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El gobierno de Macri logra que
uno se sienta un ingenuo retroactivo. Me acordaba esta semana, que fue peor que
la anterior y así sucesivamente desde que una anomalía judicial le recortó
–Macri debutó empujando– doce horas de mandato a la ex Presidenta, de uno de
los últimos spots de la campaña del FpV antes del ballottage. Ese que se
parecía mucho a un spot opositor a Dilma Rousseff: el de las máscaras. Mostraba
a Macri sacándose la careta.
Recuerdo conversaciones de café de ese momento: muchos opinamos, como
párbulos principistas, que era “agresivo”. Es que mientras estaba al aire ese
spot de Scioli, Macri salía por la televisión en uno hablando a cámara,
conciliadoramente, diciéndoles a los votantes de Scioli que él gobernaría para
todos. Minga.
A menos de un mes de iniciado su gobierno, tenemos muestras cotidianas
de un tipo de agresividad no experimentado ni ejecutado antes salvo bajo el
poder de fuego militar. Los gobiernos de facto han sido caracterizados casi
siempre por su origen, más que su práctica. En sus prácticas, no obstante,
siempre ha habido un Poder Ejecutivo que gobierna con la complicidad del Poder
Judicial y con el Parlamento cerrado.
Miren lo que nos salió del pelotero: un Ceopresidente cuyos propósitos
no eran mantener lo que está bien y cambiar lo que esté mal. Las palabras de
Macri están indefectiblemente vacías. Sus acciones denotan una autopercepción
desajustada con lo que por lo menos todavía se entiende como democracia. Un
gobierno dividido en tres poderes, regido por una ley madre cuyas reglas de
juego se deben respetar para que de ese cumplimiento emane legitimidad.
Las pilas de decretazos; los miles y miles de despidos; el tipo de
despidos, que incluye a plantas permanentes y se monta sobre la persecución
ideológica (hacer abrir a los trabajadores delante de un funcionario sus
facebooks personales, como sucedió en el ministerio de Justicia y ayer informó
la diputada Nilda Garré, supera la pesadilla de Orwell); el desmantelamiento acelerado
y con saña de construcciones institucionales y simbólicas desarrolladas en los
últimos doce años de gobierno democrático; la gran liberación primera, la de
las retenciones, unida a la gran liberación segunda, que fue el valor del
dólar; los golpes a repetición sobre el bolsillo popular; la impiedad amparada
aún hoy en una idea del otro, el kirchnerista, deforme, mediática, mentirosa,
como si el 49 por ciento de la Argentina constituyera una asociación ilícita.
En su afán de despedir, una vicepresidenta discapacitada echó a empleados
estatales discapacitados, y sólo el bochorno la hizo dar marcha atrás.
Michetti, que se confesaba con Bergoglio, parece que no lo haría con el papa
Francisco. Eso no fue una desprolijidad: fue un síntoma.
“¡Andá a laburar, chorra!”, me gritan desde una 4 por 4 mientras voy
caminando después de comprar el pan en una calle de arena de la costa. Hace
muchos años que me gritan cosas por el estilo, y he aprendido a tomarlas como
de quienes vienen, gente bruta que es hablada por los medios, en la
simplificación primate que les han dado de beber con el brebaje del odio.
Justamente, lo que yo quiero, como tantos millones, es trabajar. Qué absurdo es
que me mande a trabajar un votante del gobierno que me quitó el trabajo y sólo deja
hablar en los medios electrónicos a los que lo consienten o a los que ejercen
el periodismo como si fueran entretenedores. Informativamente, Clarín es la
normalidad a la que quieren que volvamos: el grupo y sus grupos satélites se
ocuparán, como cada vez que el pueblo ha sufrido o que lo han engañado o
perseguido, de que eso no se note. No informarán del saqueo. El saqueo no será
televisado.
De repente, pareciera que hay que gustarle a alguien para comunicar lo
que queremos. ¿Desde cuándo un programa de televisión cuya presencia en los
medios es reclamada visible y ruidosamente por su audiencia debe “gustarle” a
un funcionario o a algunos intelectuales bizarros para estar en el aire?
¿Alguien cree que a Cristina le “gustaban” los periodistas que le decían
bipolar, ladrona, asesina, autista o usurpadora de títulos o poder? Hasta la
formulación de la pregunta es ridícula. ¿Ustedes creen que a Obama le gusta
Fox? ¿Que a Dilma le gusta O Globo? Esa pregunta no cabe porque llevamos más de
treinta años de democracia y hemos subido peldaños de civilización, y sabemos
que el poder político democrático debe respetar la regla de juego de la
libertad de expresión, que es justamente dejar hablar al que critica.
