Imagen de "Oveja Negra" |
Por
Roberto Marra
La
cuestión del Poder es todo un tema. Con esta frase, uno podría
darse por satisfecho como referencia a esa inasible concepción del
dominio de unos sobre otros. Pero con tamaña cortedad, poco es lo
que se explica sobre los alcances que tiene esa relación entre los
dominadores y los dominados, que es la básica manera en que se
expresa esa capacidad de avasallar necesidades e intereses de un
sector de la sociedad para consolidar y acrecentar los de otro
sector, en general, muy pequeño.
Pero
(siempre hay uno) existe algo peor que esa manifestación de la
habilidad de convencimiento mediático de los poderosos. Existe el
miedo, un instrumento muy valioso para encolumnar a los díscolos y
los más pensantes miembros de la sociedad. Manejan ese “utensillo”
perverso para impedir o retardar reacciones adversas a sus planes,
estirando lo más posible los períodos donde pueden ejercer el
dominio absoluto sobre la población.
En
nuestro País hubo una etapa donde más que miedo, se aplicó el
terror homicida de una dictadura que simplificó al extremo la
separación entre Pueblo y Poder, negando el derecho a la vida de
decenas de miles de compatriotas con el único fin de acabar con una
oposición inteligente a los poderosos de siempre que estuvieron
detrás del genocidio ejecutado por los militares.
A
los tropezones, golpeándose contra la realidad tantas veces como
intentó ponerse de pié, el Pueblo rehizo su camino, generando una
“democracia” formal que, al menos, le permitió manifestarse de
manera visible y alcanzar, por algunos períodos, avances políticos,
económicos y sociales de mucha relevancia. La coincidencia, no
casual, del desarrollo de similares experiencias en los países de la
Patria Grande, acrecentó la esperanza en concretar los viejos sueños
de conformar un territorio unificado de desarrollos positivos para
las mayorías eternamente postergadas.
Pero
ahí es cuando los poderosos demostraron que nunca deben dárselos
por muertos. Aprovechando capacidades financieras ilimitadas, apoyo
imperial y una cultura generadora de subjetividades individualistas,
se adaptaron a las circunstancias, siguieron acumulando fortunas a
costa del Estado y promovieron a sus figurones para reemplazar a los
auténticos líderes populares, expulsándolos de los gobiernos y
sometiendo a la población al retroceso feroz de sus economías y sus
capacidades de comprensión de la realidad que vendieron con la
canalla mediática.
Nunca
se habían ido del todo. Latentes, como las semillas en invierno,
germinaron en el terrritorio del odio y el desconcierto, la duda y el
miedo, elementos que manejaron con la calidad de los que saben lo que
quieren, arrasando derechos e incumpliendo deberes sin temor a la
represalia, la que jamás les llegó de verdad en la historia como
sanción a sus deleznables vandalismos sociales.
Ahora,
cuando todo advierte de un nuevo triunfo popular en ciernes,
nuevamente el Poder se abroquela, se prepara para resistir la
inevitable andanada de medidas que apacigüen el hambre y la pobreza,
intentando sus clásicas maniobras de pinzas para encerrar a los
candidatos que parecen destinados a ganar las próximas elecciones.
Presionar es la costumbre cotidiana de estos martirizadores de los
pueblos, sabedores de las debilidades que enfrentará el próximo
gobierno por los desmanes que ellos mismos promovieron con sus
payasescos “líderes” de ocasión.
No
habrá otro camino que la organización de los que siempre resultan
postergados. No se podrá ejercer el gobierno ante estos financistas
depredadores, sin la participación protagónica de un Pueblo
convencido de terminar con tanta prebenda degradante de sus intereses
mayoritarios hacia los especuladores de la pobreza. No puede
permitirse que sus manos asesinas de niños desnutridos se posen,
otra vez, sobre las decisiones imprescindibles para derribar la
presente realidad obscena, donde los que nada o poco tienen
subvencionan a quienes los aplastan con mentiras y miseria.
Está
en juego el Poder y hay que disputarlo. Sin fáciles consignas ni
falsos objetivos, pero con la firmeza de quienes quieren ser dueños
de sus destinos. Está en el aire la moneda y hay que asegurar que
caiga del lado de la fortuna popular, que se eleve y fortalezca hasta
hacerse invencible ante los que se pretenden dueños de todo, para
terminar con sus pretensiones y con sus fortunas mal habidas,
transfiriendo lo robado a los eternos perdedores, a los sometidos de
siempre, a los que nunca pudieron vivir como humanos verdaderos, por
imperio del desprecio de los que ahora deberán pagar por sus
maldades.
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