martes, 1 de noviembre de 2011

HAY QUE MANTENER LA GRANDEZA DE ESPÍRITU TAMBIÉN EN EL TRIUNFO




Nadie duda que el respaldo ciudadano monumental le da a la conductora del Frente para la Victoria todos los derechos políticos que la democracia otorga a triunfos de esta holgura. También le carga sobre las espaldas una inmensa mochila.

Como tal vez nunca desde 1983, las elecciones presidenciales del 23 de octubre las ganó una persona, más que un partido o una coalición de partidos. Cristina Fernández convocó desde las acciones de gobierno que eligió seleccionar como estandarte; desde la presencia diaria en toda la geografía argentina; desde la comparación de los últimos ocho años con la confusión del mundo central; culminando finalmente con el diseño personal de la campaña de promoción electoral más inteligente y comprometida de que se tenga memoria en la democracia argentina.

En tal marco, nadie duda que el respaldo ciudadano monumental le da a la conductora del Frente para la Victoria todos los derechos políticos que la democracia otorga a triunfos de esta holgura. También le carga sobre las espaldas una inmensa mochila. Cada éxito será asignado a ella, pero también cada error, sobre todo en un sendero futuro donde el ajuste fino será la norma.
El discurso de cierre de Cristina y más aun la emotiva pieza del saludo del 23 a la noche, muestran que ella espera mucho de quienes estén dispuestos a darle estructura a un espacio político que se nutrió de una doctrina muy valiosa y arraigada en los sectores populares, pero que en cuanto a organización nació de la interna abierta que consagró a Néstor Kirchner con apenas el 22% de los votos y arrastró todos estos años no sólo la oposición externa sino la del mismo tronco, a veces tanto o más salvaje que la otra.
¿Quiénes son los que pueden responder a ese reclamo? Seguramente no son los que han crecido como dirigentes en culturas semifeudales, donde los humildes son más un instrumento de perpetuación del poder que los destinatarios del esfuerzo.
Tampoco son los que en cada ciclo político se abalanzan sobre el poder central, sea como funcionarios o como simples cortesanos o como aduladores desde las distintas facetas de poderes económicos que buscan crecer al calor del Estado.
La apelación a la juventud es un reclamo que a veces se nota –tal vez sea exagerada sensibilidad mía– hasta angustiado, pidiendo que no sólo se adquieran compromisos sino que se corte camino hacia la lucidez y la generosidad que se requieren para organizar y a la vez contrarrestar las lacras de un sistema político degradado.
Es grande el desafío, pero alcanzable. Cristina señala, por caso, que cuanto mayor es el triunfo, mayor debe ser la grandeza de espíritu con que se lo administre. La juventud debe entender allí que la mejor referencia que la presidenta tiene para decir eso es la conducta de Juan Perón cuando construyó el camino político para el triunfo de 1973, reuniéndose previamente con decenas de grupos y grupúsculos que alguna vez habían hasta deseado su muerte. Los momentos históricos como este, donde se llega a situaciones de tanta hegemonía política, a partir de la cual se puede crecer, pero también se puede perder consenso, obligan a ganar capacidad para separar la paja del trigo. A saber simplificar, identificando los adversarios principales e inexorables; las metas irrenunciables; los caminos que generan mayor compromiso popular.
Todo eso hay que aprenderlo y rápido. No es necesario reclamarlo a Cristina, porque ya ha demostrado que lo sabe hacer y muy bien. Es sin embargo necesario conseguir que miles y miles de dirigentes actuales o potenciales adquieran esos reflejos, que permitirán definir los caminos hacia la justicia social más plena.
No hay otro adversario de fondo que la conducta cipaya, que pone los intereses de sector por encima de los intereses nacionales y regionales; que cree que la opinión de un imperio en decadencia o una agencia de calificación de deuda son más importantes que la mirada de la presidenta argentina o sus colaboradores inmediatos.
No hay meta menos postergable que la eliminación de la pobreza, a la cual hay que medirla y caracterizarla con absoluta transparencia, porque es la antesala elemental para construir planes específicos focalizados en el tema.
No hay mejor camino de compromiso popular que mostrar lo que se hizo y a la vez mostrar lo que falta, señalando con fuerza todo lo que el conjunto ganará con los avances.
Estas tareas deben ser la respuesta a un pedido de tanta jerarquía como el que hizo y hace Cristina. Nada de quedar enredados en denostar a los que pasan fugaces por el escenario político, sólo iluminados por los focos del cipayismo interesado en ellos hasta que se agotan. Nada de construir imaginarios paraísos cuando la tarea pendiente es mucha. Nada de bloquear u ocultar los debates, que tanto nos hacen crecer cuando son leales, como siempre debieran ser. Además, aun los espartanos, como quien esto escribe, disfrutemos este tiempo histórico.



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