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Como un fantasma que camina acariciando las lápidas de sus propias
glorias muertas, The Economist, esa tradicional publicación del liberalismo
conservador inglés siempre tan adicto a una mirada colonialista, ha decidido
asustar a los países emergentes con el ejemplo de Argentina como metáfora del
fracaso de una nación. Se trató, claro, de una interesante operación cultural,
política e ideológica, que fue rápidamente replicada por aquellos medios de
comunicación locales adeptos a circunscribir acríticamente toda información
producida en los círculos hegemónicos internacionales formados por los Estados
Unidos y Europa, que incluye, sin duda, a Gran Bretaña. La tapa de la revista
londinense se titula: "La parábola de Argentina" y su copete reza
"lo que otros países pueden aprender de un siglo de declive". ¿No es
divertido?
La nota comienza de la siguiente
manera: "Hace un siglo, cuando Harrods decidió instalar su primer emporio
en el extranjero, eligió Buenos Aires. En 1914, la Argentina se destacó como el
país del futuro. Su economía había crecido más rápido que la de Estados Unidos
durante las cuatro décadas previas. Su PBI per cápita era más alto que el de
Alemania, Francia o Italia. Se jactaba maravillosamente de sus fértiles tierras
para agricultura, su clima soleado, una nueva democracia (el sufragio universal
masculino fue introducido en 1912), una población educada y el baile más
erótico del mundo. Los inmigrantes bailaban tango fueran de donde fueran. Para
los jóvenes y ambiciosos, la elección entre la Argentina y California era
difícil." Como se puede notar, una sarta de lugares comunes hilvanados por
la mala intención, el desconocimiento o la ignorancia del redactor de la
publicación.
Y las incongruencias continúan:
"Su país es una ruina. Harrods cerró en 1998. La Argentina está otra vez
en el centro de una crisis de los mercados emergentes. Esto puede ser atribuido
a la incompetencia de la presidenta, Cristina Fernández, pero ella es sólo la
última en una sucesión de populistas económicamente analfabetos, que llega hasta
Juan y Eva (Evita) Perón, y antes. Olvídense de competir con los alemanes… Tuvo
mala suerte. Su economía a base de la exportación fue magullada por el
proteccionismo de los años de entreguerra. Se confió demasiado en Gran Bretaña
como socio comercial. Los Perón eran populistas inusualmente seductores. Como
la mayor parte de los países de América Latina, la Argentina abrazó el Consenso
de Washington a favor del libre mercado y la privatización en los 1990 y sujetó
el valor del peso al del dólar. Pero la crisis de 2001 fue particularmente
salvaje y dejó a los argentinos permanentemente desconfiados de la reforma
liberal."
Contradictoria, poco profunda,
banal, insultante a la inteligencia de sus lectores, el redactor de The
Economist parece echarle la culpa de la supuesta declinación argentina a los
gobiernos "populistas" de Perón y de los Kirchner. Es interesante esa
tesis, porque la "sucesión" de "populismos" se produjeron
en los períodos 1946-1955 y 2003-2014, es decir, que la decadencia del país se
debe a apenas 20 años de administración peronista, frente a los 70 restantes de
hegemonía liberal conservadora. Nada tienen que ver los desaguisados de los
golpes de Estado ni las políticas de endeudamiento público llevadas adelante
por los gobiernos liberales de las dictaduras del 1955-1958, del 66-73, del
1976-1983 –un endeudamiento de 7600 millones de dólares a 45 mil millones– o el
festival de la corrupción de la deuda del neoliberalismo que entre 1989 y 2002
cuadruplicó los pasivos en dólares alcanzando los 190 mil millones de dólares.
Pero hay más, el redactor de la
publicación británica utiliza como método científico el índice Harrods, es
decir, un país crece cuando esa tienda abre un local y declina cuando la misma
firma la cierra. Demasiado básico, incluso para un análisis periodístico –que
de por sí son bastante básicos–; pero lo que no toma en cuenta el redactor es
que Harrods no se va de la Argentina en pleno festival populista –supongamos en
1950– sino medio siglo después, en 1998, el comienzo de las consecuencias de la
aplicación del neoliberalismo, que tanto celebra The Economist.
Preferiría utilizar otros datos
un poco más certeros y menos rimbombantes en términos mediáticos: los datos de
la CEPAL, utilizados por Mario Rappoport en su imprescindible y monumental
Historia económica, política y social de la Argentina. Según el estudio,
durante las dos experiencias "populistas", como las llama el redactor
británico, Argentina creció como en ningún otro período: entre 1946 y 1955 el
PBI creció a un promedio del 3,6%, con picos del 8,9 y el 11,1% en los primeros
años de gobierno peronista. Y entre 2003 y 2013, como ya sabemos los argentinos
–aunque miremos para otro lado porque la histeria coyuntural y el influjo del
principal deporte nacional que es la autodenigración– es de un promedio
superior al 7 por ciento. Para poner un sencillo parámetro de comparación, por
ejemplo, en 1914, el PBI había descendido un 11,6 %, y entre 1904 y 1914, el
promedio fue del 4,6 –en el mejor momento del modelo agroexportador. En los
supuestos dorados años '60 –entre 1959 y 1973, con el arrastre de la
industrialización peronista– el crecimiento promedio del PBI fue del 3,8%,
similar al de los años peronistas, pero muy lejos de los índices actuales ¿Y
durante la dictadura cívico-militar que plantó su bandera liberal en lo
económico? Mala noticia: las brillantes reformas monetaristas de los Chicago
Boys lograron un crecimiento económico promedio entre 1973 y 1983 de un
paupérrimo 0,6 por ciento. ¿Y a ver respecto de los años de la Argentina
neoliberal del Primer Mundo? La magra cifra del 2,6% de promedio. Conclusión:
los populismos hacen crecer el PBI y la economía, mal que le pese a los amigos
de The Economist.