Cambiamos tanto, que las decenas de periodistas que pusieron el grito
en el cielo porque la ley de medios iba según ellos a ponerles mordaza, hoy no
registran ni denuncian ni hablan de la mordaza concreta que trajo Macri. Sería
extenso el análisis de la televisión de hoy, pero baste decir que han
desaparecido los analistas heterodoxos para debatir las medidas económicas que
han puesto al país nuevamente al borde de una deuda que será impagable. La
televisión –salvo en programas-islas contados con los dedos de media mano– sólo
invita a analistas liberales, que indefectiblemente insisten con la pesada
herencia. Si hubo alguien que recibió una pesada herencia y no sólo no se
excusó sino que no echó a nadie, fue Néstor Kirchner. El 49 por ciento lo
recuerda.
Macri decidió aplicar de entrada una política de shock autoritario
multifacética, planteada en el orden fáctico y simbólico, cuyos primeros ejes
preanuncian el siguiente. Esos ejes son, por un lado, la supresión de la
libertad de expresión y el vaciamiento mediático de voces opositoras, y aunque
Massa vaya como opositor a Davos, todos sabemos que no es opositor. Acá hay una
sola oposición real, la del 49 por ciento. Que no vengan con que el “cupo”
opositor lo cubren con periodistas ligados en estos últimos años a Massa o a
Moyano. Ese “cupo” lo necesitan, por otra parte, para que Lombardi pueda dar
algún ejemplo cuando hable.
Otro eje es naturalmente el económico, el núcleo de lo que vinieron a
hacer, y consiste en la desregulación bestial de los mercados. Cuando en 1989
Menem inauguró su mandato con la Ley de Reforma del Estado, todavía puede que
haya habido quienes creyeran que eso era moderno. Pero hoy, con el mundo dado
vuelta y ejemplos de sobra de que los mercados son los chupasangre de los
pueblos aunque los pueblos hablen en francés o en inglés, esta liberación de
los mercados es bananera, decadente. ¿Otra vez tenemos que creer que bajarán
los precios y los sojeros se resignarán a un dólar a 14, y que achicando el
Estado se agranda la Nación?
Estamos ante un dispositivo de poder no conocido en el mundo hasta ahora,
cuya conducción política desprecia la política y por ende se equivoca
políticamente sin parar. Es gente impiadosa, brutal, inculta, formada sólo para
ganar dinero. Es la nueva barbarie global, y la tenemos en el gobierno. No han
venido a gobernar la Argentina, sino a convertirla en un enorme territorio
sacrificable.
Como contrapartida, tenemos un pueblo más informado respecto de su
propia desinformación que nunca. En estos años hemos aprendido, hemos crecido
intelectual y colectivamente. Fue complejo el proceso de comprender de qué
manera siempre los grandes medios han vendido sus audiencias a sus anunciantes.
No alcanzó: ganó Macri. Pero Macri también es la confirmación de que el
público, en tanto pueblo, debe descreer de lo que se ve, se lee y se escucha en
los grandes medios.
La neobarbarie hoy la expresan las corporaciones. Ha quedado en los
pueblos la chance de la neocivilización, que es política, organizada, pacífica,
tenaz y demandante. Necesita además ser astuta. Es, como diría el viejo Laclau,
la hora de las demandas agregadas. Diferentes identidades políticas y
diferentes malestares sociales deben converger en la sintonía gruesa de la
oposición a este desastre. No es momento de discutir el bordado: hay que crear
una nueva instancia de construcción política lo suficientemente amplia como
para enfrentar lo que hay delante.
El poder real y el poder político juntos, por otra parte, quieren que
el pueblo se arrebate para caerle encima. Este modelo no cierra sin represión.
Ya la hicieron debutar en La Plata, vimos la infantería cargando contra gente
entre la que podrían estar sus madres, sus hermanos, sus vecinos. Vimos la
espalda de esa mujer ardida por los balazos de goma que le cayeron con saña y
en racimo.
Esta semana el Negro Fontova posteó una reflexión que es bueno
amplificar. Quieren que pisemos el palito para agredir con la fuerza. Lo
nuestro, decía el Negro, no es la fuerza, es la cultura. Incluso en
resistencia, hay que tener presente que la utopía de esta etapa histórica es la
democracia. Mientras los nuevos bárbaros saquean, la nueva civilización es más
que nunca la política, la organización, la paz y la cultura. Y todo eso en la
calle, aunque nos quieran volver a meter en casa para que sigamos mirando la
televisión.
*Publicado en Página12
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