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Siempre es difícil comprender el odio. Sobre todo el odio que lleva a
la ridiculez, a la estupidez y al mal gusto. Esta semana los principales
voceros de los poderes reales de la Argentina y de las empresas de capital
monopólico y concentrado, con obvias terminales en las oficinas políticas del
sistema financiero internacional, han dado una muestra más de lo desagradable
que pueden llegar a ser cuando se deciden a odiar sin contemplaciones.El primero fue Jorge Lanata en su programa de televisión del domingo a la
noche. Superado en rating por el fútbol, por un campeonato de cocina o por un
torneo en vivo y en directo de ludomatic, el standapero otrora periodista, la
emprendió contra un chico de once años. Es cierto que uno elige enemigos de su
talla intelectual, pero dedicarle varios minutos de su programa a un pibe de
esa edad constituye un mamotreto comunicacional.
Debo reconocer que el caso del "chico kirchnerista" no me llama demasiado la atención. No es otra cosa que el producto de una casa politizada como tantas otras. En momento de movilización política ni siquiera los más jovencitos pueden substraerse de ese clima social y cultural. Sin dudas, ese pibe es hijo de una familia que, como todas las familias, ha llevado adelante un proceso determinado de adoctrinamiento. Pero más allá de su locuacidad y de su capacidad expresiva no encuentro un motivo verdadero para que sea castigado y condenado desmesuradamente por la oposición y exaltado como un neo fenómeno por los seguidores del Kirchnerismo.
Quiero dejar bien claro algo: Muchachos, se trata de un chico de once años, ¿se entiende bien? Once Años. No terminó el primario. No se merece ni por asomo el maltrato al que es sometido por parte de "grandotes grandes" como Jorge Lanata o Alfredo Leuco. Once años. A ver si toman conciencia. Once años. Pongan un límite a su odio. Sean humanos.
Un párrafo aparte se merece el argumento estúpido y estupidizante del adoctrinamiento. Todo chico de once años es adoctrinado. Ya sea por un discurso político o apolítico, religioso o anti religioso, esencialista o relativista, liberal o antiliberal. La supuesta cantinela del "libre pensamiento" también es una forma de adoctrinamiento. Sutil, políticamente correcta, aceptada por el sentido común, pero también es una forma de lavado de cabeza. En una sociedad religiosa, por ejemplo, el liberalismo racionalista sería visto como una forma de adoctrinamiento extraño.
Pero, además, hay otro punto que está invisibilizado por la lógica del "librepensamiento". Que es imposible un verdadero pensamiento en libertad. Todos estamos atravesados por sentidos, ideas, doctrinas, influencias y procesos de lavado de cabeza. Desde que nacemos, a través de los mandatos familiares, de la educación pública o privada, a través de los medios de comunicación, los dibujitos animados –como bien explicó en 1972 Ariel Dorfman en Para leer al Pato Donald–, la religión, la ideología de los padres.
No darse cuenta de esto es la muestra clara de que uno está bien "adoctrinadito". Puede sonar a galimatías pero quien reconoce su propio adoctrinamiento es más libre, en términos existenciales, que aquel que se considera libre de doctrinas o ideologismos. La ideología de la "no ideología" es una ideología, justamente.
¿Pero qué es exactamente lo que molesta del caso de este chico de once años? Que se trata de un adoctrinamiento diferente al que intenta imponer bajo un bombardeo constante el liberalismo a través de los medios de comunicación y la educación de la sociedad neocapitalista.
El adoctrinamiento político es disfuncional para la estrategia de sometimiento que los poderes económicos y culturales hegemónicos hacen sobre las sociedades. Necesitan desprestigiar el mundo de las ideas y de la política. Un sujeto con ideas políticas claras, entrelazado en una organización colectiva es peligroso para el sistema neocapitalista y liberal.
El verdadero hombre libre es el hombre político.
