sábado, 31 de marzo de 2012

LA "FILOSOFÍA DEL LENGUAJE" K

Por Guido Croxatto*
 
El lenguaje de la memoria es, aunque muchos periodistas complacientes lo ignoren, todo lo contrario del discurso único. Incluso del relato. Se denuncia el pensamiento “único” y la “intolerancia” del gobierno que más favoreció a la memoria. Que rompió un velo de silencio, impunidad y olvido (tendido por muchos medios) donde no había ni voz ni derecho ni tampoco palabra. La memoria es, como ninguna otra manifestación de la vida social y cultural argentina, pluralidad de voces. Tolerancia y apertura. Pluralismo. La memoria es enemiga de la intolerancia que Sarlo denuncia. Se manifiesta en las letras, el periodismo, el cine, la investigación, la danza, el teatro, la filosofía, la poesía, el derecho, la política. La contracara de la memoria es la impunidad. Y la impunidad es, aunque Beatriz Sarlo no lo diga (porque desconoce el derecho argentino), silencio. La impunidad es silencio, y sin embargo la impunidad no parecía un relato. Ni un discurso único. Durante décadas la Argentina sostuvo la impunidad de los crímenes más atroces. La impunidad que hasta 2003 rigió la vida de los argentinos (sin que los intelectuales liberales y periodistas de hoy se alzaran a denunciarla o a denunciar el escándalo moral que significa la identidad perdida de los jóvenes negados por la sociedad) es silencio y discurso único: ese silencio es el relato que hay que combatir. Relato es lo que esos jóvenes escuchan de sus captores y de una sociedad que los niega. No la memoria. La memoria combate ese relato. El estriberón del derecho. Y defiende la vida. Los 400 nietos que aún faltan recuperar son el silencio y el discurso único de los argentinos. Nuestra deuda. Su identidad sin voz es “relato”. Memoria y discurso único se oponen. Porque la memoria es pluralismo. Confundir esto es negar el derecho. Y negar la memoria. 
La memoria es lo contrario del discurso único y por eso se dice (paradójicamente en los medios que avalaron la impunidad del proceso) que ella -la memoria- es lo que no es (sino precisamente lo que la memoria combate): el discurso único. Se dice eso para negarla. La memoria vino a romper el discurso único y el silencio. Vino a romper el monopolio. No a remplazarlo. Se iguala la memoria a todo lo que combate la memoria. Pasa así a ser impunidad, intolerancia, acoso, persecución, discurso único, pensamiento hegemónico, “ataque”.
Muchos estaban más cómodos con la impunidad. Pero discurso único era lo que había antes. No lo que hay ahora. El silencio es el único pensamiento hegemónico que “no admite disenso” y eso es la impunidad. La impunidad de los delitos de lesa humanidad, la violación de las mujeres, el robo de sus hijos, el silencio impuesto y autoimpuesto a los argentinos, era el único discurso único y la peor de las censuras: el miedo a la palabra. Cuando hablar era también morir. La memoria apunta a la conciencia, y es la contracara del discurso único. Haber devuelto sentido a la memoria, a sus espacios, a sus horrores, a su dolor mismo, es haberle devuelto un sentido y un espacio a la palabra. La memoria es pluralidad de voces, la construcción, la apertura, la narración. Y el derecho.
La filosofía del lenguaje K, como dice Sarlo despectivamente, es la memoria. No el monopolio. Es haberle devuelto un sentido real a la palabra derecho. No se trata de conocer la voz de Abal Medina o de Máximo Kirchner, como dice puerilmente Sarlo. Se trata de conocer la voz más ciega y múltiple de decenas de miles de argentinos y argentinas que estaban callados en la profundidad y el olvido. Son los que hablan. Son las palabras que aparecieron. Esa es la voz que se conoce hoy y se escucha. Voces que no tenían derechos porque en la Argentina solo se hacían “juicios simbólicos” por la verdad. Porque había una sociedad inmadura y cómplice que no quería conocer su pasado. Que no quería (o no estaba preparada) para los juicios reales. Que seguía repitiendo “yo no sabía”.
Durante años no hubo juicios para condenar el horror. No había derechos, palabra, lenguaje. Hubo un “discurso único”: el silencio. Son miles los que ahora pueden decir en los tribunales (dispuestos por primera vez a escucharlos) su verdad. Esa verdad antes estaba negada, olvidada debajo del discurso único de la “reconciliación” (transición/concordia). Recién ahora muchos pueden contar (su palabra siempre tuvo un valor moral, pero recién ahora tiene un valor jurídico) cómo fueron torturados, secuestrados, y asesinados por un poder autoritario que el periodismo no combatió nunca. ¿Quién de mi generación sabe, por ejemplo, qué era la huevera? (un espacio que se insonorizó en la ESMA para que de afuera no se escucharan los gritos de los torturados). La sociedad estaba demasiado cerca de la ESMA y de la tortura como para no escuchar esos gritos. Ese poder les negó la palabra. Y los mató en el lenguaje cuando decía o repetía que no estaban muertos sino desaparecidos. Eran desaparecidos en el silencio, desaparecidos de la palabra. Eran “subversivos”. No eran personas. Por eso los mataban y por eso era fácil torturarlos o arrojarlos vivos al mar: porque no los veían. Porque no eran personas. Por eso (mientras Sarlo dice que hay un gobierno que es un unicato intolerante), Estela de Carlotto puede decir, refiriéndose al mismo gobierno, que “antes tocábamos las puertas de la justicia y estaban cerradas. Ahora las puertas de la justicia están abiertas.” Porque ahora hay algo que antes no había: derecho.
