Imagen de "Infolítica" |
Por
Roberto Marra
En
épocas de padecimientos y desastres naturales, de sometimientos y
catástrofes sociales, de misteriosas plagas y miedos exacerbados, la
realidad se suele teñir con claros y oscuros, tapándola con un velo
de falsedades para multiplicar el beneficio miserable de algunos
pocos, ansiosos por elevar sus poderes en base al dolor de millones,
creyéndose casi dioses de un “olimpo” desvencijado y sin épica
alguna.
Son
los claros y los oscuros imposibles de evitar en una sociedad
construida en base paradigmas meritocráticos, donde la peor pandemia
es la ignorancia, un mal para el cual la humanidad no ha logrado
tomar la decisión generalizada de eliminarla. Son las luces y las
sombras de un proceso de siglos de acumulación de avaricias
materiales y miserias humanas que lograron el surgimiento de personas
con el alma adormecida, insolidaria y sometedora de los más débiles,
que lo son por la acción de los pocos que manejan los asuntos que,
en realidad, nos competen a todos.
Ahora,
pandemia y estúpidos con poder mediante, los límites de semejantes
oprobios sociales se dejan ver con más claridad que de costumbre,
convirtiendo en certeza las sospechas de la escasa capacidad algunos
de quienes se pretenden dirigentes sin tener cualidades que les
otorguen semejantes títulos honoríficos, ni calidad humana que les
permita conceder algún tipo de razón a la muestra de sus bajezas
morales.
Casi
como en una estudiantina, estos personajes de poca monta y exagerada
exposición mediática para sus antecedentes reales, se muestran casi
exultantes en medio de lo que debiera ser un momento de constricción
al trabajo y el esfuerzo solidario que sus cargos de funcionarios le
demandan. Aparecen en “selfies” con sus sonrisas insultantes de
la realidad, mostrando los dientes de la ruindad que los alimenta,
olvidando el temor ante lo desconocido de los ciudadanos que
alimentan sus bolsillos y elevan sus “prestigios” hasta donde
jamás podrían estar por capacidades propias.
Pretenden
mostrar logros y obtener alabanzas fáciles de sus seguidores de
Facebook o Instagram, tal vez tan frágiles de conciencia como ellos,
los pusilánimes expositores de miserias prebendarias elevados a la
categoría de conductores de espacios donde la virtud principal
debiera ser el honor de servir a los demás, antes que ese muestrario
de fotos propias de “vedettes” del subdesarrollo mental.
Como
en la arquitectura, lo que define todo es el juego de las luces y las
sombras, el balance justo entre unas y otras, para encontrar el punto
justo donde la armonía se manifieste con el esplendor que a todos
seduzcan. Ese logro hace la diferencia entre lo perdurable y lo
efímero, entre lo que hace historia y lo que se desdibuja como
historieta.
Tal
como en esa misteriosa mezcla del arte con la ciencia, en la
cotidianeidad de quienes se pretenden dirigentes, debe lograrse ese
balance luminoso que evite la sobre-exposición con objetivos
espúrios y, por el contrario, multiplique el valor de las palabras y
los hechos verdaderos, esos que construyan la solidaridad real, sin
falsas imágenes de sonrientes funcionarios alabándose a sí mismos,
ni adláteres de tan escasa capacidad neuronal como ellos, que no les
permita distinguir más que sus pobres objetivos de grandezas sin
destino.
Semejantes
actos despiadados de esos pequeños seres intrascendentes para la
historia, pero profundamente dañinos para el presente necesitado de
auténticos funcionarios íntegros y responsables, tienen en la
actualidad la contraparte de dirigentes nacionales valientes, de
genuinas raigambres populares, que han tomado sus funciones como lo
que son, un servicio a la Nación que les brindó el honor de
conducir su destino, justo en tiempos tiranos, donde a la avalancha
de deudas impagables se le ha sumado una peste que desdibuja los
límites sociales y avanza hasta donde la insolidaridad lo permite.
En
ese espejo nacional de capacidad y decisiones sometidas al valor del
raciocinio, dejando de lado cualquier intención de figuración ni
vedetismo, debieran mirarse aquellos a los que las cámaras parecen
seducirlos más que sus deberes. Peras al olmo, al fin, será un
pedido que de seguro caerá en saco roto, para terminar con otra
“selfie” de esos incapaces, mostrando el nulo logro de una
gestión vacía de dirección y repleta de desprecio por los
angustiados ciudadanos perseguidos por el virus... de la
desesperanza.
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