¿Y la desocupación, por poner un
dato de nivel de vida social? En 1914 era del 14%, hoy está debajo del 7% según
el Indec y en el 7,6%, según la CEPAL. Otra mala noticia para el redactor de
The Economist. Y esto ya es goleada.
Pero el escriba británico
insiste: "Las materias primas, la gran fuerza de la Argentina en 1914, se
transformó en una maldición. Hace un siglo, el país era un temprano innovador
tecnológico –la refrigeración de las exportaciones de carne era la aplicación
matadora de ese tiempo– pero nunca trató de agregar valor a su comida (incluso
hoy, su cocina se basa en tomar la mejor carne del mundo y quemarla)." Voy
a dejar pasar la herida chauvinista en clave gastronómica, no sin antes
recordar que la cocina británica es la peor de Europa –ya que no tiene ni la
nobleza de los elementos de la española o la italiana, ni la sofisticación de
la francesa, ni mucho menos el exotismo de los países más allá del río Rin– y
es poco más que una herencia de sus tiempos bárbaros, en los que Roma era el
centro de la civilización. Pero vayamos a ver nuevamente los datos duros respecto
de primarización de la economía criolla. En tiempos de Perón, según la CEPAL,
la inversión bruta industrial trepó de 1190 millones de pesos en 1944 a 2818 en
1955, y la producción industrial respecto de la base 100, pasó de 76,5 a 110,6,
y se crearon más de 200 fábricas medianas. ¿Y la tasa de crecimiento industrial
en la actualidad –bajo el desquicio populista de los Kirchner–? Un crecimiento
promedio entre 2003 y 2013 del 7,7 por ciento. ¿Es posible que los populismos
intenten desprimarizar la economía –auqnue a veces no sea suficiente, claro–
fortaleciendo el mercado interno aun en contra de las descripciones, a esta
altura verdaderamente delirantes, del redactor de la "pérfida
Albión"?
Llegados a este punto, creo
conveniente suspender esta comparación entre los delirios de The Economist y la
"realidad efectiva" porque los británicos han perdido por escándalo.
Dicho esto, no sin antes reconocer algunas cosas: Argentina en este siglo
1914-2014 ha tenido grandes dificultades, a saber: No ha logrado escaparle a la
primarización económica, ha conseguido instituciones democráticas de mediana
densidad recién en los últimos 30 años, posee una clase dominante-dirigente más
preocupada por su egoísmo brutal que por la construcción de reglas de juego
estables, no ha conseguido la consolidación de una burguesía industrial con
identidad propia, las mayorías todavía no han podido escaparle a la
infraestructura de la pobreza, no ha podido elaborar una identidad nacional con
autoestima y orgullo, ni escaparle al odio político que deviene en un
pensamiento antidemocrático cotidiano y tampoco ha logrado sostener políticas
de Estado más allá de las gestiones coyunturales.
Lejos de comparar la situación
real de Argentina y Gran Bretaña –en términos económicos, culturales, sociales,
infraestructurales–, si hablamos de declinación de países, quisiera invitar a
los redactores de The Economist a mirar un poco más la viga en su propio ojo
que la paja en el ojo ajeno. Argentina siempre fue un país de tercer orden. Lo
ha sido históricamente, pese a los deseos imaginarios de quienes afirman que
tenemos "los cuatro climas", "riquezas naturales
extraordinarias”" y demás mitomanías nacionales. Ha estado siempre, en
términos geopolíticos, a la saga de México y Brasil desde principios del siglo
XIX. Basta con viajar un poco por Río de Janeiro, San Pablo y el DF, con leer
sus historias, bucear en sus acumulaciones primarias de capitales –en términos
marxistas– para comprender cuál es la medida de nuestro país en marcas
geográficas, económicas y culturales. Sólo un desvarío de la clase media
argentina, hija de la inmigración europea, pudo elaborar el delirio de la
"Argentina Potencia". Y la baja autoestima de esa misma clase es
producto, justamente, de esa alucinación de creerse herederos de los
principales reinados europeos.
Déjenme recordarle algo a los
articulistas de The Economist: en 1914, la Corona Británica era el principal
imperio marítimo mundial. Londres dominaba la India, un cuarto de África, la
Argentina, Canadá y Australia, en términos comerciales, el Peñón de Gibraltar,
Malvinas, Egipto y Sudáfrica. Sus posesiones formaban un triángulo geopolítico
indestructible. Hoy, son apenas una potencia de segundo orden, detrás de los
Estados Unidos, la Comunidad Europea, China, Rusia, Alemania, Brasil, por poner
algunos ejemplos. ¿Qué ocurrió, entonces? Una cosa más para concluir: en los
últimos diez años, Gran Bretaña creció a un promedio del 1,45 por ciento.
Argentina, como ya está escrito, a más del 7 por ciento. En 1914 eran un imperio
y ahora son, apenas, una economía recesiva y en crisis. Permítanme titular esta
nota: La parábola de Gran Bretaña: Lo que otras potencias pueden aprender de un
siglo de decadencia. ¿No es divertido?
Por lo demás, Leo Messi es una
promesa de buen fútbol. David Beckham, un viejo futbolista retirado. Perdón por
la mojadita de oreja futbolística, muchachos de The Economist.
*Publicado en Tiempo Argentino
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