El imaginario social del liberalismo considera como "hombre libre" al individuo capacitado para llevar adelante una vida en soledad, con un alto nivel de consumo tecnológico, cultural y suntuario, que piensa onanísticamente en especulaciones racionalistas y llega a conclusiones autoestetizantes que lo constituyen como un sujeto descomprometido, hedonista, y consumidor de sexo rápido y satisfacción efímera y permanente o permanentemente efímera. El "hombre libre" es esclavo de su soledad vana.
El "hombre político" se realiza, en cambio, en comunidad. Se realiza cuando se relaciona con otros, cuando le escapa e intenta romper el mandato "individual-consumista" que le impone el liberalismo capitalista. El "hombre político" comprende que es libre cuando se quita de encima el peso de la "libertad hedonista", cuando internaliza que su destino está "atado" al destino de los demás. El "hombre político" necesita de una doctrina colectiva. El "hombre libre" de un mero catecismo de "auto complacedor".
Posiblemente, la verdad esté a medio camino. Aunque esto también –el justo medio– también sea una zoncera.
Los vendedores de placeres efímeros necesitan desvanecer al "hombre político" para poder seguir vendiéndoles geles íntimos que suplanten al amor, series interminables para combatir la soledad en oscuras habitaciones con Megapluscuamsuper Home Theatres que nos hagan olvidar de que la vida real no tiene pixeles, libritos de 200 páginas que podamos leer rápidamente y sin esfuerzos, programas de televisión que apabullen la nadería interna con ruidos y gritos histéricos –twist & shout–candidatos que gerencien la política y que sean construidos como frascos de mayonesa y no con ideologías o doctrinas colectivas, ideas breves, posmodernas, ingeniosas y sin demasiado fundamento que el regodeo estético, motos que van a mil, I-pad, I-Phone, I-Love, minitas flacas gimnastas soviéticas, y hombres de músculos ejercitadamente duros. Necesitan consumidores para consumir.
En este sentido, la emergencia de un "niño político" –más allá de las lógicas vanidades familiares– pone de pelos de punta a los voceros de las ideas fáciles, de la comunicación efectiva, de la política dietética. No es ese chico concreto lo que les molesta. Los intranquiliza la posibilidad de que haya más "hombres políticos" dispuestos a ejercer su libertad en comunidad. Eso es intolerable para ellos. Porque los deja solos y desnudos frente a sus mezquindades onanistas. De ese miedo surge el odio.
Debo reconocer que el caso del "chico kirchnerista" no me llama demasiado la atención. No es otra cosa que el producto de una casa politizada como tantas otras. En momento de movilización política ni siquiera los más jovencitos pueden substraerse de ese clima social y cultural. Sin dudas, ese pibe es hijo de una familia que, como todas las familias, ha llevado adelante un proceso determinado de adoctrinamiento. Pero más allá de su locuacidad y de su capacidad expresiva no encuentro un motivo verdadero para que sea castigado y condenado desmesuradamente por la oposición y exaltado como un neo fenómeno por los seguidores del Kirchnerismo.
Quiero dejar bien claro algo: Muchachos, se trata de un chico de once años, ¿se entiende bien? Once Años. No terminó el primario. No se merece ni por asomo el maltrato al que es sometido por parte de "grandotes grandes" como Jorge Lanata o Alfredo Leuco. Once años. A ver si toman conciencia. Once años. Pongan un límite a su odio. Sean humanos.
Un párrafo aparte se merece el argumento estúpido y estupidizante del adoctrinamiento. Todo chico de once años es adoctrinado. Ya sea por un discurso político o apolítico, religioso o anti religioso, esencialista o relativista, liberal o antiliberal. La supuesta cantinela del "libre pensamiento" también es una forma de adoctrinamiento. Sutil, políticamente correcta, aceptada por el sentido común, pero también es una forma de lavado de cabeza. En una sociedad religiosa, por ejemplo, el liberalismo racionalista sería visto como una forma de adoctrinamiento extraño.
