miércoles, 12 de febrero de 2014

DESESTABILIZACIÓN CON OLOR A CAMPO

Imagen polikratos.blogspot.com
Por Norma Giarracca *

Cuando Juan Perón reflexionaba sobre la caída de su gobierno en 1955, solía decir que con los sectores que fueron un escollo para su programa de corte popular, los terratenientes por ejemplo, su error había sido enfrentarlos y dejarlos de pie: al recuperarse un poco largaron la estocada mortal de la mano del sector liberal de las Fuerzas Armadas. En el gobierno de 1973-74 fue más a fondo y proponía interceptarles la renta agraria, una sobreganancia que los ponía en superioridad de fuerza en relación con la burguesía industrial nacional, aliada al proyecto, y que le servía, además, para financiar su programa de construcción de una plataforma industrial exportadora. No es casual que en el golpe de 1976 se le haya entregado la Secretaría de Agricultura y Ganadería a la Marina, aliada histórica de la clase terrateniente, para que la desmantelara mediante el terror.

El gobierno de Cristina Kirchner creyó cumplir con un mandato histórico enfrentándose en 2008 a una Sociedad Rural Argentina ya sin el poder de antaño y subordinada con tensiones a los verdaderos grupos de poder del consolidado complejo del agronegocio. Mientras tanto, los verdaderos sectores del poder agrario, como las grandes corporaciones (Monsanto), fondos de inversión –sociedades entre el capital financiero y la nueva o vieja clase agraria (Grobocopatel o Rodrigué), y los estudios agronómicos de viejo cuño o de nuevos técnicos formados en la universidad neoliberal– y grandes exportadores, seguían haciendo sus negocios, aprovechando aún la reglamentación “menemista” de no tener plazos para liquidar divisas, vendiendo a futuro con oscuras prácticas en relación con las retenciones y expandiéndose de sur a norte del territorio gracias a la falta de cumplimiento de leyes nacionales, como la de bosques nativos, o convenios internacionales en relación con territorios indígenas.

Estos sectores poderosos, sean simples terratenientes de antaño o complejos actores del presente, siempre quieren más: dólar más caro, impuestos más bajos, plazos infinitos para liquidar divisas, que se “disciplinen” de una vez a las poblaciones que impiden las nuevas plantas de semillas transgénicas, que salga sin problemas la ley de semilla a su medida... Por eso, ahora utilizan las herramientas que tienen en sus manos (liquidación de divisas, fuga de capitales, especulación con el dólar, etcétera) para producir cambios dentro del propio gobierno o, si es necesario, un adelanto del recambio gubernamental, pues ya cuentan con nuevos aliados políticos y económicos.

La concentración económica, la habilitación para la formación de fuertes actores económicos agrarios ligados al capital financiero internacional en nuestro caso, nunca fue algo bueno para los procesos de democratización de cualquier sociedad. Lo marcaban autores clásicos como Barrington Moore o el propio Max Weber en las etapas tempranas del capitalismo. El marxismo ortodoxo no pudo darse cuenta de las consecuencias que la concentración acarrea, porque la considera inevitable desde un economicismo que lo debilitó como teoría. No hay ningún indicio de que esto haya cambiado: fortalecer o darles entrada a las grandes corporaciones implica riesgos infinitos y las democracias suelen pagarlo muy caro.

El contexto internacional es complicado. Estados Unidos reacciona a los intentos de “desoccidentalización” que implican las alianzas con China, por ejemplo, de parte de países de crecimiento importante, como Brasil, de significativa influencia sobre el nuestro. Desestabilizar la Argentina, socio importante de Brasil, es una jugada posible. El capital financiero internacional brega para que los países de cierto crecimiento se endeuden y sus aliados internos juegan muy fuerte en la misma dirección. Los conjuntos sociales, mientras tanto, están desgarrados, fragmentados. En las grandes ciudades prima un fascismo societal de sectores medios asustados y en posición de creer cualquier cosa que se les prometa. Gustavo Esteva sostiene, en un reciente artículo sobre México, que las poblaciones alucinan pues pierden el contacto con la realidad inmediata y, una vez abandonados los saberes locales, la cultura barrial solidaria en nuestro caso, que les permiten orientarse en el mundo, conocerse y reconocerse en el transcurrir cotidiano, quedan irremediablemente expuestas a la manipulación y el desconcierto. La clase política nacional no está a la altura de las circunstancias, no lo estuvo nunca a pesar de sufrir el 2001-2002.

Intelectuales cercanos al Gobierno proponen una resistencia colectiva a estos sectores especulativos, poderosos y con vocación destituyente. Estamos de acuerdo siempre y cuando la encabecen aquellos que hicieron sonar tempranamente la alarma sobre este modelo agrario, lo denunciaron y combatieron. Muchas voces de sujetos destacados o simples pobladores han reclamado con fundamentos y experiencias que se modifique el modelo agrario y se les pongan límites a sus actores que demuestran en el territorio su vocación antidemocrática y autoritaria. Son ellos, a nuestro entender, los que deben encabezar una demanda que, sin duda, muchos suscribiríamos para recordarle a esta gente que los espacios de representación, elección y plazos de las autoridades que gobiernan sólo deben regirse por la Constitución Nacional.

* Profesora de Sociología Rural (IIGG-UBA).
Publicado en Página12

 

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