presidente elegido democráticamente, y que redacta las acusaciones dándolas por probadas porque “son de público conocimiento” –es decir, fueron publicadas por los diarios–, y que hasta redacta el orden del día con un ítem que rezaba “Condena”, es un Congreso golpista hasta para un alumno de quinto grado. Pero, a diferencia del golpe hondureño, que incluyó la irrupción del ejército en la residencia presidencial, la captura del presidente, su salida en paños menores y su traslado entre gallos y medianoche a Costa Rica, en el Paraguay todo se produjo a la luz del día. ¡Y televisado!
En esa transmisión también se pudieron escuchar los argumentos prêt-à-porter que se adelantaban a los acontecimientos. Prêt-à-porter es la ropa lista para llevar. Así, el mismo día del golpe, se escenificaba la defensa prefabricada del golpe, igual que se había prefabricado la condena a Lugo. Quieren dar golpes que no se llamen golpes, así nadie podrá acusarlos de golpistas y ellos serán los portavoces de la democracia. Es medio ridículo, pero es así.
“Qué tienen que hacer aquí los cancilleres extranjeros, esto es una injerencia en nuestra soberanía”, se enardeció la misma tarde del golpe un senador. Los golpistas ya sabían que el Mercosur y la Unasur son organismos internacionales que están obligados a respetar sus propias cláusulas. Una de ellas, el Protocolo de Ushuaia, prevé que los países miembro sólo podrán ser democráticos, y que en caso de alteración del orden constitucional habrá sanciones o expulsión. Lo sabían porque una de las acusaciones que pesaron sobre Lugo en el juicio político fue haber firmado el Protocolo de Ushuaia, como si eso hubiera obligado al país, vaya molestia, a tener que mantenerse en democracia.
Este argumento prêt-à-porter, el de la “injerencia extranjera”, hace recordar lo que esgrimía la dictadura argentina para defenderse de lo que se llamó “la campaña antiargentina”. Esa campaña era “antidictadura”, pero en los mismos términos se pretendió que era un ataque “a los argentinos”. Ahora, el argumento prêt-à-porter indica que el Mercosur y la Unasur quieren “castigar a los paraguayos”, y que sería Lugo, por no darse por vencido, el culpable.
La frutilla del postre argumentativo prêt-à-porter roza un cinismo sin precedentes: señalan que lo de Paraguay “no fue realmente” un golpe de Estado porque no hubo violencia, y que no la haya habido es una prueba –según aseveran editorialistas en la Argentina– del consentimiento del pueblo a la destitución del presidente. A ver si ponemos esto en caja, porque están yendo muy lejos. Puede que a mucha gente no le importe Honduras, pero en ese país, desde el golpe de 2009, fueron asesinados en número impreciso centenares de miembros de la resistencia, la mayoría de ellos campesinos. Reporteros sin Fronteras informó esta semana que en los tres años que pasaron desde el golpe, fueron asesinados 70 abogados que llevaban causas por muertes violentas de campesinos. Otro dato que no le importó a nadie porque nunca figuró en las agendas de los grandes medios, ni de la SIP: en el primer año del golpe fueron asesinados 23 periodistas de medios alternativos vinculados con la resistencia.
Entonces, ¿qué tenemos? Un golpe de Estado quirúrgico, un marketing político planificado, y medios de comunicación concentrados y listos para multiplicar al infinito los argumentos golpistas prêt-à-porter: si el pueblo resiste, se le dice al presidente depuesto que está polarizando al país y que por amor a la patria debe dejar de “dividir al pueblo”, y alejarse. Si el pueblo no resiste porque su líder lo quiere preservar de un baño de sangre, se le dice que eso es una prueba de que el pueblo está de acuerdo con el golpe.
El golpe de Estado en Paraguay desenmascara la creciente insistencia de la derecha en llevar adelante “golpes blancos” en la región, y un perfeccionamiento de la metodología para adecuarla a estos discursos prêt–à-porter que salen a repetir en manada políticos golpistas locales, en este caso paraguayos, y que amplifican los medios dominantes. Y no, no nos cansaremos de hablar de los medios dominantes. Nos sobrepondremos a nuestro propio hartazgo, porque juegan al desgaste.
Ya desde el miércoles, la CNN en español emitía informes tendenciosos sobre las futuras decisiones de la Unasur. El enviado a Mendoza, José Manuel Rodríguez, describía desde allí el debate sobre la posible exclusión del Paraguay y las expectativas que lo precedían en tono informativo neutro, sin desajustarse de los datos duros y las declaraciones ya formuladas. Pero era un informe editado, que se interrumpía cada tanto con inserts de entrevistas realizadas a un “economista” y a un “experto internacional”, sin mayores precisiones, que repartían algunos de estos argumentos prêt-à-porter. Eso, que yo sepa, no es neutral.
La mejor herramienta para la defensa de la propia autopercepción de la realidad en medio de esta escalada es lo que ya sabemos, eso de lo que ya nos dimos cuenta. La memoria, la conciencia y el reflejo.

*Publicado en Página12

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