Pero, además, hay otro punto que está invisibilizado por la lógica del "librepensamiento". Que es imposible un verdadero pensamiento en libertad. Todos estamos atravesados por sentidos, ideas, doctrinas, influencias y procesos de lavado de cabeza. Desde que nacemos, a través de los mandatos familiares, de la educación pública o privada, a través de los medios de comunicación, los dibujitos animados –como bien explicó en 1972 Ariel Dorfman en Para leer al Pato Donald–, la religión, la ideología de los padres.
No darse cuenta de esto es la muestra clara de que uno está bien "adoctrinadito". Puede sonar a galimatías pero quien reconoce su propio adoctrinamiento es más libre, en términos existenciales, que aquel que se considera libre de doctrinas o ideologismos. La ideología de la "no ideología" es una ideología, justamente.
¿Pero qué es exactamente lo que molesta del caso de este chico de once años? Que se trata de un adoctrinamiento diferente al que intenta imponer bajo un bombardeo constante el liberalismo a través de los medios de comunicación y la educación de la sociedad neocapitalista.
El adoctrinamiento político es disfuncional para la estrategia de sometimiento que los poderes económicos y culturales hegemónicos hacen sobre las sociedades. Necesitan desprestigiar el mundo de las ideas y de la política. Un sujeto con ideas políticas claras, entrelazado en una organización colectiva es peligroso para el sistema neocapitalista y liberal.
El verdadero hombre libre es el hombre político.
El imaginario social del liberalismo considera como "hombre libre" al individuo capacitado para llevar adelante una vida en soledad, con un alto nivel de consumo tecnológico, cultural y suntuario, que piensa onanísticamente en especulaciones racionalistas y llega a conclusiones autoestetizantes que lo constituyen como un sujeto descomprometido, hedonista, y consumidor de sexo rápido y satisfacción efímera y permanente o permanentemente efímera. El "hombre libre" es esclavo de su soledad vana.
El "hombre político" se realiza, en cambio, en comunidad. Se realiza cuando se relaciona con otros, cuando le escapa e intenta romper el mandato "individual-consumista" que le impone el liberalismo capitalista. El "hombre político" comprende que es libre cuando se quita de encima el peso de la "libertad hedonista", cuando internaliza que su destino está "atado" al destino de los demás. El "hombre político" necesita de una doctrina colectiva. El "hombre libre" de un mero catecismo de "auto complacedor".
Posiblemente, la verdad esté a medio camino. Aunque esto también –el justo medio– también sea una zoncera.
Los vendedores de placeres efímeros necesitan desvanecer al "hombre político" para poder seguir vendiéndoles geles íntimos que suplanten al amor, series interminables para combatir la soledad en oscuras habitaciones con Megapluscuamsuper Home Theatres que nos hagan olvidar de que la vida real no tiene pixeles, libritos de 200 páginas que podamos leer rápidamente y sin esfuerzos, programas de televisión que apabullen la nadería interna con ruidos y gritos histéricos –twist & shout–candidatos que gerencien la política y que sean construidos como frascos de mayonesa y no con ideologías o doctrinas colectivas, ideas breves, posmodernas, ingeniosas y sin demasiado fundamento que el regodeo estético, motos que van a mil, I-pad, I-Phone, I-Love, minitas flacas gimnastas soviéticas, y hombres de músculos ejercitadamente duros. Necesitan consumidores para consumir.
En este sentido, la emergencia de un "niño político" –más allá de las lógicas vanidades familiares– pone de pelos de punta a los voceros de las ideas fáciles, de la comunicación efectiva, de la política dietética. No es ese chico concreto lo que les molesta. Los intranquiliza la posibilidad de que haya más "hombres políticos" dispuestos a ejercer su libertad en comunidad. Eso es intolerable para ellos. Porque los deja solos y desnudos frente a sus mezquindades onanistas. De ese miedo surge el odio.
*Publicado en Tiempo Argentino
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