lunes, 12 de agosto de 2019

LA HORA DE LA REVANCHA POPULAR

Por Roberto Marra
Resulta “políticamente correcto” decir que no debe haber revancha ante un triunfo sobre el adversario. Sin embargo, esa palabra es necesaria. Esa palabra es imprescindible para poder construir derechos desde abajo, desde las entrañas mismas de los dolores populares, desde los rincones oscuros a donde somos arrojados cuando los enemigos nos arrancan cada una de nuestras esperanzas de simples seres humanos convertidas en políticas de Estado. En ese momento, el dolor y la resignación suelen ganar las almas de las mayorías estigmatizadas por el Poder, para regocijo de sus trogloditas integrantes.
Ahora es cuando se deben “vengar” las lágrimas de los obreros despedidos, las impotencias de los docentes alimentando con sobras a los que debieran estar educando, las miradas vacías de los viejos abandonados, las manitos frías de los pibes creciendo a la fuerza en la miseria de las calles, los ojos tristes de quien nos vende una baratija, los artistas callejeros con ilusiones cortadas, a los profesionales invalidados de sus títulos, a los quiosqueros bajando sus persianas de dulces y cigarros, a los talleres donde hace mucho se apagaron las fraguas y los tornos, a los amaneceres sin yerba ni leche, a la postergación eterna del viaje reparador de los esfuerzos cotidianos, a la puñalada feroz de las burlas impúdicas de los ganadores sin ganancia, al disfrute perverso de los insanos convertidos en gobierno.
Claro que es justa la venganza, por supuesto que es sana la revancha, sí que es necesario el escarmiento. Pero no como ellos desearían, jamás como lo buscan a través de sus insultos permanentes, de ningún modo adquiriendo sus mismas cataduras inmorales ni exhibiendo sus monstruosas actitudes miserables. La justa sanción a los malditos constructores de toda nuestras desgracias deberá salir de lo más profundo de nuestros ideales de justicia, para elaborar otro destino para nuestros sueños, para producir un cimbronazo a la estructura de los poderosos, para sacudirnos la modorra de la espera silenciosa y elevar el grito trascendente que sale de las entrañas de un Pueblo que vuelve a marcar la cancha de su enemigo perpetuo.
La advertencia está lanzada, el aviso está consumado en votos, el anuncio de lo inevitable ya fue establecido. No se vienen tiempos de fáciles pasajes a felicidades caducas, sino de reconstrucciones de cimientos corroídos por los malsanos hacedores de tanta pobreza inmerecida. Se acercan momentos de definiciones simples pero invulnerables. Se vienen horas de elaboraciones conscientes de vidas mejores para los abandonados, los despedidos, los desvalijados, los que nunca llegan a fin de mes, los que duermen en los andenes de viajes a ninguna parte, los que fueron sometidos al escarnio de la peor de las venganzas de los sucios integrantes de una oligarquía que nunca nos perdona la persistencia porfiada de “los últimos setenta años” de luchas por lo que siempre nos quitaron, y siempre por las malas.
Es el final de la bifurcación de los caminos, es el cierre de una etapa donde el espanto se transforme en alegria incontenible, en futuro al alcance de nuestras decisiones, en fuente de nuevos desafíos, en llamados de las millones de desgracias que habrán de deshacerse con el esfuerzo de quienes todavía estamos vivos. Pero también es tiempo de recordar a los caídos por las balas y el hambre, también es hora de volver a mirar los ojos de quienes seguirán sin un plato de comida por las noches, es momento de preparar la nueva vida de los desarrapados, de vaciar los comedores solidarios y volver a habitar las cocinas de los platos calientes de las madres.
Ha llegado el momento de rehacer la Patria. Como tantas veces, como en cada final de los saqueos consumados por los “republicanos” sin bandera, como después de cada tiempo vulnerado por los herederos de los oscuros personajes de una historia mal contada a propósito. Y sí es la hora de la revancha de un Pueblo sacudido, de la venganza consumada con la sólida construcción de una Nación embanderada con sus paradigmas populares, para el escarmiento final de los fabricantes de todas las desgracias.

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