Imagen de "Granma" |
Por
Roberto Marra
Durante
el período histórico denominado de la “guerra fría”, la
humanidad permaneció siempre temerosa del desencadenamiento de una
guerra termonuclear que acabara con la vida humana en el Planeta.
Este sentimiento colectivo pareció apaciguarce cuando se derrumbó
el bloque de países encabezado por lo que fuera, hasta entonces, la
Unión Soviética, momento en el cual el imperio yanqui se asumió
como el “ganador” de esa contienda librada en la oscuridad de los
secretos y el espionaje, pasando a actuar desenfadadamente como lo
que siempre pretendió ser: el gendarme del Mundo.
Los
supuestos “ganadores” no han mostrado nada más que actitudes
despiadadas, propias de la brutalidad de dirigentes sin otra
determinación que seguir alimentando al monstruo de la guerra,
verdaderos psicópatas al servicio de la muerte cotidiana, y no solo
por las balas y las bombas. El hambre es el otro factor que forma
parte indisoluble de este procedimiento perverso del imperio para
dominar las voluntades y los territorios, con el único fin de
apoderarse de sus riquezas a costa de millones de víctimas
invisibles para el común de las personas, por efecto de la otra pata
fundamental de su sistema de apropiación ilícita: los medios de
comunicación.
Fue
a través de ellos que lograron obnubilar a las mayorías,
estigmatizando líderes y procesos políticos adversos a sus
intereses, hasta acabar con experiencias virtuosas de raigambres
populares. Es con ellos que convencen de hechos nunca acaecidos y de
falsas “verdades” inventadas para cada ocasión que necesiten.
Son esos medios oligopólicos, conformados como cárteles globales,
que logran introducir los venenos que terminan con los sueños
soberanos de las naciones y las libertades individuales de sus
habitantes, convertidos en simples engranajes de una brutal
maquinaria de producción de bienes a los que, además, nunca tendrán
acceso.
El
periodismo ha sido apresado por esta fábrica de noticias necesarias
para la continuidad del espanto diario que significa esta cruel
manera de apoderamiento de los recursos ajenos, donde la vida humana
vale tanto como una bala, donde ciudades enteras son arrasadas para
conseguir algún oleoducto más que abastezca la insaciable sed de
energía de este imperio decadente y horrendo, con el repugnante fin
de generar riquezas concentradas en algunas decenas de manos,
mientras observamos, por las pantallas de la hipocresía, los
esfuerzos de algunos abnegados solidarios para evitar las muertes de
los desnutridos y los bombardeados.
También
aquí, en Argentina, ha actuado siempre el imperio contumaz en su
búsqueda implacable de réditos infinitos, a costa de miseria y
subdesarrollo, de golpes y desapariciones, acompañado de cómplices
de su misma laya, herederos de los oligarcas que nutrieron nuestra
historia de vejaciones a la soberanía y postergaciones de una
justicia social que solo tuvo brillos temporales durante esas islas
históricas donde el Pueblo logró generar líderes desde sus
entrañas.
No
queda más remedio que enfrentar a semejantes aventureros maléficos,
piratas modernos de ataques electromagnéticos y bombardeos de
juicios amañados en los tribunales corruptos para acabar con los
auténticos líderes populares de Nuestra América. No se puede
seguir retrocediendo más, estando ya al borde del abismo que no
supimos evitar tantas veces en la historia.
Son
tiempos de impostergables contra-ataques, con el único armamento
capaz de modificar la horrible realidad que soportamos: la unidad de
quienes somos más, pero nunca terminamos por comprenderlo. Una
unidad que vaya mucho más allá de nuestras inventadas fronteras
nacionales, que supere esas miserables divisiones que solo se ven en
los mapas. Y que construya, por fin, ese Mundo nuevo donde manden los
que, hasta ahora, solo obedecen a sus verdugos.
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