Si Sarlo hubiera visitado alguna vez una audiencia en los juicios de Derechos Humanos que se desarrollan a lo largo de la Argentina, entendería mejor, tal vez, de qué se trata ese “nuevo lenguaje” que se está gestando. Cuál es la filosofía del lenguaje K. El valor moral de los testimonios. Ese nuevo lenguaje (esa nueva filosofía del lenguaje) es la memoria. Nada es más plural (nada contradice más el pensamiento hegemónico que denuncian Pagni, Morales Solá o Sarlo) que la memoria. La memoria es la contracara del discurso único y del “relato” (unilateral y vacío) que nace en el poder. La memoria combate a los poderosos. Y a los dueños de la palabra y de la historia. Y de la Justicia. El discurso único es la impunidad, no la memoria. No hay peor censura que la que acaba con la vida. El de-saparecido es un censurado.
La memoria es un lenguaje que ha recuperado sentido, integridad y vocación. Por eso en Argentina la política volvió a tener sentido. Porque volvió a tener sentido la palabra. Sarlo se equivoca cuando subestima el poder de la palabra y dice que el kirchnerismo le atribuye a la palabra “poderes mágicos” como “si el lenguaje tuviera la capacidad de producir hechos”. El lenguaje tiene esa capacidad. El lenguaje puede producir hechos y ocultarlos. Hay actos de habla (dirá Austin). Sarlo está equivocada también en este punto. El lenguaje produce hechos a diario. Y de hecho lo hizo en Argentina. A veces no hace falta una bala o un disparo o una cámara de gas. Se puede matar también con la palabra. La dictadura lo hizo. También el periodismo condenaba a morir. (Entrar bala a los) Desaparecidos. Subversivos. Terroristas. El periodismo condenaba a morir (mataba) cuando pedía “combatir al terrorismo” o “meter bala” a los desaparecidos. También hoy cuando reproduce los exabruptos de familiares enardecidos que dicen “los delincuentes son una mierda”, “hay que matarlos a todos”. Eso es venganza y no derecho.
El “desaparecido” era muerto primero y antes que en la vida, en la palabra. Es decir, en los medios. Era un desaparecido en el lenguaje. Una abstracción. El judío no tenía “defensa” porque no tenía palabra. En la conciencia de la sociedad estaba ya desaparecido y muerto. Nadie lo veía. Y la sociedad podía repetir: “Yo no sé”. Cuando los mataban en realidad los mataban por segunda vez. El judío en los campos de exterminio ya había dejado de ser persona; había sido muerto mucho antes, precisamente en esa dimensión que Sarlo no ve: en la palabra. Estaban muertos en la palabra. Por eso era fácil matarlos. Porque no eran en realidad personas. Eran parásitos. Por eso era fácil torturarlos, gasearlos, violarlos, reírse de ellos: porque no los veían. No mataban personas. Mataban “judíos”. Ya lo dijo Celan. Lo mismo podía decirse en la Argentina de los ’70: no se mataban personas. Se mataba terroristas. Gente sin voz. Y sin derecho. Gente con un gen inferior. O distinto. Marxistas. También en las torturas de presos o de cadáveres en Afganistán: no se torturan personas. Se torturan “talibanes”. El lenguaje puede deshumanizar. Y la deshumanización es el comienzo del genocidio. La memoria, la palabra luchan contra la deshumanización. La poesía lucha contra la impunidad y el silencio. Por eso Celan hacía poesía después de Auschwitz. Porque, diga lo que diga Adorno, se debía y se podía hacer poesía contra el nazismo.
La palabra entonces no es un “poder mágico”, como dice Sarlo. Es un poder real y letal que puede matar y desaparecer personas. Antes de morir en la vida se muere en la palabra. Es notable que Sarlo no lo sepa. El lenguaje es la esfera más importante de la democracia y la vida. La palabra también necesita ser democratizada.
Sarlo dice que “la presidenta tiene dos estrategias discursivas: el silencio y el monopolio. Lo que se llama ‘el relato’ depende de estas estrategias.” Sarlo está equivocada. La presidenta tiene una sola estrategia discursiva: la memoria. No, el silencio, y no la impunidad ni el monopolio, sino la palabra. La memoria es la contracara del monopolio. Es el pluralismo, la memoria abre el juego de la voz y los derechos. Abre la palabra. Hoy cada persona tiene derecho a pensar, a recordar, a decir. A expresarse y a ser escuchada en juicios reales y no en juicios simbólicos. Eso es la memoria. Eso es lo que cambió en la Argentina de hoy. Cuando Kirchner hizo bajar el cuadro de Videla le dijo a la sociedad que su palabra cuenta. Volvía a contar.
 
*Publicado en Tiempo Argentino

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