domingo, 1 de diciembre de 2013

LA DEMOCRACIA DE LOS BÁRBAROS (II)

Imagen Tiempo Argentino
Por Hernán Brienza*

Todo 1 de diciembre, Manuel Dorrego vuelve a ser derrocado por Juan Galo de Lavalle –y todos los 13 fusilado en los campos de Navarro–.Esta vez se cumplen 185 años pero, además, ese recuerdo está atravesado por otras fechas de nuestra historia: la otra cita que atraviesa este presente es, claro, el intento de regreso al orden institucional que significó el acceso de Héctor Cámpora al gobierno y la llegada al poder de Perón en 1973. En los próximos días los argentinos cumpliremos 30 años de instauración democrática, es decir, que por primera vez en dos siglos hemos podido vivir en Democracia "Real" –con sus limitaciones, sus contradicciones, sus problemáticas– las últimas tres décadas. 
Por último, también atraviesan estas fechas los diez años de gobierno kirchnerista, por ejemplo, que marcan el período más largo en la historia argentina –después de la administración de Juan Manuel de Rosas– de liderazgo institucional de la tradición nacional y popular en la Argentina. 
Ni Hipólito Yrigoyen, ni Juan Domingo Perón pudieron lograr una hegemonía tal que permitiera extender su influencia durante tanto tiempo.
Todo entrelazamiento de fechas es claramente arbitrario. Unir el primero golpe de Estado, en 1828, con el inicio de la Democracia Real, en 1983, es una tarea conceptual ardua. Sólo comprendiendo qué quisieron matar cuando derrocaron a Dorrego se entiende por qué el sistema democrático tardó 150 años exactos en establecerse en la Argentina. 
La clave está en comprender que los sectores dominantes –la gente decente, los civilizados– nunca permitieron que los sectores subalternos, el bajo pueblo, tuvieran derecho a decidir y a actuar políticamente. Dorrego significaba exactamente eso: los "descamisados", la "chusma", el "bajo pueblo", "los jornaleros" y "orilleros" que no tuvieron derecho a votar hasta 1912. 
Durante casi un siglo, la Argentina se paseó entre la "Democracia en Combate" (1810-1862) y la "Democracia Falsa" (1862-1916). La exclusión de las mayorías era el reaseguro válido que tuvieron los sectores dominantes envueltos en el ropaje del liberalismo conservador para poder gobernar este país durante 50 años.
Cuando la presión de los sectores mayoritarios, a través de la UCR, logró forzar una salida democrática, ocurrió lo que debía ocurrir. Los sectores dominantes fueron desalojados del gobierno por una multitud popular que se volcó a las urnas a apoyar a los líderes del radicalismo yrigoyenista. Los sectores dominantes no lo dudaron: el golpe de Estado iba a ser la herramienta definitiva para marcar la hegemonía del liberalismo conservador. 
Se inicia así el terrible medio siglo de "Democracia Imposible", marcada por las interrupciones militares de 1930, 1955, 1962, 1966 y 1976. Más de 50 años de muertes, torturas, vejaciones, violaciones, represiones, guerras perdidas, costó la llegada de la "Democracia Posible" a la Argentina.
"Democracia Posible" es sin dudas un juego de palabras con el concepto de "República Posible" de Juan Bautista Alberdi, el intelectual más importante del siglo XIX. Marca una diferencia entre lo ideal y lo real, entre lo esperable y lo alcanzable, entre lo deseado y obtenido. 
Pero también permite abrigar algunas esperanzas. Se trata de una suma temporal de acumulación de voluntades colectivas mayoritarias que guían los destinos de los gobiernos. Las mayorías pueden equivocarse respecto de sus propios intereses algunas veces, pero no pueden equivocarse siempre. Tarde o temprano, en un sistema democrático, los intereses de las mayorías prevalecen. 
Alberdi tenía un bello texto sobre las dos formas de democracia en la Argentina y las formas de liderazgo: "¿Qué es el caudillo en Sudamérica…? ¿a quiénes acaudilla? ¿de quiénes es caudillo? ¿quién lo constituye, quién lo crea, quién le da poder y autoridad? La voluntad de la multitud popular, la elección del pueblo, es el jefe de las masas, elegido directamente por ella, sin injerencia del poder judicial, en virtud de la soberanía, de que la revolución ha envestido al pueblo todo, culto e inculto, es el órgano y brazo inmediato del pueblo, en una palabra, el favorito de la democracia (…) Como órgano del pueblo y la multitud popular, el caudillo es el tipo opuesto al militar, que es por esencia órgano del gobierno, de quien siempre depende. El caudillo supone la democracia, es decir que no hay caudillo popular, sino donde el pueblo es soberano, mientras que el militar es de todos los gobiernos, especialmente del despótico y el monárquico… 
A esto responde que hay dos democracias en América: la democracia bárbara, es decir, la popular, y la democracia inteligente, es decir antipopular, la democracia militar, la democracia de línea, en una palabra, el Ejército, antítesis del pueblo, expresión de la disciplina y la insubordinación que es barbarie para (Bartolomé) Mitre. Llamar democracia bárbara a la del pueblo de las campañas de América es calificar de bárbaro al pueblo americano, peor para los que han dado la soberanía a ese bárbaro, lo cual constituye la democracia, o la soberanía del barbarismo. Los realistas no emplearon contra la revolución peor lenguaje (…) Los caudillos son la democracia, como el producto no es agradable, los demócratas, lo atribuyen a la democracia bárbara, ¿cual es esta?, la democracia del pueblo más numeroso y menos instruido y rico, antítesis de la democracia en línea, que es minoría en América más que en Europa, luego los caudillos son los representantes más naturales de la democracia de Sudamérica, como es ella es pobre, atrasada, e indigente." 
El lenguaje de Alberdi en este texto de Grandes y Pequeños hombres del Plata es un tanto áspero, sin dudas. No deja de militar en el idioma del desprecio atravesado por el sarmientino "civilización y barbarie". Pero instala allí un grado de verdad fundamental. La democracia es de los más numerosos, de los pobres, es decir, hay Democracia Real, "auténtica y legítima" (la "bárbara") solamente en esos lugares donde los sectores populares gobiernan. 
Van a cumplirse 30 años de la mañana luminosa en que Raúl Alfonsín se asomó al balcón del Cabildo. Tuvo un gran significado ese escenario. No sólo por el 25 de Mayo de 1810. Sino también porque los cabildos significaban la representación de los vecinos a lo largo y a lo ancho del Virreinato del Río de la Plata y de las Provincias Unidas del Sur. No en vano los cabildos fueron abolidos, 1821, por el gobernador Martín Rodríguez bajo la inefable inspiración de Bernardino Rivadavia. 
En términos metafóricos –ni reales ni históricos, obviamente–, la supresión del Cabildo (la representación de los vecinos) y la instauración del liberalismo conservador hegemónico corrieron una suerte inversa. Sin dudas, Alfonsín no era un ignorante en el buen manejo de las cuestiones simbólicas. 
Por útlimo, no estaría mal, este 10 de diciembre, verla a la presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, asomada por el balcón del Cabildo, ¿no?
*Publicado en Tiempo Argentino

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