miércoles, 9 de noviembre de 2011

IGUALDAD>LIBERTAD>IGUALDAD>LIBERTAD


Por Rubén Visconti*

Igualdad y Libertad son dos conceptos para muchos considerados como opuestos e inconciliables. en tanto para otros , los menos dominantes en la esfera social,  no solo no son antitéticos sino conciliables en la medida en que se establezca un orden de prioridades. Es decir, que si bien son conciliables, uno de los dos, en este caso la Igualdad, debe primar sobre la de libertad. Todo ello partiendo de una afirmación básica y por  tanto fundamental de la siguiente conclusión: en un mundo desigual no puede existir la libertad.
Analicemos ahora el funcionamiento real del sistema “democrático” dentro del cual se desarrollan la mayoría de las sociedades humanas en el mundo actual, por lo menos en todas las que conforman el mundo occidental, ligado, además, a una doctrina religiosa dominante desde hace más de dos mil años.
Alguna vez habrá que analizar en profundidad si es esta última concepción de lo religioso la que ha influido en que el resto del planeta los sistemas democráticos no existan o, por lo menos, no funcionen con las características con las cuales se definen en occidente.
Quedémonos en el grupo de países en los cuales, reiteramos, tiene vigencia el sistema democrático para determinar, aplicado al mismo, que aspecto de los dos conceptos mencionados al comienzo tiene prioridad y al mismo tiempo, si es posible asegurar que la prioridad de uno de ellos, igualdad o libertad, libertad e igualdad, garanticen la vigencia del otro.
Es decir, sintéticamente, sostener que sin igualdad no hay libertad, o, inversamente, si no hay libertad no existe la igualdad.
El sistema democrático se analiza desde dos puntos de vista, la del liberalismo político y la del liberalismo económico, pudiendo afirmarse sin margen de error que en tanto el primero ha avanzado y avanza permanentemente en sentido progresivo y progresista, el otro, el económico, sigue aferrado al conjunto de ideas y de aplicaciones prácticas con las cuales nació, se desarrolla e intenta desarrollarse sobre las mismas bases que le dieron nacimiento otorgándole a su vez, crecientes poderes sectoriales cada días más concentrados.
Es decir, que en tanto el liberalismo político ha avanzado y crecido, el liberalismo económico se ha estancado y hasta podemos afirmar que ha retrocedido, o más correctamente sigue creciendo.
Basado en los principios del liberalismo político se sustentan  contenidos tales como que todos los hombres son iguales ante la ley, consagrando el derecho a la elección de sus representantes, a la libre opinión de pensar, defender y apoyar diferentes ideas y creencias sin límites de ninguna naturaleza, y en nuestro país en particular esa  igualdad para todos y de todos ha alcanzado en estos últimos tiempos temas considerados tabúes hasta hace poco, como el matrimonio gay y más recientemente el derecho  a la identidad, lo que certifica el avance incesante de este liberalismo.
Claro que como lo decimos más arriba, no es lo mismo cuando observamos el desarrollo del otro liberalismo, el económico, que basado en los conceptos de la economía de mercado sostiene una igualdad imposible de lograr, dado que sus principios basados en dogmas, como la libre competencia, la supuesta simpatía que evita o reduce los enfrentamientos de compradores y vendedores, así como la ley del salario de supervivencia, como la afirmación de que toda oferta genera su propia demanda, y otras más, todas sostenidas impropiamente como “leyes” que todos sabemos aplicando una metodología impropia de las actividades  humanas y solo pueden ser aplicables como verdades dogmáticas falsas e incorrectas.
Así, mientras que el liberalismo político, a pesar de todos los tropiezos aplicados contra sus principios básicos, en nuestro país y en América latina y en resto del mundo mediante las más terribles dictaduras militares, sigue avanzando, ampliando las bases de las libertades otorgadas a todos los habitantes, el liberalismo económico que sostiene la libertad para el mercado mediante el cual acentúa las desigualdades ya que mediante esa “libertad” va generando cada más desigualdades que, como consecuencia de sus resultados, atentan también contra la proclamada libertad y hasta la anulan.
Por lo tanto, debe tenerse en cuenta estas diferencias abismales entre ambos liberalismos, el político y el económico para decidir correctamente con respecto  a cuales de sus consecuencias debe primar sobre la otra; cuál de ellas como resultado directo de sus reclamos de libertad absoluta del mercado, anula todas las posibilidades de la otra, o sea  la igualdad.
Y si bien por necesidades de un correcto análisis hemos revisado las consecuencias de ambos liberalismos, afirmando ahora que la vida humana no es divisible y actúa permanente en su doble condición de ciudadano y de persona, el político le asegura la libertad, el económico al establecer las condiciones de la desigualdad, la proclama y exige para sí pero no para el resto.
Las conclusiones para nosotros son obvias: para alcanzar la libertad es indispensable,  previamente, crear todas las condiciones para el desarrollo de una sociedad de iguales que al serlo, y solo así, podrán gozar también de la libertad.
Es el programa que viene desarrollando el gobierno actual mediante el proyecto de inclusión que conducirá, si lo cumplen y lo dejan los poderosos, hacia una sociedad  de iguales en la cual todos podrán vivir en libertad.
Finalicemos con una aseveración, quienes viven sin techo, sin trabajo, sin atención de su salud y sin educación nunca podrán ser iguales a los que todo lo tienen y, por lo tanto, su libertad será mínima o nada.

*Doctor en Economía
  Docente de la UNR
  Miembro del CEP

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